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El Puerto

Las edades de la Feria

  • Existen tantas ferias como feriantes

  • Los que antes fueron niños en cochecitos, ahora son padres orgullosos

  • Las ferias de los 40 dicen que son las mejores

La típica atracción de los patitos no puede faltar en cualquier Feria que se precie.

La típica atracción de los patitos no puede faltar en cualquier Feria que se precie. / álvaro luna

Si algo diferencia a la Feria de otras fiestas es su capacidad camaleónica para adecuarse a cada público. Desde niños a mayores, pasando por adolescentes y jóvenes. La Feria no entiende de edades. Todo depende del cristal con el que se la mire.

La mirada del niño que aún no anda, con su cara de asombro con las luces, los caballos y la música. La bendita inocencia que anticipa la llegada de los años de la ilusión. Más tarde, llega el niño que nada más pisar el albero piensa en los gigantes con coches, camiones y aviones en miniatura que son para ellos el paraíso de los cacharritos. El niño que sin apenas alcanzar al mostrador trata con maña pescar patitos con su caña. Atentos atisbadores de puestos de helados, gofres o algodón de azúcar. Aquellos que lloran desconsolados al escuchar la célebre frase de "una más y nos vamos", antesala del destierro en la caseta de los padres, solo con el consuelo de jugar con servilleteros, un tablao inestable o un juguete de los puestos ambulantes con el que se les convencerá para alejarse de las calles de la diversión.

Como olvidar la feria de los enamorados, de los amores nuevos y de los viejos

"Pasa la vida" del niño feriante, que crece en altura y sueños. Ese niño que recuerda, de un año para otro, sus atracciones preferidas. Un chiquillo que ya pide a sus padres pinchitos y montaditos de lomo. El niño que camina indiferente ante el mundo efímero que le rodea, tímido e infantil.

También con pocas ferias en sus espaldas, luce esplendorosa una niña con su primer traje de gitana. Flor, peineta y mantoncillo a juego. La ilusión de una princesa flamenca, el primer año de una tradición heredada de su madre, su abuela y quién sabe cuántas generaciones más. Las primeras vueltas en lo alto del tablao. Cuanta belleza la de una niña por el Real.

Pero siguen pasando los años, y los niños dejan de serlo. Las primeras quedadas con amigos del colegio. Paseos sin rumbo ni dirección, pero con la inmensa adrenalina de la independencia. La valentía de esas pandillas de chiquillos, ni siquiera adolescentes, que entre correteos recorren el Real por las calles más alejadas de las casetas de sus familiares. Hoy en día, con el móvil en la mano con sus selfies, sus historias y filtros de Instagram, sus notas de voz de Whatsapp.

Dejada atrás la niñez, florece esa primera juventud quince, y hasta veinteañera. Las primeras salidas nocturnas. Jóvenes agolpados en la fuente principal, punto de encuentro de tantas pandillas. Con pretensiones de adultos, lucen guapas y repeinados. Esas primeras juergas que permanecerán eternamente en sus memorias. El torbellino de energía, en sus casetas de referencia, en las que pocas sevillanas se escuchan. Bailes sin descanso en el maratón de la Feria, aprovechada desde la velada hasta la noche de los fuegos, siempre que se cuente con el permiso de la autoridad pertinente. Proyectos de buenos feriantes, que empiezan a apuntar maneras.

Pronto llegará la juventud veinteañera, cuando se forja el verdadero feriante. Aquí brota el sentimiento y el gozo de los pilares de la feria. Una copa de vino, una sevillana bien bailada, los pimientos fritos y unos pies a prueba de horas de sacrificio feriante. Con la veintena ya bien entrada en faena, llega cierto sosiego. Se pierden las prisas, el ansia por no perderse esa canción preferida. Disfrutar en el mundo imaginario del Real, La Meca social durante varios días. Los amigos que vienen de visita, los rencuentros inesperados o los flechazos entre farolillos. La época de "una copita y me voy" para terminar cogiendo el último autobús. Empieza la Feria a hacer sus efectos inesperados y sembrará en este feriante novato la melancolía por la Feria que se va y la ilusión por la Feria que vendrá. Los tiempos en los que se empieza entender aquello de que "ser buena gente no se compra con dinero".

