felipe benítez reyes. escritor

"Toda vida es una historia sujeta a los esquemas de la picaresca"

  • El poeta y narrador gaditano acaba de reeditar su novela de culto 'El novio del mundo', un desaforado 'thriller', entre la metafísica y el golferío, que vio la luz por primera vez hace 20 años

Han pasado ya 20 años desde que conocimos a este crápula de mucho cuidado, como no ha habido otro en la narrativa española de las últimas décadas. Lo vimos por primera vez sacudiéndose el polvo, recomponiendo la figura, dispuesto a entonar el torrencial y frenético relato de su vida. Que no podía comenzar de manera más penosa, léase, o sea, inmejorable. Tras haberse acostado la noche anterior en un hotel de Ámsterdam, abre los ojos aturdido en las afueras de una ciudad "medio modernista medio africana" que resulta ser Melilla, vestido con un camisón de mujer, sangrando por una oreja y pensando, entre las brumas pegajosas del despertar, que "hay días, desde luego, en que si uno inventara un perfume le pondría de nombre Náusea".

Con todos ustedes, Walter Arias. El novio del mundo. "Filósofo demagógico y pícaro ilustrado, exégeta vocacional de la bagatela, erudito a la violeta y psicólogo de sal gorda, obsceno y lírico, erotómano y sentimental, fantasioso y fantasmón", en la definición de Felipe Benítez Reyes, padre de la criatura, que como regalo de cumpleaños redondo tiene ahora una nueva vida en forma de reedición por parte de la Fundación José Manuel Lara de la novela de culto por excelencia del poeta y narrador gaditano (Rota, 1960).

Publicada en su momento por Tusquets y casi inencontrable desde hace años, muchos lectores se convirtieron inmediatamente al walterismo, el psicodélico sistema de pensamiento del pájaro en cuestión, para el que, en sutilísima discrepancia con otros distinguidos y visionarios pensadores como Camus (pongamos), el único problema verdaderamente serio de la filosofía radica en cómo coleccionar cuatro o cinco amantes aficionadas a la lencería fina en cada núcleo de población conocido, mientras se hace lo que buenamente se pueda para girar y girar por el ancho y extraño mundo sin perder el eje cada vez que de la forma más impensable golpee el azar, "ese cubilete de dados que agita un simio tocado de los nervios".

Thriller hilarante y desmesurado, novela de formación turbulenta y paródica, historia picaresca empapada en ácido, autobiografía fake con energía de rock'n'roll y coros gospel de predicador lunático, El novio del mundo brinda, con una escritura exuberante, por momentos al límite del paroxismo, el retrato inolvidable de un tipo bigger than life, tan cautivador como repulsivo, que se sabe víctima y títere de las intermitencias del deseo, "ese psicópata encerrado en el sótano". Un pobre diablo, al cabo, para quien el amor, los amigos, los sucesos estrambóticos, los lugares anómalos, el mundo, la vida, a fin de cuentas, nunca es suficiente, y mientras trata de conseguir algo más, un poco mejor, va clavándose astillas en el corazón. Total, dirá el amigo Walter, quién no se ha reído alguna vez de su propio desencanto.

-¿Qué sensación ha tenido al volver a esta novela?

-Una bastante extraña, la verdad. Releer un libro propio después de 20 años lo convierte casi en ajeno. Y esto en parte no es mentira porque uno se va transformando con el tiempo, y yo además siempre he tenido muchas dudas sobre la estabilidad de eso que llamamos identidad. Desde luego, ya no soy ni la persona ni el escritor que escribió aquello. En cuanto al libro en sí, mi temor principal era que el mecanismo no funcionara, pero sea mejor o peor yo creo que el artificio narrativo funciona, y ya con eso me quedé más o menos tranquilo, dentro de lo prudente.

-¿Cómo recuerda el proceso de escritura? El texto, a veces, se lee casi como un trance...

-Tuve la suerte de que la primera frase que se me ocurrió, que es también la primera frase de la novela, me dio ya la temperatura emocional. Lo cual es raro, porque yo creo que las novelas empiezan en el segundo párrafo, no en el primero, que casi siempre es sólo un tanteo. Pero en este caso di inmediatamente con el tono, cosa que en una novela contada en primera persona es esencial. Y como me salió un personaje charlatán, sólo tenía que dejarlo largar. En gran medida el protagonista, más que Walter Arias, es su pensamiento. En el sentido de lo que decía Laurence Sterne: "Lo que turba a los hombres no son las cosas en sí, sino las opiniones sobre tales cosas".

