Esther Gordillo, joyera

"Más allá de la pieza, una joya es valiosa por lo que quiere plasmar"

  • Detrás de todo lo que brilla. Abogada de formación, diseñadora por gusto y oficio, está al frente de uno de los negocios icónicos de la ciudad

Todo el mundo sabe qué es Joyería Gordillo. La firma -que mantiene dos locales en la capital y a ocho personas trabajando en tienda, más el personal de taller- comenzó a funcionar en Cádiz en la década de los sesenta, cuando el fundador, Antonio Gordillo, decidió continuar como propietario con el negocio en el que había estado como empleado. Su hija, Esther, es quien se encuentra ahora al frente de la firma, realizando tanto trabajos de gerencia como de diseño. Distribuidor oficial de Rolex, como joyería, Gordillo se ha especializado en firmas y nombres franceses y en el género con brillantes.

-El rótulo de Gordillo es un referente en el recuerdo de todos los gaditanos. Pero no siempre estuvo ahí.

-Los inicios como joyero de mi padre, Antonio Gordillo, están en Córdoba, donde comenzó como aprendiz en un taller... Luego vino a Cádiz y comenzó a trabajar en una joyería en la que, con el tiempo, a principios de los sesenta, le dieron la opción de comprarla. Algunos recordarán que la tienda estaba en Sagasta al principio, antes de pasar al local de San Francisco, que es donde estamos ahora -y luego, la apertura en Cayetano del Toro, en 2006-.

-Y usted se encargó de tomar el relevo. ¿Pensaba de joven que terminaría llevando el negocio familiar?

-Pues no. Yo hice Derecho, y estuve ejerciendo un año... pero no me convenció, ni siquiera para sacarme una oposición, y me metí en la tienda. Como todos hacíamos antes, ya había ayudado en campañas de Navidad, a hacer paquetes... pero es muy distinto a tomar las riendas en serio.

-Y a su padre, ¿le sorprendió?

-No sé si le sorprendió, pero desde luego, se puso muy contento. Pienso que, por el hecho de ser la mayor, existía esa especie de conciencia de que era a mí a la que le tocaba continuar, si se continuaba...

-¿Sólo hace tareas de gerente?

-No sólo pero, aunque también me gustaría estar vendiendo, hay demasiado papeleo... Y también están los diseños.

-Que imagino es lo que más le gusta.

-Ahí es cuando más disfruto. Al fin y al cabo, es la esencia del oficio, la parte creativa. De hecho, al diseño de modelos me suelo dedicar los sábados por la mañana, cuando estoy más tranquila y no tengo que atender ni a proveedores ni a nadie. Es esencial, también, estar atento a lo que ocurre: la inspiración te llega de lo que estás viendo, sea lo que sea, pero es muy importante saber de lo que se habla, por dónde respira el sector, ver qué se está haciendo... Muchas veces, uno va a ferias y encuentros exclusivamente para eso, aunque no llegue a comprar nada. Ambas cosas son iguales de necesarias.

-La joyería de lujo, ¿se asocia demasiadas veces a lo clásico?

-Pienso que sí... que existen ideas predeterminadas de lo que uno tiene que comprar cuando compra una alianza, cuando compra una pieza determinada... Parece que da miedo ir un poco más allá del canon de modelos ortodoxos. No termino de entenderlo, ya que creo que lo realmente interesante está en la innovación, en esa habilidad de plasmar el espíritu de la época en la que estás. Con el tiempo, eso será la referencia de nuestro tiempo... Pero en fin, esa es también la filosofía de todo el diseño y de la moda en general.

-¿Y qué dicen las modas ahora?

-Pues se trabaja mucho la mezcla con piedras de color y piedras semipreciosas. O el empleo de materiales poco convencionales en los modelos, como pueden ser cerámica y brillante. Y los extremos: tanto las piedras grandes como las pequeñas, con corte minimalista, pero en mucha cantidad. Se llevan muchísimo las estrellas, para atraer a la gente muy jovencita.

-Que no es precisamente el sector en el que uno piensa cuando piensa en joyas...

