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Cultura

Un Bisbal contenido para un Falla desatado

  • El cantante almeriense realizó un repaso por los éxitos de su carrera y por temas clásicos españoles y latinoamericanos durante su actuación en Cádiz

Las veinteañeras chillan como las quinceañeras. Sí señor, el grito ya no es patrimonio exclusivo de jovencitas de hormonas revueltas. Las veinteañeras y las treintañeras también saben darle duro a la sacrificada tarea de animar al artista favorito. Ser fan debe ser cansado, sobre todo, si se va sumando años a las manos que se alzan, a las gargantas que se desgañitan y a los corazones que penden de un hilo a cada golpe de cadera, a cada movimiento de un rizo del cantante deseado. No, no tienen quince años. Pero se divierten y lo viven como si los tuvieran. Sin complejos. Ellas y ellos (que también los chicos se hicieron notar) bailaban y coreaban desde cada rincón de un Teatro Falla a rebosar y Él, el deseado, contenía sus movimientos, su energía, transformado, más maduro, buscando la elegancia y la mesura. Él, David Bisbal, trajeado y ordenado, sin dar una nota al aire y con un equipo de musicazos arropándole en esta gira "más tranquilita" por los teatros.

"No esperéis vueltas y patadas porque no las habrá. Vamos a ofrecer las mejores canciones que se compusieron desde los 60 y también las de mi repertorio", anticipaba el chico de los rizos de oro después de la conmoción que para el público supuso su entrada en el escenario. Bisbal advirtió y cumplió aunque, de vez en cuando, se le escaparan algunas pataditas discretas y meneos más provocativos que fueron acompañados (cada uno de ellos, sí, es así) de gritos y piropos como "¡quien fuera silla!" cuando el almeriense se sentó en un taburete para interpretar uno de sus temas.

El cantante, envuelto en un clima perfecto (gran trabajo de escenografía, luces y sonido) donde mandaban las arañas colgantes, candelabros y una ilusión de cortinaje fruncido, decidió comenzar con un homenaje a su tierra, el tema Almería, a solas con el guitarrista Juan Sánchez (magnífico a la flamenca). A partir de ahí, Bisbal se dedicó, en este ambiente intimista, a realizar un repaso de los temas más populares de su carrera intercalando temas clásicos de autores latinoamericanos y españoles. Los músicos David Palau y Julio Montalvo también estuvieron enormes en la conversión de los temas bisbaleros más movidos a piezas mucho más elegantes que igual viraban al jazz, a la bossa o la salsa, según convenía, a través de percusión, batería, contrabajo y bajo acústico, piano y órganos, y guitarras acústica y flamenca.

Pronto llegaron temas como Ruido antes de que el intérprete quisiera trasladarse a la década de los 60 con Te quiero dijiste de la mexicana María Grever que dejó paso, de nuevo, a temas propios como Lloraré las penas, Ausencia, en una versión que coqueteaba con el jazz y Me derrumbo. Cada canción fue contestada por el respetable con aplausos, el trillado lema "¡Tú si que vales!" y con declaraciones de amor de todas las formas y colores. Desde las bufandas de las chicas de la primera fila decoradas con un impactante "contigo siempre" a los globos que llevaban algunas personas en las manos (eso no lo entendí) pasando por los clásicos gritos de "¡guapo!", "¡precioso!" y demás sucedáneos.

Bisbal se paseaba de un lado a otro de la escena agradeciendo cada gesto con sonrisas, viviendo las canciones con su clásico gesto de morderse el labio inferior y agitando su cabeza de rizos perfectos. "Ahora voy a cantar un tema de uno de los más grandes intérpretes argentinos, Alberto Cortez, una bellísima historia de amor que seguro conocen". Y en el mismo escenario donde apenas hace unos meses disfrutamos del gran cantor, David Bisbal se atrevió con En un rincón del alma, una maravilla de tema que cantó a su manera. "¡No te vayas!", le espetaban algunas de las chicas más entregadas cuando en los versos finales el artista musitaba: "Con las cosas más bellas/guardaré tu recuerdo/ que el tiempo no logró/ sacarlo de mi alma/ lo guardaré hasta el día/ en que me vaya yo".

Como la primera vez, Doy la vida, del compositor gaditano Miguel Linde, tal y como quiso dejar constancia el cantante, y Sombra y luz, un tema escrito por "otro de nuestros paisanos, Alejandro Sanz" se sucedieron en cadena para cerrar un primer tramo de concierto que concluyó con Como olvidar, con vientos muy sugestivos, y Besos de tu boca.

Tras el interludio de guitarras, en el que Bisbal aprovechó para salir de escena y volver a entrar sin chaqueta para deleite de sus fans, interpretó Ave maría, también muy jazzera, y transitar por los 70 con el bolero Adoro, del cantautor mexicano Armando Manzanero, y el imponente Lucía de nuestro Joan Manuel Serrat. Un ambiente dulce que quiso edulcorar, aún más, con su Dígale.

"Llegamos a los 80 y en Andalucía en esa época se podía hacer rock pero sin perder nuestra esencia con grupos que a mí me encantan como Triana, Medina Azhara, Alameda…", explicaba el almeriense que tomó prestada de éstos últimos Luna. Tras ella, el orgullo de ser andaluz se plasmaba con Al Andalus que puso a bailar de pie a todo el Falla y trajo de cabeza a los efectivos de seguridad que no pudieron impedir que las personas sentadas en las últimas filas avanzaran hasta los primeros puestos.

Con Quien me iba a decir, Sin mirar atrás y Silencio se cerraba oficialmente la noche. Pero todos sabemos ya lo que toca. Saludo, aplauso, partida y vuelta. Bisbal comenzaba con sus bises. El primero, un homenaje a Alejandro Sanz ya que interpretó Ella. "Así se enamoraba la gente en los 90. Cómo han cambiado las letras, pero dicen lo mismo. Ojalá algún día un muchacho parecido a mí y en un lugar como éste diga que así se enamoraba la gente en 2010, cuando creé esta canción o en 2012 como ahora", dijo el artista antes de ponerse manos a la obra con Mi princesa. Sin embargo, David recordó una promesa contraída minutos antes. Dedicar el tema a una pareja que se sentaba en primera fila, Raúl y Cristina. "Ah, pero tú querías decir alguna cosa, ¿no?", instó Bisbal al chico que, ni corto ni perezoso, pidió matrimonio (no sabemos si en serio o de guasa) a su acompañante que le respondió con un sí y un beso de tornillo. El Falla aplaudía, entre la estupefacción y el cachondeo, y Bisbal se perdía con la letra cuando comenzó la canción. Pero, qué más daba. El público todo lo perdona. El público estaba rendido a sus pies. Esclavo de sus gestos y Esclavo de sus besos, el cierre a una noche que se vendía como tranquila pero que resultó agotadora.

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