-¿De qué modo ha sentido que dialogan el escritor que es hoy usted y el que fue hace 20 años?

-Bueno, aquel escritor era mucho más ágil, eso seguro. Con esta novela me pegaba sentadas de 14 horas. Walter Arias no tenía un botón de off, por hoy hemos acabado, hasta mañana. Fue ciertamente un proceso de escritura muy febril, bastante rápido para lo que luego ha sido mi ritmo de escritura, y menos mal que fue así porque no sé si se puede sostener durante mucho tiempo un personaje tan excesivo. Pero sí, durante un tiempo se me metió en mi forma de razonar, incluso de comportarme en la vida normal. Se me coló en la casa como un huésped más y éramos casi un trío, mi mujer, Walter y yo... Hasta los artículos de prensa que yo escribía por entonces me salían completamente walteristas, con arreglo a los mecanismos deductivos de ese majareta, y bueno, tan mal al final no fue la cosa porque no me despidieron.

-Advierte en el epílogo escrito para esta edición contra la superstición de leer todas las novelas como autobiografías en clave del autor de turno. Pero yo me pregunto de todos modos si se puede escribir una novela así sin haber sido al menos un poquito golfo...

-Pues imagino que sí. Se puede. Y a ver, por otro lado Walter es golfo y no lo es, al fin y al cabo él está sometido, como todo el mundo, a los vaivenes de la realidad. Él, más bien, se deja llevar. Aunque está claro que tiene cierta tendencia al crapuleo. Por lo demás, la escritura del libro supuso prácticamente un ejercicio actoral, me propuse jugar con una manera de razonar, inventar un pensamiento ajeno, y a partir de ahí meterme un poco en su piel.

-La novela, que entre otras cosas es un canto a la imaginación desatada, reaparece precisamente en un momento en el que está de moda la autoficción y todas esas formas de conectar en mayor o menor grado con la intimidad verdadera del autor...

-Yo lo que puedo decir al respecto es que a mí lo que más me atrae de la ficción es precisamente la ficción misma. La idea y la posibilidad de no estar sometido a ti mismo. Hombre, hay libros de autoficción que están muy bien, igual que hay libros de pura ficción que no están tan bien, hay de todo, no se trata de un reproche genérico, pero me gusta más la novela como espacio de invención libre.

-Ha llegado usted a recibir en su casa cartas firmadas por Walter Arias, y no pocos lectores se le han presentado como miembros del Club Walterista. Y es un personaje divertidísimo, sí, pero también cruel y despiadado. ¿Por qué cree que incita a esa identificación tan potente?

-Si te soy sincero, no tengo ni idea. Bueno, supongo que tenemos tendencia a sentirnos cómplices de este tipo de personajes completamente anómalos. Creo, desde luego, que el personaje se hace comprender. Y eso me parece lo más importante. Yo estoy de acuerdo con lo que dice Juan Bonilla, que no es tanto que nos identifiquemos con él, como que lo vemos como ese amigo pintoresco y excesivo que tarde o temprano acabamos teniendo todos.

-¿En qué genealogía diría que se inscribe este personaje?

-Está en la tradición de esos personajes excesivos que dan lugar a libros que son, en cierto modo, apuestas a todo o nada, que te subyugan o te repelen. Don Quijote, para no irnos más allá, es un personaje claramente excesivo. El Lazarillo a su manera también lo es. El Buscón de Quevedo. Guzmán de Alfarache. Ignatius Reilly de La conjura de los necios, el Comeclavos de Albert Cohen, todos esos personajes que realizan una interpretación vehemente de la realidad me suelen interesar. Por otro lado, una cosa que me han dicho muchas veces es que la novela es muy masculina, pero lo cierto es que me he encontrado durante estos años a muchísimas lectoras que se declaran walteristas, que ya son ganas, porque lo peor que le puede pasar a alguien es que le caiga un Walter en la vida.

-Hay dos elementos constantes en toda su obra narrativa. Uno es el sentido del humor...

