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Teresa de Cepeda y Ahumada

CELEBRAMOS hoy el día de Santa Teresa. El próximo año se cumplen los 500 años de su nacimiento como oportunamente nos recuerda estos días previos a la fiesta la comunidad carmelita de la ciudad. Recuerdo una excursión por tierras castellanas con los alumnos del último curso de Bachillerato. Nos acercamos al Monasterio de La Encarnación donde la santa profesó y vivió sus primeros años. La celda desnuda y un leño por almohada. La anécdota que más les impresionó fue el relato de la grave enfermedad que Teresa padeció siendo muy joven y que la llevó a las puertas de la muerte. Cuatro días estuvo inconsciente y al despertar tenía los párpados llenos de cera. Era costumbre verter cera en los ojos de los que morían para comprobar que en efecto no volverían a abrirlos. Pero a ella, por fortuna, le quedaban muchas tareas por hacer, caminos que recorrer, monasterios que fundar y libros por escribir.

El Libro de la Vida es quizá el más personal de todos. Lo escribe animada por su confesor para que quede constancia de las mercedes que Dios le hizo, de sus progresos espirituales y los fenómenos místicos que experimenta en su vida religiosa. En los primeros capítulos cuenta su infancia, habla mucho de su familia y se nos muestra tan humana y tan tierna que el concepto de santa se torna borroso y el primer plano lo ocupa la vida de una familia de doce hijos. "Era mi padre aficionado a leer buenos libros, y así los tenía de romance, para que los leyesen sus hijos, hombre de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos y criados".

La madre fue una mujer virtuosa que pasó la vida con grandes enfermedades y grandísima honestidad; murió a los 33 años. Con su hermano Rodrigo, Teresa lee vidas de santos. Le impresionan tanto que le propone, cuando apenas tiene siete años, huir juntos a tierra de moros para ser decapitados por Cristo. Un tío suyo los detuvo cuando escapaban. "Acuérdome que cuando murió mi madre, quedé yo de edad de doce años, poco menos. Como yo comencé a entender lo que había perdido, afligida fuíme a una imagen de Nuestra Señora y supliquela fuese mi madre, con muchas lágrimas". De esta manera se expresa en el capítulo I del Libro de la Vida.

Sigue el relato haciendo comentarios de lo importante que es en la niñez el trato con personas virtuosas, el daño de las malas compañías y la decisión de su padre de enviarla a un monasterio. La joven tarda menos de ocho días en adaptarse. "Estaba más contenta que en casa de mis padres. Todas lo estaban conmigo, porque en esto me daba el Señor gracia, en dar contento adonde quiera que estuviese, y así era muy querida". Deseo de agradar, don de gentes, capacidad para elegir las mejores compañías. Le asaltan dudas sobre su vocación cuando cae enferma y tiene que volver a casa, pues tenía bien poca y delicada salud, calenturas y desmayos que la obligan al reposo. La lectura le da vida en la forzosa convalecencia. Libros de santos, ejemplos piadosos de familiares y religiosas, el propio temor al infierno y el amor de Dios llevan a la joven Teresa a tomar el hábito.

Pero el dolor y la enfermedad le acompañan toda su vida. En el capítulo IV describe minuciosamente sus enfermedades; desmayos y mal de corazón. No puede comer, le administran purgas diarias durante meses que le abrasan el cuerpo de la cabeza a los pies, su debilidad es extrema; tanto que los médicos la desahucian. Por la Virgen de agosto después de cinco meses de sufrimientos, Teresa pide confesión, su padre se la niega para que ella no piense en lo grave que está. Aquella misma noche le da un desmayo que la dejó sin sentido durante cuatro días. La dieron por muerta. En el Monasterio de la Encarnación una tumba llevaba abierta día y medio esperando el cuerpo de Teresa. Pero, "quiso el Señor tornase en mí. Luego me quise confesar. Comulgué con hartas lágrimas…". Las secuelas de aquella enfermedad se manifestaron en su propensión a la fiebre, dolores de cabeza y el insomnio.

Sus estados y progresos espirituales constituyen el grueso del libro que ella sabe describir con naturalidad. Santa Teresa analiza y desnuda el alma delicadamente en un tono de confiada sencillez. Las citas textuales muestran el estilo directo de su prosa que es en gran medida el castellano coloquial, sin adornos, con el aparente descuido de la lengua hablada que produce una sensación de cercanía en sus lectores.

El segundo libro marcadamente autobiográfico es el Libro de las Fundaciones, en cierto modo continuación del anterior. Con carácter menos íntimo pero con el mismo estilo y gracia que la hace inconfundible, Teresa declara en el prólogo que este libro lo escribe a instancias de su confesor, el jesuita Ripalda. Éste la anima para que escriba "de otros siete monasterios que después acá, por la bondad de Nuestro Señor, se han fundado… Pareciome a mí, dice la Santa, ser imposible (a causa de los muchos negocios, así de cartas como de otras ocupaciones forzosas) y con tan mala salud pero me dijo el Señor: Hija, la obediencia da fuerzas".

Al principio del libro declara decir toda la verdad sobre lo que ha pasado y también que procurará abreviar la narración y modestamente añade, "si supiere porque mi estilo es tan pesado, que aunque quiera, temo no dejaré de cansar y cansarme". Su lenguaje es todo amor dice Menéndez Pidal, es un lenguaje emocional que se deleita con todo lo que contempla sean las más altas cosas divinas, sean las más pequeñas humanas. Por obediencia fue escritora dice Navarro Tomás. Nunca tuvo tiempo ni reposo para planificar sus obras. Escribía deprisa y a vuelapluma sin tiempo para revisar lo escrito pero era tanta la fuerza con que la inspiración la dominaba que hubiera querido tener cien manos para escribir.

Quinientos años después su prosa debe llenar de asombro a los que se acerquen a ella sean o no creyentes. La fuerza de lo narrado y las personas reales que aparecen son tan propias de nuestro país, nuestra cultura, nuestras costumbres y nuestro modo de ser que es lástima no se estudie con detenimiento en las escuelas este modelo humano, ejemplo de mujer luchadora y escritora sin par. Fundó 17 conventos, escribió libros de no fácil comprensión, declaradamente místicos, y poesías para entretener a sus monjas. Murió en Alba de Tormes, Salamanca, en 1582.

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