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Cultura

Chimpún para las chiribitas

  • La artista produjo uno de los programas más celebrados de TVE en los 70, 'Música y estrellas'.

Los espectadores jóvenes tendrán una visión muy limitada de quien fue una de las grandes del cine español cascabelero y en una fotografía nos describirían a Marujita Díaz como una señora mayor de grandes gafas, vociferante, espléndida y de maquillajes gruesos, que deambulaba por los platós al recuelo de su romance con la pelvis inquieta de Dinio. En 1999 los españoles no conocían el término cougar y que una racial artista de los tiempos en blanco y negro apareciera de la mano de un maromo cubano causó estupefacción, entre la comedia y una compasión confundida con cierta envidia. Lo que hubiera en realidad entre Dinio y Marujita ellos sabrían, porque lo que supimos los demás fue una sucesión de tertulias y declaraciones que iban de los arrumacos a los odios eternos. Los jóvenes no conocieron a Marujita, la artista; sino a la invitada de Tómbola que soltaba tacos y se vanagloriaba de sus animaciones sexuales. Su novio formaba parte de esa ola inmigratoria en las revistas que trajo un puñado de parejas habaneras a las portadas. Por alguna parte Cuba empezaba a exportar.

La sevillana no sólo fue la pareja de Dinio sino, por ejemplo, la productora ejecutiva de uno de los programas de entretenimiento más animados de la tele de la transición: Música y estrellas. Fue en las tardes de los sábados de la Única Cadena en 1976. Allí Marujita tiraba de repertorio, se enfundaba en mallas y plumones, se arrojaba arropada escalera abajo, mientras compartía números y sketches con cantantes y actores. Juan Luis Galiardo entonando por aires de revista fue una de las sorpresas cantoras de aquel verano del 76, vacaciones anchas de letargo, polos de fresa y tardes sin televisor. Díaz arranca el atardecer de los sábados entre lentejuelas y, boquiabierta, lanzaba como malabares sus ojos de chiribitas, el rasgo más memorable de una artista que le levantaba la falda a la pantalla cada vez que apareció como entrevistada. Eran salpicadas apariciones amables, antes de saltar al abismo marciano. Música y estrellas era un cabaré inesperado en una televisión muy triste y acartonada, donde el entretenimiento puro se servía a cuentagotas, de ahí que sus actuaciones parezcan del Moulin Rouge cuando se rescata la TVE de los buenos recuerdos. Aquel programa de Marujita se grabó en blanco y negro cuando el funeral de Franco ya se había retransmitido en color. En Prado del Reír eran ya así de cutres: andaban aún cortos de colores y destinaban las unidades en blanco y negro a programas estelares. Valerio Lazarov era entonces el mimado que se quedaba con lo mejor.

Hasta tiempos recientes Marujita era de las que no necesitaba estar ahí todo el tiempo. Lucía su "charcutería fina" y sus visones, como una marquesa retirada. Su refugio estaba en la radio. Era una de las contertulias de las tardes populares de Encarna Sánchez, con su espitosa Mesa camilla. Más de una vez puso las bragas sobre la mesa del estudio, mojadas de risa. Aquello era de lo más transgresor, aunque la sevillana siempre hizo honores al espíritu de la Banderita y al Soldadito español. La única compañera que era de izquierdas era Saritísima. La copla nunca entendió de centrismos.

A principios de los 80 ya había dado su pelotazo. Vendió la exclusiva de sus memorias a Semana y en ese relato desgranó su matrimonio de derroche millonario con Espartaco Santoni (frente a las penurias que tuvo que sufrir Carmen Cervera, como le reprochaba) y su fugaz amor, matrimonio y ruptura con Antonio Gades. Con esos dos episodios y una carrera cinematográfica pretérita, la artista tuvo materia para rato. Hasta que llegó Dinio. Por aquellos programas que abrieron la caja de Pandora, como Qué me dices o el mencionado Tómbola, Maruja se hacía la encontradiza y en cada intervención a los reporteros añadía su "chimpún", una marca registrada de ese humor chamberilero que caracterizaba a una andaluza que bromeaba con ser finolis. Con unos cuantos chimpún más las cadenas privadas reclutaron a la pizpireta Pelusa, que terminó siendo demandada en 2010 por Juan Valderrama en unos insultos calientes lanzados por teléfono cuando las redes sociales sonaban aún a chino. Su prolongada decadencia por Crónicas marcianas, Aquí hay tomate o Sálvame no debería ocultar las virtudes artísticas de Marujita Díaz y la voz limpia y risueña de sus tiempos juveniles.

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