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Efecto moleskine

Ana Sofía Pérez-Bustamante

Tajo de las figuras

TTiene Dámaso Alonso un poemario, Gozos de la vista, consagrado a "la hermosura que vi". Yo añado hoy a su libro una excursión a los Alcornocales con María Lazarich, profesora de prehistoria de la UCA, y un grupo de estudiantes de primero. Empezamos por el Centro de Visitantes El Aljibe. Allí hay un jardín botánico donde el turista urbano puede empezar a aprender que de la jara pringosa se saca el ládano, que se usa contra la tos y en perfumería: la resina del Cistus ladanifer huele a esos geles de ducha que nos transportan a la selva. Dentro del edificio está la réplica de una tumba perteneciente a la necrópolis del Paraje de Monte Bajo, hoy cubierta por el embalse del Barbate, en el término de Alcalá de los Gazules. Son tumbas en forma de cueva artificial (excavada por el hombre). En una se encontró un cuchillo de sílex de casi 35 cm. de largo: un cuchillo jamonero de la Edad del Cobre. Otra mostró que, antes de dar sepultura a los miembros de un linaje, se sacrificaron dos perros: quién sabe si sería el tótem del grupo, o si el perro tenía la consideración, como el can Cerbero, de guardián del otro mundo.

Subir al abrigo del Tajo de las Figuras es emocionante. Se divisa desde la cueva todo lo que fue la laguna de La Janda, y en sus paredes se ha pintado un santuario de la fertilidad: ciervos de enorme cuerna con el miembro erecto y bramando en la berrea. Hembras paridas paseando con su crías en manada. La avutarda seguida de una larga fila de polluelos. Los largos cuellos de los flamencos y las patas abiertas de las fochas. Por el techo se aparean las aves. Dos figuras humanas bajo un arco escenifican ¿qué? ¿Son Adán y Eva? Es un lugar único en el mundo, con un tipo de arte rupestre único también: arte sureño naturalista, distinto del esquemático levantino, equiparable a Altamira. Si todo el Parque de los Alcornocales fuese declarado Patrimonio de la Humanidad, se podrían allegar recursos para poner en valor el rico conjunto de abrigos pintados, dólmenes y sepulturas. Entre alcornoques, quejigos, aulagas. De noche se ven tantas estrellas, y tantas condensaciones nebulosas de la vía láctea, que es imposible no sentir el temblor del universo. "Compañías etéreas nos habitan.

No estamos/ solos. Hay un silencio de acurrucados ángeles/ dentro del alma. Allí las mudas multitudes/ de la hermosura vista, sólo aguardan mandato/ para alzarse…". Parece mentira haber vuelto a asistir, en las paredes de una cueva, a la invención del mapa del paraíso.

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