Efecto moleskine

Ana Sofía Pérez-Bustamante

Víctor, Venecia

UNO de mis alumnos, haciendo un trabajo sobre La colmena, ha dado en defender que no existe el tiempo. El razonamiento tiene que ver con Einstein, la física quántica y los universos posibles que no tienen por qué funcionar como el nuestro. De donde se sigue que eso del tiempo lo hemos inventado nosotros, y es algo propio de una subjetividad errónea, reduccionista y cosmoprovinciana. He aquí cómo en las aulas de la UCA resurge Parménides, que no en vano tiene puntos de contacto con Platón. (Mi alumno es tan joven como idealista.) Hay críticos que sostienen que la filosofía de Parménides arranca de una experiencia mística. No es difícil de imaginar. Cuando se pronuncia la palabra mística, los católicos piensan en los santos y los no creyentes, en monjas epilépticas sublimando el apetito sexual. En un sentido amplio, la mística es una experiencia integral de comunión con el cosmos. Como la providencia, o el azar, siempre dispone las cosas de modo que si uno abre la boca para afirmar A ("estoy con Heráclito"), inesperadamente descubre B ("pues no era tontería lo de Parménides"), esta semana estuve por primera vez en Venecia. Ahora que he vuelto queda en mi memoria la imagen de una ciudad como una aguamarina suspendida en el azul. Les ahorro las iglesias y palacios, las calles de agua, los jardines secretos, el laberinto de puentes, la intimidad de la noche y sus farolas de fanales rosa, el absurdo de una orilla edificada, la fascinación profunda del cristal. (Les ahorro también el gentío y mi valoración negativa de la Guía Clave de Espasa.) La sensación del éxtasis es la que expresó Marino Marini en una escultura que se asoma al Gran Canal desde la terraza del palazzo de Peggy Guggenheim. Se llama El ángel de la ciudad (1948) y es un hombre-niño que, sentado sobre un caballo manso, estira las piernas con el pene erecto, abre los brazos para abrazar el aire, la cabeza girada al cielo para recibir toda la luz. Así el viajero en Venecia. Paradoja total: en medio de una de las ciudades más llenas de estratos del arte material, formal y suntuario, un poema visual de "arte pobre" de Mario Merz, escrito con tubos de neón: "Si la forma desaparece, su raíz es eterna" ("Si la forma scompare la sua radice è eterna", 1989). Tanta discusión con mi alumno Víctor para terminar así: descubriendo un túnel en el tiempo que conduce al éxtasis de Venecia, un agujero negro donde se compacta toda la belleza en un delirio atemporal.

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