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La ciudad y los días

carlos / colón

El mundo feliz ya está aquí

NO se sorprendan si un día van por la calle y ven al monstruo de Alien sacando los tentáculos por un balcón, el cielo lleno de platillos volantes y señores verdes con antenas: la ciencia ficción está aquí. Desgraciadamente no se trata de la más amable de serie B en blanco y negro o colorines, sino de las más pesimistas distopías que imaginan futuros devastadoramente deshumanizados. El Huxley, el Orwell o el Bradbury de Un mundo feliz, 1984 o Farenheit 451.

Leo con pavor que Apple y Facebook han ofrecido a sus trabajadoras, como un incentivo, el pago de la congelación de sus óvulos para que puedan aplazar la maternidad hasta que no suponga un obstáculo profesional. Es evidente que este incentivo susurra a las trabajadoras que la maternidad puede ser incompatible con sus puestos de trabajo. La extensión de esta práctica es un hecho confirmado por las empresas de fertilidad, como Eggsurance y Extend Fertility, que ofertan estos servicios. Es imposible no recordar las recientes y polémicas palabras de Mónica de Oriol, presidenta del Círculo de Empresarios: "Si una mujer se queda embarazada y no la puede echar durante los once años siguientes a tener a su hijo, ¿a quién contratará el empresario?... Prefiero a una mujer después de los 45 años o antes de los 25 porque, por el medio, ¿qué hacemos con el problema [el embarazo]?… Esa protección de la mujer la desvincula del alineamiento con los intereses de la empresa… Un Recursos Humanos elegiría antes a un hombre que a una mujer".

Pues ya tenemos la solución: que la empresa les pague la congelación de los óvulos para que puedan ser competitivas y productivas mientras son fértiles. Si no, que se queden sin hijos. Y en el peor de los casos, que aborten. ¿Sorprende ahora que los países más capitalistas, con mayores índices de bienestar y educación, consideren el aborto una irrenunciable conquista de la libertad de las mujeres? Que se trate de una libertad para la competición y la producción no importa. Integrarse en el círculo producción-consumo se ha vendido con éxito como el colmo de la realización profesional y la felicidad personal. Azuzar la lujuria de la competitividad y la avaricia de la posesión de bienes superfluos se oferta como liberación. Y esto, por desgracia, parece ser imparable. Ninguna dictadura visible ha sido tan férrea como esta dictadura invisible capaz de adoptar las apariencias más seductoras.

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