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José Manuel / Ruiz

Los comienzos de la Junta de Procesiones (I)

DANDO un valor inmenso y eterno en la historia de nuestras hermandades y cofradías, la figura de Don Cayetano es recordada hoy más que nunca. Se fue de este mundo físico pero nos legó su espíritu para siempre. Es su Cuaresma, es su merecido momento y conviene recordarlo merecidamente en una de sus grandes facetas. El ilustre gaditano, cuya memoria es honrada hoy en el centenario de su fallecimiento, no solamente llenó sus compromisos en la política, la ciencia o en otras múltiples facetas. Casi sin tiempo alguno por su polifacética vida y de forma soberbia y ejemplar, alimentó con su inteligencia a una Semana Santa que iba a la deriva marcando en ella unos claros patrones, sus reglamentaciones más elementales, e imponiendo ante todo la base esencial de esta festividad: un profundo respeto y una gran y devota religiosidad. No nos vamos a remontar todo lo debido en el tiempo, solo relataremos algunas cuestiones recogidas en archivos y prensa local, así como documentos facilitados por el secretario de la Asociación que lleva su estimado nombre, mi amigo personal Ángel Guisado Cuellar. Obviaremos pues aquellos longevos bandos emitidos a primeros del siglo XIX en periódicos destinados a mantener toda clase de irreverencia, desorden y escándalo en las procesiones. Rememoramos ya aquellos años ochenta del decimononio, donde había una Comisión encargada del fomento para la Semana Santa. La misma, estuvo presidida durante un tiempo por el obispo Jaume Catalá y Arbosa, que sería figura importantísima y que tras unos años de gran letargo, había conseguido que hubiera dignas procesiones de Domingo de Ramos a Viernes Santo. Sin duda, la llegada de la Orden Tercera de Servitas, completaba aún más estos cultos religiosos. Igualmente, la proyección de cara al exterior, aunque insuficiente, iba surgiendo algo de efecto. Se trataba sobre todo de la petición de trenes especiales entre las poblaciones vecinas de Jerez y Sanlúcar de Barrameda y el envío de programas para su difusión a las alcaldías cercanas. Se abrían también en algunos templos de la ciudad suscripciones, ¡tan importantes estos patrocinios!, para que los fieles ayudaran con donativos y así sufragar estos cultos externos.

En cuanto a las subvenciones solicitadas por la Comisión y asistencia o no del Ayuntamiento a los cultos externos, los debates en las sesiones plenarias al llegar los días previos y cuaresmales se hacían eternos. Así en relación con la Semana Santa de 1882 y a modo de ejemplo, vertimos uno de esos momentos narrados en los rotativos: "Esto dio lugar a un largo debate en el que tomaron parte los señores Moreno Espinosa, Arizmendi, Jiménez Mena y Rodríguez, en el que, como era de esperar, salieron a relucir el culto externo, los deberes de la minoría del Municipio y otra porción de cosas más que eran de cajón, hasta que por fin a propuesta del señor Rivas se acordó conceder solo 1000 pesetas. También se acordó, después de otra discusión, no menos entretenida, que el Ayuntamiento asista a los Oficios (…)". En ese mismo año, llamaron vistosamente la atención los adornos en la actual calle Ancha: "Durante las noches de Semana Santa, se iluminará convenientemente la calle del Duque de Tetuán, colocándose grandes candelabros sobre los pedestales allí instalados (…)". Serían estos quizás los últimos años de cierta bonanza en nuestros cortejos y se abría un periodo incierto y complicado.

