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Una vida no tan simple | Crítica

El tiempo de la insatisfacción

Álex García y Miki Esparbé en una imagen del filme de Félix Viscarret.

Álex García y Miki Esparbé en una imagen del filme de Félix Viscarret.

La crisis masculina a los cuarenta es el tema central de este nuevo filme de Félix Viscarret (Bajo las estrellas, Vientos de La Habana, No mires a los ojos). Una crisis hasta cierto punto estereotipada desde el prisma pequeño burgués y esa compleja conciliación de la vida profesional (también en crisis, aquí a costa de los arquitectos), la vida familiar y la nostalgia de tiempos mejores que atenazan a nuestro protagonista (Miki Esparbé, nuestro Louis Garrel particular) y a su amigo y socio (Álex García) en una de esas fases malas de todo ciclo.

Con todo, el filme también sabe mirar a los lados, al contrapunto femenino, como espejo no sólo de miserias y patetismo, sino también, cuando toca, como imagen de certezas, comprensión y madurez de quienes pasan por ese tránsito que los ha convertido en tipos gruñones, inmaduros y un poco idiotas.

Una vida no tan simple se mueve así entre registros, con salidas caricaturescas y situaciones paródicas entreveradas de una angustia generacional reconocible, para alcanzar cierta verdad sobre un modo de vida contemporáneo, urbanita y algo autocomplaciente en el que este cronista se reconoce incluso en sus excesos o trazos más gruesos.

El guion del propio Viscarret encuentra en sus tramas adyacentes y desdobles, en sus ecos y tropos recurrentes (la lámpara con ropa encima, los malos aparcamientos, las patinadoras que cruzan las calles por la noche), los apoyos, metáforas y respiraderos necesarios para encaminar sus trazas de comedia hacia una lectura adulta y compleja de las frustraciones y autoengaños del hombre-padre, la crisis de pareja tras la llegada de los hijos, la neurosis y la lucidez femeninas o las ansiedades e hipocresías en esta era del capitalismo tardío y precario.