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Un gaditano para quitarse el sombrero

  • Carlos MosqueraBajo de coros, padre de comparsistas y taurinol Fue pionero en la recuperación del Carnaval tras la Guerra Civil cantando tangos antiguos en el coro 'Estampas gaditanas'

Carlos Mosquera posa en el bar Santi de la avenida San Severiano.

Carlos Mosquera posa en el bar Santi de la avenida San Severiano. / lourdes de vicente

Llega al bar Santi, junto a su casa en San Severiano, con andar cansino pero firme. Apoyado en un bastón. Viene del médico. "Estoy bien, pero con mis achaques. Buena fachada, pero con los tabiques daleados", dice con la misma voz que la de su hijo, el comparsista Faly Mosquera. "Perdona, él tiene la misma voz que yo", aclara . Torrente grave, de bajo de coro antiguo. Y de los buenos. Se sienta al fondo, rodeado de motivos cadistas. "¿Todas esas fotos van a caber en la página?", dice con guasa a la fotógrafa, que le dispara desde todos los ángulos. "Tómate algo, niño". El redactor le hace caso. Y empiezan a fluir los recuerdos.

Carlos Mosquera habla de su calle Pasquín natal. Él se considera viñero, aunque técnicamente La Viña comience de Sagasta hacia La Caleta. A San Severiano llegó hace más de 40 años. Antes se había labrado un futuro como mecánico en talleres. Por entonces, Astilleros le parecía "un penal, con esas puertas tan grandes y esa sirena". No era de su gusto, pero allí acabó. "Ocurre que me iba a casar y la cosa se ponía seria. Me presenté a unas plazas en Matagorda y aprobé", recuerda. Salía en coros, pero tuvo que dejar la batea. "Me sacaron de Matagorda para el Astilleros nuevo, que estaba arrancando y me necesitaban para los primeros pasos. No tenía cabeza más que para planos y máquinas nuevas. No podía ya aprenderme las letras y las habichuelas estaban antes", apunta.

Sin mi sombrero no soy nadie. Pocas personas me han visto sin él. Si me lo quito es como un striptease"

Porque estamos hablando de un reputado bajo y de todo un pionero de la recuperación del Carnaval tras la Guerra Civil gracias a su participación en el grupo 'Estampas gaditanas'. "Estábamos a finales de los años 40 cantando tangos antiguos en la Velada de los Ángeles y nos escuchó el gobernador, Carlos Rodríguez de Valcárcel. Él mismo dijo ¿por qué no van a salir estos hombres a cantar a la calle? Y ahí empezó todo. Las agrupaciones volvimos a salir y desde entonces lo que ya todo el mundo sabe", cuenta. Luego formó parte de ilustres coros como 'Los molineros holandeses', 'Los pintores', 'Los gondoleros de Venecia' o 'Las máscaras caprichosas'. Siguió metido en "este laberinto" del Carnaval por sus hijos Carlos -fallecido en un accidente de tráfico- y Faly. Este último lleva 43 años de manera ininterrumpida en en la fiesta. "Teno el orgullo de tenerle como hijo", dice emocionado.

Tangos y pasodobles aparte, a Carlos lo que de verdad le gusta es la tauromaquia. Hizo sus pinitos. Más bien escarceos de chavales "medio chalaos" que jugaban a ser toreros en aquellas dehesas del Matadero. "Había cuelo algunas veces para dar unos pases a unos novillitos, que de vez en cuando venían entre las reses palurdas. Pero para ser torero había que tener un buen padrino o ser millonaria. Como ocurre ahora. Y no era mi caso", relata. Evoca nostálgico la plaza de toros. "No quiero molestar a nadie, pero no se derribó por mala cimentación, sino por lo que se derribó... ahí lo dejo". Y ahí lo deja porque no quiere desvelar el misterio. O no es un misterio, pero él no se quiere meter en , como se dice en Cádiz.

Si algo caracteriza a Carlos es su mascota. La lleva desde joven como seña de identidad. "Pocas personas me han visto sin ella. Sin mi sombrero no soy nadie". Tanto que considera que quitárselo es para él "como un striptease". Dice que tiene siete u ocho ejemplares. Para invierno y verano. Los lleva con elegancia, a la manera gaditana de 'Los enteraos' del Selu. Bromea al afirmar que muchas personas al ver sus pobladas patillas "creen que tengo una gran cabellera, pero me quito el sombrero y estoy calvo perdido".

El hombre del bastón y la mascota estira las piernas cada día dando la vuelta a la manzana. Ahora se pone taurino y asegura que en realidad es su matinal vuelta al ruedo. "Luego llego a mi casa, me quito el sombrero y saludo al tendido", concluye. Y es que el arte nunca se corta la coleta.

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