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Cultura

Un febrero más con mucho de todo

  • ArtMadrid, Arco y JustMad2 celebran sus anuales citas con el mundo artístico, que se saldan con distinta suerte · La Feria del Campo de las Naciones se afianza con galerías que aportan rigor y entidad

El febrero de la crisis -¿cuántos van ya?- nos hizo, llevados por la experiencia de los últimos años, no centrar la atención exclusivamente en los pabellones de Ifema, pues Arco lleva tiempo sin levantar excesivas pasiones y Madrid ofrece muchas más oportunidades en un fin de semana de intensa actividad artística al que hay que saber cómo darle la mayor rentabilidad posible.

ARTMADRID Con buena sintonía

Desde el Talgo conformamos un itinerario lo más lógico posible que nos permitiera aprovechar dos escasos días que tenían que alargarse hasta el infinito para que tuviéramos oportunidad de aprehender lo más sugestivo de lo mucho que nos íbamos a encontrar. El itinerario más beneficioso pasaba por coger el metro e ir hasta Lago -aquella estación término de nuestras primeras ilusionantes y apasionantes ediciones de Arco-. En la Casa de Campo, ArtMadrid ocupaba el Pabellón de Cristal que construyera en los años sesenta los arquitectos Francisco Cabrero, Jaime Ruiz y Luis Labiano. La Feria que dirige Gema Lazcano lleva varios años accediendo a posiciones de manifiesto interés, con galerías importantes que saben que la vida existe, aparte de lo que se cuece en los Pabellones del Parque Ferial Juan Carlos I. La programación general no dista mucho de lo que es una Feria importante al uso, con galerías de muy amplio espectro donde encontramos lo habitual y muchos de los habituales. Este año nos hemos topado con galerías de mucho fuste en el organigrama nacional y que aportan entidad y rigor a la feria. Nombres que son auténtica referencia y que generan auténtica trascendencia a un acontecimiento que deja de ser el asunto paralelo a Arco para patrocinar un proyecto con el que hay que contar. Hemos asistido a galerías importantes que presentaban nombres de mucho interés, Estampa (Ramiro Fernández-Saus, Juan Ángel González de la Calle o Luis Mayo), Trinta (Alicia Martín, Carlos Pazos, Daniel Verbis y Evru), Bat Alberto Cornejo (David Lechuga), Juan Gris-Rayuela (algunos artistas de El Paso), May Moré ( la inquietante e interesante Marina R. Vargas junto a Menchu Lamas y Luis Fega), Joan Gaspar (Enrique Brinkmann, varios definitivos Clavé y el siempre espectacular Igor Mitorag), Fernando Latorre (Lidó Rico y Fabio Camarotta).

ArtMadrid nos sigue planteando artistas clásicos dentro de la modernidad, Matisse, Picasso, Miró, Andy Warhol, Henry Moore, Dalí, Vasarely, De Chirico, Karel Appel, Sónia Delaunay o Le Corbusier; los grandes creadores de la segunda mitad y finales del pasado siglo, Julio Le Parc, Donald Judd, Gerhard Richter, A. R. Penck, Francesco Clemente, Dennis Oppenheim, Christo, Lindström o Victor Brauner, entre otros. Sin faltar las grandes figuras de nuestro arte más internacional, Tàpies, Antonio López, Arroyo, José Guerrero, Hernández Pijoan, Manolo Valdés, Equipo Crónica…; sin olvidar los más significativos de las generaciones posteriores, Xavier Mascaró, Alfonso Albacete, Juan Uslé, Broto, Sicilia, Gordillo, Miquel Barceló, Miralda, Evru-Zush, Miquel Navarro, Plensa, Carmen Calvo, Eva Lootz, Eulália Valldosera, Fernando Bellver, Gonzalo Sicre, Francisco Leiro…, así como los imprescindibles de la fotografía, Yasumasa Morimura, Thomas Struth, Ouka Leele, José Manuel Ballester, Isabel Tallos, Colita, Alberto Schommer…

En definitiva, lo mismo que los eventos de mayor trascendencia mediática, pero con mucha menos cohetería, mayor sensatez y suponiendo, sobre todo, para una inmensa mayoría, el encuentro con un arte más cercano, menos intelectualista, más proclive a miradas comprensibles que a efectismos vacíos que sólo pretenden realizar guiños insulsos de falsos modernismos.

