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Cultura

El laboratorio de Pablo Fernández-Pujol

  • La Sala Rivadavia acoge 'La parte salvaje', una exposición en la que el artista juega con la metamorfosis

En el laboratorio de Pablo Fernández-Pujol no hay probetas, pipetas, tubos de ensayo ni microscopios. Es un laboratorio artístico, que no científico, en el que sin embargo el ser humano experimenta su particular transformación, una metamorfosis animal en el que la cabeza se convierte en el elemento mutable por naturaleza. Acuarelas, esculturas y videoanimaciones, con cuerpos de hombre y cabeza de animal, ocupan desde ayer la zona expositiva de la Sala Rivadavia, donde el artista gaditano expone hasta el 9 de mayo la muestra titulada La parte salvaje. La exposición fue inaugurada por la diputada provincial de Cultura, Pilar Pintor.

La exposición de Fernández-Pujol (Cádiz, 1977) ocupa las dos salas de Rivadavia. En la primera presenta una serie de acuarelas sobre papel de gran tamaño, por lo general 250 x 150 centímetros, que se exponen sin enmarcar y que aúnan como si de una serie se tratara los retratos en el que un cuerpo humano se remata con la cabeza de un animal: cabras, cerdos, conejos o monos le sirven a Fernández-Pujol para mutar y transformar, en una metamorfosis que se completa con una inmensa cabeza de plastilina -una escultura de mucho mérito-, varias acuarelas con el título genérico de Piel y una videoanimación que se ofrece a través de cuatro monitores y que cuentan otras tantas historias de transformación humana en animal con esculturas, hechas de barro, que van mutando en la pantalla. La obra Políptico, varias acuarelas con los simios como protagonistas, cierra esta primera parte de la exposición.

La segunda, en una sala dominada por la penumbra, muestra el laboratorio artístico de Fernández-Pujol en plena ebullición. Un lugar en el que el artista expone por primera vez algunas de sus últimas creaciones. Preside una videoanimación que se proyecta sobre la pared, a modo de gran pantalla, con dos historias de metamorfosis: Monkiman y Pigman II. Se trata de la primera videoanimación en color realizada por Fernández-Pujol. En ella, la mirada de una cabeza de plastilina asiste angustiada a la experimentación de un científico, del que sólo se ven sus manos, que mezcla en una jeringa varios líquidos de colores que al ser inyectados en la cabeza provocan su transformación en animal.

Vídeos que enganchan como lo hace también la instalación El bosque, en la que diez cabecitas de plastilina retroiluminadas coronan un largo pedestal. Sumergidas en líquido, a semejanza de los cerebros en los laboratorios, cada rostro ofrece una expresión distinta. Pablo Fernández-Pujol reconoce cuando habla de esta instalación que su trabajo bebe directamente del cine de terror, tipo Frankenstein, un género que le apasiona. De los sorbos de este cine surge precisamente El bosque.

Pablo Fernández-Pujol Sala Rivadavia. Abierta hasta el 9 de mayo. Horario: de lunes a viernes, de 10.30 a 13.30 y de 17.30 a 20.30 horas.

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