Como olvidar la feria de los enamorados, "y por lo tanto, locos". "Que vivan las sevillanas andaluzas y españolas", que se tararean al oído al compás de la primera. De los amores nuevos y los viejos, porque "quién pudiera olvidar un amor como se olvida un sueño". Las ferias de las parejas de muchachos, "una aventura que no tiene remedio". Esas miradas cómplices entre la bulla de la caseta. "Esos pensamientos míos que van a buscarla" para "sacar a bailar a la del vestido blanco".

También comienza el tiempo de los que desinteresadamente ayudan a sus hermandades, asociaciones o incluso familias en barras y cocinas de casetas. Domingos de montajes, andamios, brocha y cortinas a la espera de la avalancha de tortillas y serranitos. Tardes de venta de tickets, de llenar infinitas jarras de rebujito, de aguantar al feriante impaciente. Aquellos que empiezan la Feria desde las vísperas, los días de la espera, del "ya huele a feria" con la celebración del pregón del Helo-Libo como pistoletazo de salida a una semana de cante, baile y convivencia. El primer catavino de Fino.

Y de nuevo se cierra el ciclo, y los que antes fueron niños en cochecitos ahora son padres orgullosos. Y comienza de nuevo el guion, ese que nos enseñaron nuestros padres. Esta vez es la mirada del mayor, estrenando sensaciones en el Real de la Feria. Atrás quedan noches de juerga, para sin resquemor aceptar la nueva forma de vivir la Feria.

Pero esos niños serán mayores, se harán adolescentes y dejarán a sus padres en la caseta. Entonces llega esa segunda juventud, si el trabajo lo permite. Porque no son pocos los que trabajan en la Feria. Servicios de emergencia, limpieza, seguridad. Los que montan la portada del Toro, los que cuelgan farolillos, los que siembran las flores en el jardín de la fuente. Los medios de comunicación que hacen del Real su casa para llevar la Feria más allá de las fronteras de El Puerto. Incluso la visión de los gobernantes, sobre todo la de aquellos con responsabilidades directas para que todo funcione como un reloj para el disfrute de los demás. Ellos miran a la Feria con los ojos de la obligación, pero con la satisfacción del deber cumplido.

A pesar de todo, las ferias de los 40 dicen que son de las mejores. Se ha afinado el gusto por el comer, buscando esas casetas donde destaca un plato típico o traen una exquisitez gourmet de la provincia de Cádiz. Amantes de las casetas de "bromas, cuchufletas y un montón de algarabía", donde "de noche y de día El Puerto baila a compás". Las tardes escuchando rumbitas en directo, de fruta fresca y bamboleo. La edad en la que cualquiera se marca una sevillana, a la manera y estilo de cada uno. Amigos de la infancia, la universidad, compañeros de trabajo, cuñados, primos y amigos de amigos a los que se les dice "vente a mi caseta" para que "nunca les falte de ná". Esa feria que describe el que viene de invitado, y al que como anfitriones agasajamos, en una de las ferias más familiares y abiertas de Andalucía.

Y como dice la sevillana, "llevo la sangre en mis venas de mis padres y abuelos". Esos que llevan a sus nietos a la feria "y en sus brazos los columpian para ver si le dicen abuelo". Esas historias de la Feria antigua, la de Crevillet y la Victoria. Los guardianes de las "costumbres de nuestra tierra soberana". Testigos de cuando todas las casetas de la calle principal tenían su propia fachada y verdaderos "cielos de farolillos". Abuelo de título, chiquillo de actitud.

Las edades de la feria, dispares pero irremediablemente unidas. Porque existen tantas ferias como feriantes que la disfrutan. Los que prefieren el día o los que no aparecen hasta la noche. Los que visitan todas las casetas y los que se pasan la feria sin salir de la suya. Los que juegan a los duros en los turrones, los tiritos o los camellos. Los que no salen de la feria sin probar un auténtico pinchito moruno. Los que lo bailan todo y los que, si se animan, acompañan con las palmas.

"Adivina adivinanza, dime cuál es mi ciudad" y si quieres venir a la feria de El Puerto "dame la mano". Que bajo este cielo cabemos todos, de cualquier edad, procedencia y condición. Ay Feria, por tu amor "tengo querencia", tenga los años que tenga.

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