Cultura

Vitalismo desesperado

  • 'Poesía completa'. Boris Vian. Ed. y trad. Juan Antonio Tello. Renacimiento. Sevilla, 2015. 592 páginas. 25 euros.

De Boris Vian se ha dicho que ponía la poesía en sus novelas y cultivaba el prosaísmo en el verso, pero semejante juicio implica pasar por alto que los creadores totales no entienden de géneros o que los poetas verdaderos -los que no hacen del oficio un oficio, sino una forma de vida- no dejan de serlo en cualquier página. En su acelerada carrera contra la muerte, que lo alcanzaría antes de cumplir los cuarenta, Vian escribió mucho y de modo febril, como el que sabe que tiene los días contados y se lo juega todo -y además alegremente- en cada partida. Sólo publicó dos colecciones de poemas, Barnum's Digest (1948) y Cantinelas en jalea (1949), que junto a las que aparecieron póstumamente -No quisiera palmarla (1962) y Cien sonetos (1984)- y un puñado de composiciones dispersas forman el conjunto de su Poesía completa, reunida en una edición bilingüe de Renacimiento donde Juan Antonio Tello -casi quince años de dedicación a la obra de Vian, difícil como pocas de trasvasar a otra lengua- ha revisado sus anteriores traducciones, publicadas por Hiperión, e incorporado las que tenía pendientes. El volumen, ineludible, es un monumento al riesgo, la subversión y la imaginación desbocada.

Haciéndose eco de sus afinidades expresas, Tello adscribe a Vian a un linaje lúdico, rompedor, desenfadado, libérrimo, que puede remontarse hasta Rabelais y llega hasta Jarry, padre y precursor de la Patafísica en cuyo Colegio figuraba el poeta junto a compañeros de viaje como su gran valedor y maestro Queneau o el también admirado Prévert. Luminoso y a la vez oscuro o hasta inextricable, pero siempre fresco, bienhumorado, mordaz, Vian comparte muchos de los rasgos del imaginario surrealista -aunque trazó su propio camino, demasiado celoso de su independencia para comulgar con los preceptos de cualquier ortodoxia- y el gusto por la provocación o el desvarío. Es la suya una poética transformadora que genera un mundo aparte, tiene su centro en el lenguaje y pretende agotar sus posibilidades, pero al mismo tiempo resulta indisociable del autor -"no se comprende una obra, se comprende al hombre que la ha hecho"- y reveladora de su circunstancia. Hay veras junto a las burlas que en Vian, el perseguido, hablan de la melancolía del niño enfermo, de su vitalismo desesperado.

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