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La firma invitada

Manuel A. González Fustegueras

Peatonalización y comercio

AUNQUE "peatones somos todos", hay grupos sociales que temporalmente se encuentran alejados de las demandas de los viandantes como prioridad. Muchos de ellos se preguntan: ¿qué repercusiones tiene para el comercio?, ¿con la peatonalización es posible mantener la competitividad del comercio tradicional frente a las nuevas formas comerciales? Intentemos contestar a estas preguntas.

Plantearse las condiciones que un establecimiento y/o una zona comercial ha de tener para ser atractivas es plantearse el gran tema de la competitivilidad, hoy, de las actividades comerciales. Y dados los hábitos de compra actuales, la capacidad de atracción de una zona comercial es función, en buena medida, de la accesibilidad de la misma. Pero, cabe interrogarse sobre si la accesibilidad, y por derivación la capacidad de atracción, opera de la misma forma para el comercio tradicional y para en las formas comerciales en gran superficie.

Para ello debe diferenciarse entre dos actividades o funciones socio-urbanas distintas: "Ir a comprar" / "Ir de compras". Mientras la primera (ir a comprar) tiene un objetivo claro, y es la única que es de aplicación a las nuevas formas comerciales (normalmente no se va a un hipermercado a "ver"), la segunda (ir de compras) es patrimonio del comercio tradicional. Para la venta de productos especializados o de cierta calidad, que en principio encuentran su ubicación en el comercio tradicional, debe asegurarse la máxima transparencia frente al consumidor. Y la máxima transparencia, al margen de otro tipo de consideraciones (información sobre precios, escaparates y libre entrada...) cabe asegurarla a través de las facilidades dadas al consumidor para el acceso al punto de venta. Es decir: facilidad de acceso externa (a la zona comercial) y movilidad interna en la zona comercial.

La accesibilidad debe plantearse en relación con la funcionalidad urbana, en torno al "ir de compras" o "ir a comprar", en torno a una oferta multisectorial especializada en numerosos puntos de venta o a una oferta multisectorial en una única unidad de venta. En las grandes superficies, donde el éxito y la capacidad de atracción se basan no en una diferenciación de la calidad, sino en unos precios más bajos pero que normalmente operan con un mayor volumen de compra, exige el desplazamiento en automóvil para transportar el producto de la adquisición. Frente a ello, el "ir de compras", como actividad complementaria al pasear, exige una especial protección al peatón. Avanzar en torno a un eje comercial, con ofertas a uno y otro lado, donde las tiendas se abren sobre el espacio urbano.

La calle como un escaparate sin solución de continuidad sólo es posible en unas condiciones ambientales adecuadas de protección. La peatonalización significa un aumento de la capacidad de atracción en las zonas centrales si éstas se destinan a un comercio especializado, a un comercio donde el consumidor -en los términos en los que hemos definido la función- "va de compras", pasea y compra.

Que la capacidad de atracción aumenta, lo demuestran diversos estudios de las experiencias españolas y europeas -ya sean alemanas, austriacas, holandesas, inglesas, etcétera- y también en los Estados Unidos. Estudios que todos ellos han tenido como criterio inicial el que la calle hubiera sido utilizada inicialmente como una vía de tráfico motorizado. En todos estos estudios se constata que la peatonalización ha provocado: un aumento del flujo peatonal que, en grandes ciudades alcanza hasta un 50% de incremento; una renovación comercial de la zona, con tendencia a la especialización; un considerable aumento de ventas en los comercios; la elevación del precio del suelo y de los alquileres; presión para la ubicación en la zona de las grandes cadenas comerciales especializadas; la aparición de una serie de actividades espontáneas y de animación (manifestaciones culturales y políticas, convivencia, comunicación y esparcimiento).

Y, cómo no, una oposición inicial de los comerciantes, a la que paradójicamente sigue por parte de los mismos una petición de ampliación y una política de promoción.

Y es que la peatonalización tiene, como me decía un periodista el otro día, cuatro fases, como los encuentros con seres extraterrestres; a saber: la primera es el avistamiento, que se da cuando todavía no se han metido las máquinas pero ya están los comerciantes con caras zaheridas y mandando imprimir las pegatinas; la segunda fase es la evidencia, y se caracteriza por no saber cómo usar una calle que suena a raro, pero que ya está ahí; la tercera es el contacto, la plena integración de la criatura en su contexto, el goce y disfrute gregario de las nuevas posibilidades; y la última fase es la abducción total, la entrega completa a la peatonalización.

En definitiva, peatonalizar una calle es hacerla más segura para el comprador y por tanto más atractiva, en el doble uso de la palabra. El respeto a los adoquines libres de ruedas y a los centros históricos libres de humos es, además de un modo de revitalizar barrios antiguos devolviéndoles su esencia, una forma para incrementar el turismo y la economía de estas zonas a través tanto de los espacios monumentales libres de vehículos, como del apoyo a los pequeños comercios que, en muchos casos en nuestros centros históricos, a diario abren sus puertas esquivando los turismos, furgonetas y motocicletas que se apropian de sus escaparates, mientras critican la falta de plazas de aparcamiento.

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