JUSTMAD2 Oferta equívoca

El segundo acontecimiento, aparte del que se celebra en el Campo de las Naciones, es JustMad2, una pequeña Feria que se publicita destinada a artistas emergentes y galerías dinámicas, tangentes a lo que es normal en un arte en el que ya está todo inventado. Algo que no es del todo cierto, toda vez que encontramos galerías perfectamente consolidadas y presentes en algunos de los principales circuitos. Lo que hallamos es una Feria más, con artistas de todo tipo, galeristas con todo y todos que ofertan lo que todos. Es decir, una miniferia, muy bien situada en la céntrica calle de Velázquez y a un paso de mucho de lo importante que se celebra en Madrid y que no es más que algo muy parecido a lo que se nos da en otros sitios. Poner galerías como Fúcares, My name's Lolita, Fernando Pradilla, María Llanos, Begoña Malone o Trama en una realidad de espacios novedosos, alternativos y con mensajes diferentes a lo que es habitual, no es nada más que faltar a la verdad y querer argumentar lo que no tiene razón de ser. Distinto es que nos encontremos ciertos planteamientos artísticos y a ciertos autores que mantienen esquemas novedosos y con registros a contracorriente. Por eso, es un episodio más de esa aventura artística que en estos días tiene como centro la capital de España. Poco nuevo y mucho de lo que se considera habitualmente como nuevo es lo que se da en este espléndido edificio madrileño.

ARCO Treinta años de mucho y de poco, a la vez.

Coincidimos en una de las cafeterías de Ifema, varios viejos consumidores de Arco, -tres artistas, dos de los cuales estaban presentes en la Feria, dos galeristas, un crítico de arte, un profesor de Facultad de Bellas Artes y este que esto les escribe-; todos éramos de aquellos que hemos visto pasar por la Feria de todo y que hemos asistido al paso de las ediciones viendo, sobre todo desde principios de los años 90, cómo se sucedían circunstancias con escasas argumentaciones para ser conservadas en el libro de los recuerdos eternos. El tema central de nuestra conversación giraba, como no podía ser menos en viejos nostálgicos, en torno a la necesidad o no de un espectáculo como el que se nos ofrecía detrás de las cristaleras. Curiosamente, los dos artistas presentes en la Feria eran los menos entusiasmados. Los galeristas dieron bastantes rodeos para, al final, argumentar que si se vende está bien, pero que eso que, siempre, se dice de que supone un escaparate son dialécticas de muy dudoso sentido. El profesor de la Facultad opinaba, no exento de razón, que mucho de lo que allí se presentaba no era sino saludos al sol que encerraban esquemas poco convincentes y que, además, creaban estados de opinión erróneos de lo que, realmente, era el arte contemporáneo y generaban demasiadas dudas a una inmensa mayoría. El crítico se decantaba por la importancia que tenía el saber que existe algo totalmente diferente y que… Lo cierto es que aquello no era nada más que una charla distendida de viejos amigos. No se llegó a nada. Algo habitual en este acontecimiento que es tan necesario como inútil. Les pongo un ejemplo más de andar por casa. Los modelos de alta costura, esos que salen en las grandes pasarelas, están muy bien para verlos, pero son imposibles para ponérselos. Aquí pasa lo mismo, hay muchas piezas que están muy bien para los grandes coleccionistas, para aquellas grandes instituciones, centros de arte y museos, que pueden permitirse afrontar los precios que se piden por ciertas buenas obras. Al mismo tiempo, nos encontramos con muchas cosas que son como los vestidos raros de las pasarelas, están bien para verlos, pero son imposibles de situar en tu casa y, además, son muy caros. Luego hay obras que podemos considerar dentro de una normalidad, a las que puede llegar un público más o menos normal. Claro que este, las tiene a su disposición durante todo el año cerca y, seguro que, infinitamente, más baratas. El snobismo de comprar en Arco hay que pagarlo y cuesta bastante caro.

