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Perfiles. José María Vinardell, catedrático de Filosofía

Un enciclopedista

  • Maestro dotado de rica y aguda curiosidad

DESDE hace muchos años -quizás demasiados- sus compañeros lo hemos considerado como la personificación de la cultura. Algunos amigos lo seguían en la práctica de la natación y del buceo deportivos en el espigón de Castillo de San Sebastián -¿recuerdan el Club Levítico Tiburón?-, otros lo acompañaban todos los domingos a los baratillos instalados en los alrededores la La Plaza, para comprar libros de literatura, de historia y de arte, otros iban con él todas las tardes a escuchar música clásica al domicilio de don Manuel Cortés, y otros integraron el coro que él mismo dirigía. Y es que Pepín "El Cultura", ya desde comienzos de los años cincuenta del siglo pasado, era un ávido lector y un esmerado cultivador de las ciencias, de las letras y de las artes. Después, estudió Filosofía y Letras, se especializó en Filosofía, fue Catedrático de esta disciplina y dirigió un Instituto de Bachillerato.

A mí siempre me llamó la atención su manera acompasada y serena de contemplar el mundo y de vivir la vida, y, también, su forma, a la vez abstraída y atenta, de tratar a las personas, -a los compañeros y a los alumnos-: ese estilo que, probablemente, tiene algo que ver con la cortesía retraída de los sabios. Es posible que su actitud entre dubitativa y ensimismada sea una manera de suavizar, con los gestos y con el tono de voz, el volumen de las cosas que él sabe y la autoridad con que quiere decirlas. Pero hemos de tener en cuenta, además, que José María Vinardell Crespo es un intelectual que encarna el espíritu crítico y que no se conforma con ninguna doctrina completa o preconstruida.

Hombre dotado de fina sensibilidad y de extensa cultura, José María alumbra un talante y un discurso vital, pausado y pautado por melodías distintas y por sones diversos que tienen mucho que ver con su calidad intelectual y con su estatura humana. Maestro dotado de rica y de aguda curiosidad, es un verdadero enciclopedista contrario a esos especialistas que son inca­paces de abarcar territorios distintos al de su estricta y reducida parcela del saber. Apasionado de la lectura y de la reflexión está visiblemente apartado de las vulgares ambiciones y siempre se mantiene fiel a su condición de pensador. Profesa una inquebrantable lealtad a las tareas más nobles y señeras de la cultura tradicional y contemporánea.

Con exactitud, con precisión, con sensibilidad y con sencillez, pronuncia unas palabras que son enemigas de las nieblas de la ambigüedad y de la irracionalidad de la violencia. Y su pensamiento -en la encrucijada de la Filosofía, de la Psicología y de la Lingüística, es una palanca espi­ritual poderosa que le impulsa a comprender la vida y que lo conduce, ante todo, a encontrar la comprensión del hombre desde el hombre, con sus virtudes y con sus pasiones, con sus defectos y con sus limitaciones, con sus frustraciones y con sus ilusiones.

Este gaditano, antiguo alumno del Colegio de la Viña y del Seminario Conciliar de San Bartolomé, ilustra mi tesis de que el paso del tiempo ennoblece a los seres inteligentes y a las personas bondadosas: la edad los hace más sabios y más buenos. Ésta es la explicación de otra afirmación tautológica que algunos lectores, sorprendidos, interpretan como una fórmula vacía. Me refiero a la siguiente expresión que suelo repetir con alguna frecuencia: "La vida humana, humaniza".

Este gaditano ilustra aquella teoría según la cual el paso del tiempo ennoblece a los seres inteligentes y a las personas bondadosas: la edad los hace más sabios y más buenos. Aunque es cierto que las enfermedades degradan la calidad de la vida humana e, incluso, que la vejez deteriora algunas de nuestras facultades, también es verdad que muchos ancianos alcanzan los niveles más altos de calidad, precisamente, en la última etapa de sus vidas por la sencilla razón de que nunca han parado de aprender de los más jóvenes. Si observan José María y si se fijan en su manera de hablar y, sobre todo, en su forma de preguntar, llegarán a la conclusión de que él sigue siendo un aprendiz de la palabra y de la vida. Yo he prestado atención, sobre todo, a la limpieza con la que pronuncia las palabras y a la propiedad con que las emplea, a su amplitud de registros y a la variedad de sus matices. Su figura, discreta y serena, refleja, no sólo un carácter afable y equilibrado sino, sobre todo, su complacencia serena, su amable sosiego y su profunda gratitud por, simplemente, vivir de forma humana.

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