-Parecen tener poco interés, pero luego, cuando reciben algo, un regalo, una herencia de la abuela... les gusta mucho. Entran muy bien con los materiales blancos y el oro rosa o amarillo.

-Y a usted, ¿qué es lo que le gusta llevar?

-Las piezas grandes. Siempre llevo una sortija grande en la mano, de corte moderno. Suelo combinar mucho el diamante con las piedras de color, o con diamante negro. De pendientes, en cambio, excepto en fiestas, suelo llevar unos brillantes pequeños.

-¿Qué se aprende tras el mostrador en un negocio tan particular como este?

-Muchas cosas pero, sobre todo, a cerrar la boca. Es lo que más te piden: me caso, pero no se lo digas a mi madre; es una sorpresa, no se lo digas a mi hija... A quien acude, solemos marcarle momentos muy importantes en su vida, así que el trato termina siendo más de amistad. Son muchas horas atendiendo al cliente... luego es verdad que es muy agradecido, cosa que no sé si ocurre en otro negocio. También te digo que quien viene, más que la ostentación, lo que busca es la discreción.

-¿Cuál diría que es la clave de un negocio como la joyería?

-Hay que ser honesto. Prefiero no dar salida a una pieza que veo que no encaja o que está anticuada. Los que trabajamos en joyería debemos practicar lo contrario del engaño.

-¿Y la clave de la casa?

-Pues como firma, digamos que los relojes también son nuestra apuesta, sobre todo la Relojería Suiza y en especial relojes Rolex, como la insignia en nuestra tienda. De ahí el espacio tan exclusivo que le hemos dedicado dentro de nuestras instalaciones, así como a su servicio técnico. Y en joyería, la especialización en el género con brillantes.

-¿En qué han cambiando las cosas en cincuenta años?

-Uuff, muchísimo: desde las modas, que algunas llegan para quedarse; otras, para revivir; y otras, para desaparecer para siempre; al modo de enfocar campañas como la navidad... En las obras de remodelación del local que hemos tenido hace poco -y que han contemplado también la instalación de la puerta doble-, se había programado ya el espacio dedicado en exclusiva a los relojes Rolex, en la línea de especialización que te comentaba. Para mí, quizá uno de los elementos que registren más el cambio de época respecto a los años sesenta y setenta, por ejemplo, sea la sustitución de mostradores por mesas: entendemos que el cliente demanda cada vez más tener esa sensación de trato personalizado.

-¿Qué va buscando quien adquiere una joya de valor?

-Bueno, por un lado podemos apuntar que el precio de una pieza incluye no sólo la calidad de las piedras, que es alto, sino las horas de trabajo, que cambian en cada modelo pero que tienen una media de unas cuarenta, y que incluyen distintas especializaciones: el fundidor, el que hace el molde, el envasador... Pero hay cuestiones en el valor de una joya que van más allá de lo crematístico. No se va buscando el objeto en sí, que por supuesto también: calidad, como decíamos, buen acabado, que aporte algo, cierta cualidad hipnótica, que es lo que nos fascina... Pero todo eso quizá sea lo de menos. Quien viene aquí, viene buscando concretar algo tan inmaterial como lo hermoso, o el buen gusto. Y, sobre todo, acude buscando materializar un sentimiento o un recuerdo, que eso sí que es algo dificilísimo de computar... Es un objeto valioso más allá de su valor objetivo.

-Siempre se ha dicho que el lujo es, no sólo el sector que mejor resiste la crisis, sino el único que crece en periodos de depresión.

-Pues sólo puedo decir que nosotros, los años de crisis, desde luego que los hemos notado. Para el sector también han sido años muy duros.

-¿Qué pieza diría que es imbatible como legado?

-Un diamante. Es el legado por excelencia y su valía siempre está en aumento.

-Pregunta que nos hacemos todos, tarde o temprano: ¿el buen gusto implica dinero?

-En absoluto.

-Yo no uso, pero dicen que con las joyas ocurre como con los tatuajes: que parece un mundo que te es ajeno hasta que te introduces en él, y entonces, es muy difícil hacerte sólo uno.

-Jajaja. Pues yo diría que sí, que es algo parecido. Ojalá empieces pronto.

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