Mientras tanto, la Feria continuaba con sus complejos desarrollos. De entrada, dos novedades: nos encontramos con un pabellón menos y con que no había moqueta. Nuestros pies lo agradecerían. Como no podía ser menos, la primera visita fue para Carolina Barrio de Alarcón y Julio Criado, directores de la galería sevillana Alarcón-Criado, nuevos en aquella plaza. El stand rebozaba entusiasmo y los tres artistas presentes, el santanderino Jorge Yeregui, el granadino José Guerrero y la fotógrafa mexicana Alejandra Laviada, competían en intencionalidad, interés y solvencia artística con mucho de lo que se presentaba a su alrededor.

Arco es siempre un espectáculo, una feria comercial y una feria para los sentidos; algo así como un divertimento que genera muchas expectativas, muchas emociones e infinitas dudas.

A nosotros, con veinticinco ediciones a nuestras espaldas, cada vez más nos suena todo a música celestial. Nuestros años nos han hecho muy escépticos y Arco, si le quitas las coheterías y las extravagancias, se queda en bastante poco.

Este año nos hemos encontrado con una dirección nueva, Carlos Urroz, que ya estuvo en el equipo de Rosina Gómez Baeza y que le queda la papeleta de generar ilusión a una profesión dominada por los intereses de unos pocos. Un director de Arco que debe crear la infraestructura necesaria para que por el Campo de las Naciones no deambule un fantasma seleccionador con arbitrarios criterios para imponer su ley indiscriminadamente. Esto se observa en la no presencia de algunas galerías que han sido referencia auténtica a lo largo de los años y que han demostrado su trascendente labor, sin apenas resquicios para la duda. A nosotros nos pilla muy de cerca el sangrante ejemplo de Magda Bellotti, presente en la Feria desde 1984 y que, desde hace dos ediciones, salió por los imposibles criterios de un comité seleccionador parcial e injusto. También de nuestro círculo geográfico la ausencia de Emilio Almagro y su galería Sandunga clama al cielo, máxime cuando en la edición pasada fue uno de los triunfadores, demostrando su acierto, su valentía de miras y con muchos de sus artistas presentes en otras importantes galerías.

Pero la Feria es una bola que rueda y rueda. Aparte de las exuberancias visuales -algunas sólo eso, sin el más mínimo sentido artístico-, nos hemos entusiasmado con muchas obras de perfiles distintos y portadoras de un carácter artístico eterno. La presencia sempiterna de Juana, la gran creadora del evento que ahora cumple treinta años, con nombres ilustres del panorama nacional e internacional, junto a las galerías imprescindibles Carles Taché, Oliva Arauna, Soledad Lorenzo, Espacio Mínimo, Estiarte -ahora se llama Pilar Serra- Helga de Alvear y Luis Adelantado -que regresan tras la ausencia ¿forzada? del año pasado-, T20, Moriarty, Max Estella, Estrany de la Mota, Guillermo de Osma, Leandro Navarro, Elvira González, Michael Schultz, Hans Mayer… y así, una lista de ciento cincuenta y seis en las que el espectador se ha encontrado mucho bueno, muchísimas cosas de lo más normal, mucho malo y bastantes ensayos efímeros que no van absolutamente a nada.

Nuestra condición de andaluces en ejercicio -aunque las fronteras artísticas deben considerarse siempre diluidas por una creación abierta y sin fronteras- nos llevó a buscar la presencia del paisanaje. Esta vez sólo con tres galerías, la ya mencionada novedad de Alarcón-Criado ( antigua Full Art ), el imprescindible Rafael Ortiz con su sabio dominio de estas circunstancias feriales, con un stand rezumando calidad y absoluto testimonio de un compromiso con lo mejor: Daniel Verbis, Antoni Socías, Miguel Ángel Campano, Carmen Calvo, Miki Leal, Curro González, Patricio Cabrera, Manolo Bautista, José M. Pereñíguez, Juan Suárez, y Evru, además de la artista mexicana Betsabeé Romero. Alfredo Viñas, llegaba desde Málaga muy bien pertrechado, con un stand bastante redondo, donde veteranía y juventud componían un estamento expositivo de muchos quilates: las fotografías de Juan del Junco, el siempre imprevisible Curro González y el jocoso y comprometido trabajo de Javier Calleja.

Un febrero más en un Madrid que da para mucho y que nos atrae a pesar de que ofrece apreciables desajustes. La vuelta en el Talgo sólo dio para poder afirmar que cualquier tiempo pasado es ya nostalgia de viejo consumidor de experiencias.

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