Economía

"O cambiamos los horarios o no habrá mujeres en los consejos de administración"

  • Ex ministro, "socialista y católico", aboga por defender al trabajador, "pero al que trabaja", y por un debate profundo en la financiación de las prestaciones sociales

-Todos los indicadores económicos apuntan hacia un escenario de clara desaceleración, aunque no se habla abiertamente de crisis. ¿Cuál es su diagnóstico?

-El gran problema es el sistema financiero. No porque la banca vaya a quebrar o esté en riesgo, sino porque la falta de liquidez puede estrangular a las pymes. Las empresas españolas se han endeudado aproximadamente en 300.000 millones al año en el último lustro, mientras que el ahorro no ha pasado de los 150.000 millones. Eso significa que la banca ha tenido que captar otros 150.000 millones fuera para prestárselos a ellas. Pero como ahora no hay liquidez en los mercados, lo que captan las entidades financieras se lo quedan, no lo prestan. Ése es el drama, que llegue el momento en que no haya dinero para financiar inversiones.

-¿Qué tendrían que hacer entonces las administraciones?

-En su papel de garante de la competitividad, deberían fomentar la liquidez comprando emisiones o estimulando otro tipo de fórmulas. Si el sistema no estrangula la economía, las empresas, que han cumplido invirtiendo en bienes de equipo, son competitivas y tienen un alto nivel de tecnología, optarán por la exportación. Es la tónica en España: coges la historia de cada crisis y ves cómo cuando encoge la demanda interior crecen las exportaciones. Esperemos que eso sea así, que no haya una gran crisis.

-El modelo que está en revisión basaba buena parte del crecimiento en la construcción. ¿Se sobredimensionó su papel?

-La construcción estaba muy por encima de su realidad, tanto en número de viviendas como en precios, y lo que hace falta es un ajuste en el precio del suelo. La construcción cuesta lo que cuesta, pero lo que no tiene ni pies ni cabeza es el precio del suelo. Puede haber un ajuste a la americana, con una bajada fuerte de los precios, o a la española, donde los precios bajarán poco y el ajuste tarda dos o tres años. Sería mucho mejor un ajuste rápido, pero eso significa reconocer pérdidas y las empresas españolas son muy poco dadas a hacerlo. Los americanos suman, ven las pérdidas, las pasan a cuenta de resultados y a otra cosa. Aquí cuesta más.

-¿Se ha quedado corto el paquete de reactivación del Gobierno?

-Hay que hacer más cosas. Está en la buena dirección, pero habrá más efectos no previstos que el Gobierno tendrá que abordar. Tienen que afrontarse, claramente, cambios en el mercado laboral. Nos ha ido bien con el sistema de concertación social, pero en el mundo que viene será imposible mantener un sistema de sueldos indiciado al coste de la vida, hay que desligarlos de los índices de productividad. Eso va ocurrir nos guste o no, le guste o no a los sindicatos. Otro tema es el de las Magistraturas de Trabajo, que declaran improcedentes el 90% de los despidos. Y también resulta imprescindible, si queremos ser competitivos, reducir el absentismo. No se puede tener esos niveles. No hemos conseguido establecer por qué los médicos dan las bajas a un señor que no puede trabajar en una fábrica pero sí puede ir a recoger la aceituna. Algo no funciona. Coges los índices de absentimo en empresas que se han ido de Andalucía, como Delphi, y...

-Pero en este país hay una tormenta cada vez que se plantea una reforma del mercado laboral.

-Ya, pero es que hay que mover ficha. Yo soy socialista y defensor del trabajador, pero del que trabaja. San Pablo decía "El que no trabaje, que no coma". Yo soy defensor del que trabaja, no del vago. Hay niveles de absentismo absolutamente intolerables. Cuando todo va bien, la bonanza tapa todo. Cuando hay que ajustarse el cinturón, surgen los problemas. Es el momento de abordar los problemas. El trabajador español cumple con creces, pero el que trabaja.

-¿No se ha mitificado en exceso el consenso? ¿Debería adoptar el Gobierno medidas drástica aun a costa de pagarlo en popularidad?

-El Gobierno no puede de ninguna manera delegar la responsabilidad que tiene, aunque eso suponga tomar medidas conflictivas. Felipe González abordó la reforma de las pensiones: le costó una huelga general a un partido socialista y la famosa pelea con Nicolás Redondo [ex secretario general de UGT].

-Otro escollo al que se enfrenta el Ejecutivo es la batalla entre comunidades por la financiación...

-Ése es un tema político en el que no me gusta entrar. Es una cuestión de cómo se articula la sociedad entre regiones y territorios, un tema complejo que los nuevos estatutos han hecho aún más y al que hay que buscar una solución definitiva. Por ejemplo, las regiones llamadas pobres pueden ofrecer servicios a sus ciudadanos que no pueden ofrecer las ricas, y eso no es justo. Si Extremadura puede dar a todo alumno un ordenador y no se puede en Cataluña o Madrid, el sistema choca.