-Me interesa como un vehículo para contar otras cosas, amargas incluso, claro. No me interesa el gag de la cáscara de plátano, digamos, sino el gag verbal o de pensamiento... En El novio del mundo yo intenté jugar con la emocionalidad del lector, porque hay capítulos divertidos a los que siguen otros terribles. Quería que fuera una montaña rusa, con el gozo de la subida y el vértigo de la bajada. De no haber esos contrapuntos de humor y espanto, si la novela hubiera sido indesmayablemente divertida o indesmayablemente terrible, nadie la habría aguantado.

-El otro elemento es la picaresca. ¿Esta veta en su obra responde a una voluntad de prolongar una cierta tradición hispánica, a esa cosa que flota en el aire de la vida en el sur o es que la vida, a secas, entraña por sí misma un ejercicio de picaresca?

-Si todos escribiéramos nuestra propia autobiografía, el resultado casi invariablemente estaría sujeto al esquema de una novela picaresca. Todos tenemos la necesidad no sólo de ganarnos la vida, sino de inventarnos una vida, teniendo en principio casi todo el mundo casi todo en contra. Y esto es la esencia de la picaresca: sobrevivir. Unos desde una Dirección General y otros desde un puesto de peón de albañil, pero quién no está sometido a esa fragilidad continua de eso que pomposamente llamamos destino, que no son más que pequeños azares cuya suma es lo que hace que una vida sea venturosa o desdichada. Más que una metodología narrativa, para mí la picaresca es un reflejo real de la vida de cualquiera. Por otro lado, cada uno tiene sus registros. A mí me funcionan estas historias, la construcción de conciencias y vidas ajenas. Sería incapaz de escribir una novela policiaca o una histórica, sé que no me saldrían bien. Pero eso no es malo, todos tenemos limitaciones, lo importante es saber cuáles son y convertirlas en un recurso a favor y no en contra de ti.

-Usted compagina con naturalidad la escritura de poesía y de narrativa. ¿Comprende los recelos que a muchos les provoca la llamada novela poética?

-Francamente, yo creo que es normal el recelo. Es más, no hay nada que me dé más pavor que esa llamada novela poética. Esa idea de la novela que está flotando en la nada, en una especie de limbo emocional, con un texto más preocupado por construir metáforas que historias, eso me parece horroroso. Por ejemplo, una novela que no he podido terminar nunca aunque la he empezado varias veces es Paradiso de Lezama Lima... A mí me gustan las novelas de Dickens, para entendernos. Me parece bien que la gente tenga prejuicios respecto a los escritores, en la vida hay tanto para leer y tan poco tiempo, que me parecen razonables esos mecanismos de depuración. A la vida hay que aplicarle prejuicios, y como uno mismo los aplica a la vida, cuando somos nosotros las víctimas de ellos no podemos quejarnos. A mí a veces, como mi poesía tiene algo de eco, me han dejado un poco de lado: "ah, que ahora viene éste a molestar también con la novela". Pero no me parece mal, ya digo, a los libros se llega por casualidades y muchos se desechan también por casualidades, o por prejuicios. Y es legítimo.

-Partiendo de que toda obra es hija de su tiempo, ¿de qué modo habrían cambiado las andanzas de Walter Arias si hubiera escrito la novela hace unos meses?

-Posiblemente mucho, aunque el espíritu hubiera sido el mismo. Es cierto que la novela tiene un poco de pátina de época, como ocurre con los cuadros, y eso está bien. Hace 20 años no tenía ni ordenador, pero hoy Walter Arias se hartaría de ver porno en internet. Está claro, hablando ya en serio, que ésta es otra era. El mundo digital me produce cierta perplejidad. Yo participo de él, eh, aunque me dé cierto pudor poner cualquier cosa en Twitter, por ejemplo, pero bueno, la pongo, el pudor casi nunca ha sido un impedimento para cometer temeridades. En el fondo es un juego y me divierte, pero no deja de ser un ámbito profundamente irreal. Además, con Facebook o Twitter ahora todo el mundo tiene ya su propio periódico, o más bien su hojilla parroquial. Pero en realidad no tenemos capacidad para asimilar tanta información. Son fuegos de artificio. Un blablablá en la nada. Si al cabo del día no te acuerdas ni de qué raza era el perro de tu amiga que ha puesto en Facebook, qué poso en la conciencia va a dejar cualquier otra cosa que hayas leído.

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