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"Existe un intento mayoritario por tapar las vergüenzas de la vida"

  • El escritor obtuvo el galardón de esta edición con 'Los asesinos lentos', una novela de humor perverso y tintes kafkianos · "En este libro se plantean preguntas, no se dan respuestas", comenta el autor

Cuando el jurado leyó el fallo de la última edición del Café Gijón, manifestó que la novela de Rafael Balanzá podía leerse "como una obra de género negro o como una historia de crimen metafísico, clave en la literatura del siglo XX". Tan inusual definición describe perfectamente la historia que mereció el galardón y que, bajo el título Los asesinos lentos, acaba de publicar Ediciones Siruela.

-Los asesinos lentos es una de esas novelas que uno lee con la sensación de que el autor se ha divertido escribiéndolas...

-Es que, si no es así, eso se transmite. Aunque hay que sufrir antes un poquito en el proceso de elaboración. Si hiciéremos esto de la clasificación dicotómica, podríamos decir que hay dos clases de escritores: los que buscan una idea durante tres meses y escriben tres años y al contrario, los que buscan durante tres años y escriben tres meses. Yo soy de los últimos, más bien explosivo. Me caliento la cabeza hasta que una idea me parece buena, y me pongo a escribir. La escritura placentera es explosiva. En esta novela, por ejemplo, el proceso de elaboración ha durado en total siete meses: tres de escritura y cuatro de corrección.

-El recurso del arpón, el relato que aparece en la novela, ¿nació antes de la historia principal?

- Como decía en el propio libro, es un truco transparente. El libro Trivialidades es mi libro de relatos, Crímenes triviales, y El recurso del arpón es uno de sus cuentos. En ambos hay alguien impelido a cometer un crimen sin desearlo, arrebatado por unas circunstancias absurdas. Aunque, en un principio, la novela no incluía el relato y se incluyó por una razón práctica: era una novela demasiado corta para unas convocatorias y demasiado larga para otras.

-¿Cree en la casualidad?

-Te respondería como responde Guillermo de Baskerville, el de El nombre de la rosa: "Si tuviera todas las respuestas estaría enseñando Teología en París". Porque esa pregunta, precisamente, es la clave cósmica del Universo. Es la clave de la física cuántica, los confines de la física y la filosofía, todo es azar o no es azar. Mi intuición me lleva a pensar que hay algo más que azar, porque el azar es demasiado azaroso. Decía Einstein que lo más desconcertante del universo es que sea comprensible. Esto es algo asombroso. Y ha conducido a la propia ciencia a formular respuestas asombrosas, paradigmas asombrosos. Se considera que es una casualidad excesiva para ser creíble la existencia de seres humanos, y se ha llegado a teorizar sobre los multiversos: los físicos están haciendo metafísica. Esos universos paralelos son inaccesibles empíricamente, no podemos saber nada sobre ellos sino por la teoría. Otros dicen que el azar no es tan azaroso porque el universo obedecería a una estructura racional: este sería un argumento a favor de la teología, de la metafísica. Yo tengo tendencia a pensar lo que decía Jung: que las casualidades pueden ser significativas.

-'La vida de nadie va hacia ninguna parte', declara uno de los personajes. ¿Desde cuándo dejó de ser anatema afirmar algo así?

-En la historia, el personaje de Valle constituye una especie de heraldo, es una especie de genio maligno que va a descubrirle a Juan una cara de su vida, una vida que, de acuerdo con las apariencias, le va estupendamente. La aparición de Valle le va revelando la verdad. Que la vida no va hacia ninguna parte no ha llegado a ser anatema, aunque hay un intento de la mayoría por tapar las vergüenzas a la vida, tapar ese problema central. Hay una especie de guardián entre el centeno, que sería el pensamiento políticamente correcto, que impide que los ciudadanos adultos-niños se caigan por el precipicio, para que no lleguen a hacerse adultos. Es difícil vivir teniendo esa conciencia trágica. Mi novela plantea preguntas, no da respuestas. El trasfondo de la novela no es nihilista: Valle es nihilista. Para mí, como autor, esto no está tan claro, pero hay que tener en cuenta que la vida podría no tener sentido porque si no, es vivir en lo falso, en el engaño. Ser adultos es ser libres de verdad, y para serlo tenemos que tener previa conciencia de dónde estamos. Hay que tomar conciencia de ese condicional, de ese podría, y eso es lo que plantea la novela. Juan, un hombre superficial, pragmático, va tomando esa conciencia trágica poco a poco.

-La idea de un chivo expiatorio, de un ser que cargue con todo el desastre, es muy antigua, y ha estado presente hasta hace poco. Pensemos, por ejemplo, en las ejecuciones públicas...

-Sí, una especie de catarsis macabra. El 'tú pagas por todos' es, en cierto modo, lo que mueve a Valle a escoger a su antiguo amigo... Está buscando una víctima sacrificial. Sucede que Valle, como todos los nihilistas extremos, está muy cerca del cristianismo: el más descreído está siempre a un paso, está buscando caerse del caballo. Valle quiere una víctima y, de hecho, la base del cristianismo es el sacrificio de uno por todos. Al final de la novela, Cáceres se ha transformado en Valle, ha llegado a su punto de conciencia, en un proceso evolutivo similar al de Sancho y Quijote.

-Una de las conclusiones de la novela es que todos podemos ser, fácilmente, víctimas propiciatorias. Y proponer víctimas propiciatorias. La otra conclusión es que hay una línea muy fina entre la perturbación y la cordura.

-Es lo que hablábamos del personaje de Valle. Cuando entra en una secta, no sabemos si es que se ha vuelto completamente loco o es que los locos son los demás. ¿Dónde está la salud mental, el equilibrio? Esa es la pregunta de la historia. Al final, en el encuentro entre Juan Cáceres y el cura, la narración pasa a tercera persona para que veamos de manera objetiva hasta qué punto se ha desquiciado el hombre. Pero, ¿cuándo está más desquiciado? Lo mismo estaba más loco antes, cuando llevaba una vida absurda.

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