La falta de consignación en los presupuestos para nuestras procesiones era la nota predominante y los diarios miraban hacia la capital hispalense dando la espalda a la nuestra, halagándola en múltiples aclamaciones e intentando rellenar los lugares vacíos de su publicación. Desde el Ayuntamiento y en plena Semana Santa, se desviaba la atención anunciando por ejemplo mejoras para las venideras festividades del Corpus Christi… En 1886, cuando se pensaba formar una nueva Comisión que estudiara la recuperación de la festividad, el diario 'La Palma' del acreditado Adolfo de Castro, se encargaba de hundir más aún si cabía la ya maltrecha reputación de nuestras procesiones. Un artículo sin escrúpulos, sacaba los colores de nuestras cofradías al público. Así, recogemos un extracto del mismo: "Esos penitentes o harapientos, ridícula y pulidamente adornados con túnicas caprichosas; ese hacinamiento de los mismos en procesiones, esos capuces levantados, esas caras festivas, esos devotos a bandadas recorriendo la población y los templos de Baco, todo eso es un espectáculo repugnante, grosero y ofensivo a la santidad de los días de la Semana Mayor. Bueno es que se presenten a la veneración de los fieles los pasos lastimosos de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo para inspirar devoción: pero sáquense las imágenes de buena escultura y decorosamente vestidas. No todas son para exhibirse por las calles y plazas. Algunas en los nichos de los altares, en el recogimiento del templo y a media luz del día o a la de las velas o lámparas, inspiran atrición. Pero sacadas de aquel lugar, no conmueven; antes bien, si se le atavían con accesorios inconvenientes, perjudican al efecto que se anhela". Asimismo, concluía dicha publicación reseñando que el espejo lo debíamos buscar en la Semana Santa hispalense…

En 1888, se llevó a cabo una Junta Ejecutiva Organizadora para estudiar la disposición de las cofradías en el siguiente año, pero en virtud del corto resultado obtenido por la suscripción iniciada con relación al número de procesiones que pensaban organizar, acordaron abandonar los trabajos iniciados y disolverla, "poniendo en libertad de las Cofradías el arbitrio y los medios que creyeran oportunos". Al siguiente año, seguía discutiéndose en los Plenos del Consistorio la necesidad de fomentar la fiesta del Santísimo "ya que nunca se podrá competir con la Semana Santa de Sevilla".

En 1890, se forma la llamada Comisión Iniciadora de los Cultos Religiosos Externos, teniendo entre sus ideas fundamentales la colecta entre los vecinos como otra ayuda junto con la subvención municipal. En la misma ya aparecen pilares fundamentales en el futuro equipo de Cayetano del Toro, tales como José María de Lemos, que estaría junto a él hasta el final de sus días. Se darán cuenta después de lo expuesto, que la senda necesaria se iba abriendo. Faltaba quizás, no solo un cofrade que pensara con su corazón, sino también con la cabeza y que supiera dirigir esta nave de buenas voluntades pero sin un rumbo fijo. Es ahí en dicho año donde ya aparece por primera vez la figura del señor Del Toro, coincidiendo con su primer mandato como alcalde y en el momento más complicado. Ahí empezaría a encajar piezas y motivar a ese grupo de cofrades gaditanos comprometidos: sus apóstoles, que le acompañarán tiempo después en esta difícil aventura. En los negociados del Ayuntamiento de 1891, encontramos documentación que nos da claras muestras de las corrientes en pro y contra que movían aquellas fiestas religiosas: "Existen sujetos de acrisolada fe que en el temor de inevitables inconveniencias desearían que esas procesiones de penitencia, que no son de precepto litúrgico, no saliesen. A todos consta que muchos hay que opinan así por irreverencias que suelen surgir de la hora y de la confusión de gente. Hay otros vecinos, a quienes no agrada que se resten los fondos en fiestas que no son de obligación como el Stmo. Corpus Christi o los Patronos de la Ciudad, según las leyes del reino. Esto también es indudable. Queda otro número de vecinos que desean que las Cofradías de Penitencia hagan Estación a la Catedral, y que hasta coadyuvan con dos donativos al objeto. Hay pues, que atender y comendar en lo posible todas las opiniones del vecindario puesto que se trata de fondos comunales". Nada fácil se preveía la tarea del bueno de don Cayetano ya no solo por las dificultades económicas, sino también con las devocionales expuestas.

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