La nueva película del director alemán Ilker Çatak es, como As bestas, ese tipo de filme que convierte al cineasta en una especie de secuestrador: de la mirada del espectador, del sino de la protagonista (una espléndida Leonie Benesch, que habrá terminado el rodaje exhausta), siempre a merced de la violencia de todos los que la rodean. Da igual lo que uno y otra hagan para liberarse de su destino, el director ya los condenó desde el primer minuto lanzándolos en brazos de una jauría hambrienta azuzada, por supuesto, por él mismo a partir de su, seremos prudentes con el calificativo, autoritario guion.
Urdida en ese feo molde hanekiano donde el peor ser humano es una alimaña y el mejor un inconsciente, Sala de profesores va calculando milimétricamente sus trampas (el periódico escolar con niños convertidos en Bernstein y Woodward, la ladrona llorona, el festival de camisas floreadas) para hacernos creer que chicos y grandes, alumnos y profesores, buenas y malas personas, todos ellos, a la hora de la verdad, pueden humillarse y despedazarse, además de meterse en un monumental lío legal, por el dinero de un café.