Cultura

Mario Díaz y las buenas intenciones

  • El artista cordobés presentó su trabajo 'Gloria Bendita' en una Sala Central Lechera que se convirtió en una fiesta

Los extremos generan desconfianza o incredulidad. A mí al menos me pasa. Recuerdo cuando Nacho Vegas cerraba todos sus conciertos con El ángel Simón y aquella celebración bizarra de la tristeza y la decadencia me sacaba del concierto, me volvía escéptico y me dejaba mal sabor de boca. El sábado en la Central Lechera me pasó un poco lo mismo con Mario Díaz, solo que al revés.

Este cantante y compositor de Córdoba es una de las expresiones más perfectas del género buenrollista (dicho con todo el respeto que me merecen las cosas bien hechas y planteadas desde la sinceridad), sin dejar de ofrecer por ello una propuesta musical interesante y perfectamente válida.

Mario Díaz me pareció un magnífico músico, además de un tipo con estrella: simpático, inteligente y entrañable. Su voz, casi rota, se mueve entre el portento de Triana y los gestos vocales de Bob Marley (extraña fusión que me sorprendió muy positivamente), y sus canciones, aun acercándose mucho a la rumba de Kiko Veneno, el mestizaje de Ketama y la inocencia del jamaicano, son efectivas dentro ese estilo que se ha terminado etiquetando como "fullería".

Pero me costó lo suyo (o más bien lo mío) enfrentarme a unas letras y una actitud que se basan en la lectura desenfadada y simplista del carpe diem. Si esta expresión adquirió su sentido pleno con el romanticismo decadente que veía en el disfrute del momento la contrapartida de la finitud y la muerte, en manos de Mario Díaz se convierte en un mero pastiche.

Es más, se puede decir, sin faltar a la verdad, que la música de Mario Díaz es un estado de ánimo, un ponte al sol para que se te sequen las penas, una suerte de cancionero de autoayuda con el que se banaliza la vida acercándola a un optimismo existencial exagerado.

Pero ojo, que esto no tiene nada de malo para según qué sensibilidades. No en vano, el sábado a las nueve la Central Lechera se convirtió en una celebración de la vida desenfadada y soleada. Fue sorprendente (casi sobrecogedor) asistir a una complicidad tan plena entre músico y público. Los coros espontáneos arreciaron desde el primer minuto de concierto, y Mario Díaz mantuvo extensas y amenas conversaciones con un chico del público que trataba de contactar con un amigo por teléfono para irse de juerga ("dile que se venga", insistía el cordobés).

En lo que se refiere a los estrictamente musical, Mario Díaz echó mano de sus dos discos para dejar al personal más que satisfecho. Acompañado a la guitarra por el magnífico Oliver Sierra (que cumplía años), abrió con tranquilízate… relájate, que el sol caliente tu cuerpo y cerró con Gloria bendita al cabo de una hora.

Destacaron El mundo está fatal de los nervios y Del sur p'a el norte (de su trabajo con los Aslándticos), demostrando que también tiene su vena reivindicativa.

Como era de esperar (dado el ambiente extático), Mario Díaz tuvo que alargar el set que tenía previsto ante la insistencia de su público, y el reggae-flamenco del cordobés se extendió hasta prácticamente agotar su magnífico repertorio.

Gloria bendita, que diría el de Córdoba.

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