-También se asegura que está en cuestión la unidad de mercado.

-No puede ser que en cada comunidad autónoma las empresas locales tengan leyes o ventajas distintas, porque al final viven de la protección, una nueva forma de arancel. A todo empresario le gusta ser monopolista si puede y estar protegido. Pero es que eso no funciona así. Cuando una Administración se equivoca y hace eso, lo hace mal, porque ni la empresa progresa ni es competitiva ni puede crecer fuera porque sólo vive de la protección.

-¿Qué ha cambiado en el empresario español en los últimos años?

-En el comercio no he visto cambios dramáticos, pero sí en la inversión. Las empresas en los últimos cinco años han aprovechado la liquidez del sistema y los bajos tipos para invertir fuera, y se han convertido en auténticas multinacionales. En el comercio nos hemos desenvuelto peor, porque España nunca ha sido país vendedor. Eso tiene que ver con nuestra historia: el comercio ha sido siempre algo de judíos, no está socialmente bien visto porque hemos primado la producción sobre el comercio. Está mejor vista una persona que produce que otra que vende. Cuando se comercia se habla de pelotazo, de márgenes altos, de abusos… cosa que nadie discute en la producción. La mentalidad del español es la de alguien que monta un taller y sabe que su capacidad de gestión da para una dimensión y no para más, está limitada. Si todo lo que produce lo vende en el mercado nacional, no exporta. Eso tiene problema: cuando tienes que salir fuera tienes que empezar de cero.

-¿Los países emergentes son una oportunidad o una amenaza?

-Para los que tienen marca y productos de gama alta es una oportunidad. A las que no tienen, se las van a llevar por delante. Pero la clave es otra: cuando nuestros competidores eran de nuestro entorno, europeos, nuestro sistema de protección social igual. Cuando tus competidores son países emergentes sin sistemas de protección social, cómo lo financias tú se convierte en fundamental. Hay países en Europa que lo financian con IVA, y todo lo que se vende en el país financia las pensiones, y otros lo hacemos con cuotas a la Seguridad Social. Ahí estás absolutamente penalizado. Ese tema está empezando a cambiar. Merkel ya ha bajado las cuotas a la Seguridad social y subido el IVA. Sarkozy lo ha anunciado. En España hay que abrir el debate, dar pasos para rebajar cuotas a la Seguridad Social y subir el IVA… Nadie cuestiona el sistema de protección, pero sí cómo financiarlo.

-Pero ese debate parecía cerrado.

-Sí, en los 90 hubo ese debate y se cerró en falso. La última rebaja de cotizaciones la hizo el Gobierno socialista de Felipe González, del que formábamos parte Griñán, Solbes o yo. Se cerró el sistema porque era muy cómodo para los políticos que las pensiones se costeasen con la Seguridad Social: si hay superávit se guarda, y si hay déficit se usa lo que tienes de otros años. Ese modelo hay que revisarlo.

-¿Qué le falta al empresario español para ser más competitivo?

-Echo de menos que hay pocos empresarios con ambición global. Cuando estás a cierto nivel, o das el salto o te compra otro más ambicioso. Siendo consejero de Altadis, estuvimos estudiando comprar Imperial Tobacco. Lo tuvimos sobre la mesa más de un año, no tomamos la decisión y ellos al final nos compraron a nosotros.

-Los horarios también son clave en la mejora de la productividad.

-Ahí soy muy radical. Es básico un cambio de horarios, sobre todo para la igualdad de la mujer. Si queremos que tenga las mismas oportunidades que el hombre, la vida laboral debe acabar a las seis y media o siete de la tarde. Si para ser alto ejecutivo hay que estar hasta las nueve de la noche en la empresa, pues no lo serán, porque para ellas los hijos están por encima de todo. Que una ley trate de imponer que el 50% de las mujeres sean directivas es ahora una ficción. A lo mejor se cumple porque la ley te lo exija, pero será mentira: se articulará un consejo de administración ficticio y otro con la gente que de verdad lleve la empresa. Las mujeres son las primeras que no están dispuestas a cambiar: están preparadas, pero renuncian a ascender porque para ellas es más importante cuidar a sus hijos. O le damos la posibilidad de ocuparse de los hijos al mismo tiempo que trabajan o no resolveremos el problema.

-¿Cuál es la imagen de Andalucía?

-Veo una Andalucía muy dinámica, con una nueva clase empresarial, frente a la resignación anterior. Hay un avance espectacular en la innovación, del que se toma nota en toda España, y las diferencias de renta se han acortado mucho. Aquí se vive muy bien, pero hay que abordar cuestiones como el absentismo laboral.

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