EL Real Madrid es, esta semana, la única fracción de la Marca España que ha llegado a las páginas de los periódicos filipinos. En el estadio McKinley se puede ver estos días a los entrenadores Daniel Landáburu, Jose Agustín Soto García y Joaquín López dando clase a 360 niños y 36 entrenadores. Repetirán experiencia en Baler. En el lugar de los últimos de Filipinas explicarán a otros 120 críos y 12 entrenadores que lo que ahora importa a unos cuantos campos de fútbol de distancia es ser los primeros de La Liga, algo que de momento no se ha conseguido.

Otro que compite es Pacquiao, el hombre que ciertamente ha conseguido ser lo más parecido a la Marca Filipinas en España. Nunca se había hablado tanto de boxeo y, mucho menos de un deportista del archipiélago hasta que peleó y perdió con Mayweather con una gran polémica que ensancha la tradición de golpes bajos fuera del cuadrilátero que acompaña a este deporte desde el día en el que dos se pelearon en el Neolítico, por lo menos. Le vendrá bien a Pacquiao estar curtido en golpes bajos ya que quiere ser senador y eso, en este país es complicado.

Pero volvamos a la Marca España. En veinte segundos Rafael Nadal me anima a comprar las entradas del Mall of Asia Arena para no perderme su primera visita a Manila. Viene a disputar un torneo de exhibición pero al ser 6, 7 y 8 de diciembre se va a encontrar una Manila con fiebre altísima de Navidades, más aún en el MoA. Marcas, marcas y más marcas (comerciales). Como el centro de Madrid, imagino, pero a 30 grados y sin puente. ¡Ay el puente! Ya abierto, no se ha colado como Marca España tanto como me hubiera gustado. Pero la publicidad hará que pronto se convierta en un símbolo de Cádiz y que su silueta invada los imanes que se pegan en las neveras. Acabo de traerme para el lejano Oriente uno de Malmö y allí está el tramo atirantado del puente Oresund que tanto dio que hablar hace quince años por envidia. Aquello si que fue, y sigue siendo, auténtica Marca Cádiz.