Cultura

Se apagó la chispa de Cádiz

  • Mariana Cornejo, una de las cantaoras más representativas de la escuela gaditana, murió ayer en el Hospital Puerta del Mar a los 66 años de edad.

Abría la boca y hablaba Cádiz. Movía sus manos y mecía Cádiz. Sonreía y hasta la misma diosa Gades apartaba su mano de la frente para observar bien el espectáculo. Mariana Cornejo, Mariana de Cádiz, fue una artista tocada con la gracia y el desparpajo propio de la tierra. Una cantaora paradigmática de una escuela que va perdiendo maestros pero a la que no le faltan seguidores. Una cantaora cuya chispa se apagó durante la media mañana de ayer en el Hospital Puerta del Mar, donde ingresó a las seis de la mañana de ese mismo día. Tenía 66 años.   

 

Aquejada por una dolencia de hígado, la ínterprete llevaba unos cuatro años tratándose de su enfermedad con un especialista en Barcelona que había barajado practicarle una operación. Sin embargo, ayer al amanecer Mariana comenzó a sentirse mal y acudió al Hospital Puerta del Mar, a Urgencias, donde la ingresaron en observación. No llegó a ser trasladada a planta. Su dolencia se agudizó y, al parecer, sufrió un fallo multiorgánico que la abocó a la muerte. Su cuerpo, que se enterrará mañana, será velado hoy en la sala número 5 del Tanatorio de Cádiz (c/ Castellar de la Frontera).

 

Una muerte completamente inesperada para sus amigos y familiares. Para Vicente, su marido, para Meli, su hija, para sus nietos y para todas aquellas personas que la quisieron, que aún quieren a la artista que durante su vida se ganó a pulso ese cariño tanto por su profundo respeto al mundo del flamenco, en el escenario, como por su cercanía y naturalidad, fuera de las tablas.

 

Uno de esos amigos de ley, el periodista Javier Osuna, acompañó a la familia de Mariana en este duro trago junto con su mujer María José. Desde el Puerta del Mar, el investigador flamenco recordaba esa "gracia natural" de Mariana que provocaba que "estando tomando un café con ella en la plaza de San Juan de Dios, ella contando sus cosas como ella las contaba, terminaba toda la gente de alrededor muerta de risa con ella y, lo mejor, es que ella no lo buscaba, ella no lo pretendía, yo creo en esa chispa natural de la que ella era dueña".

 

Esa electricidad, ese desparpajo, ese duende, llámenlo como quieran, fue el nexo de unión, el denominador común de la artista y de la persona. "Mariana subía al escenario sin quitarse el metafórico mandil de ama de casa", dice Osuna. Era la misma.

 

La misma mujer que te daba dos achuchones en plena calle, que te preguntaba por tu madre, por tu padre, por tu tía... La misma que se subía a escena tanto para enfrentar un recital puramente flamenco como para entonar una canción junto a su amigo Chipi del grupo La Canalla. La misma que actuaba en una peña, en un teatro o en plena calle abrazada a la estatua de otro amigo, "don Fernando Quiñones", como ella misma lo llamaba con sumo respeto. La misma que hace apenas un mes vimos en la pantalla grande en el estreno de la película de Gonzalo García Pelayo, Alegrías de Cádiz. No podía faltar ella ni su cante en un título así.   

 

 Mariana de Cádiz en Cádiz, en Marruecos, en Madrid, en Barcelona o en medio mundo. "Yo llevo siempre a mi Cádiz en el corazón, por bandera, y yo estoy muy orgullosa de que cuando voy por ahí todo el mundo me relaciona de un tirón con nuestra tierra", nos comentaba hará un año durante el ciclo dedicado a la Mujer del Café de Levante, un ciclo que la maestra de las chuflillas de Cádiz inauguró hablando sin tapujos de toda su vida.

 

 De lo bueno, y de lo menos bueno. De su infancia en la calle Pasquín, de su amor por el cante pero de la frustración de que ni a su padre ni, al principio, a su marido, "les hacía ni mijita de gracia" que su Mariana se dedicara profesionalmente al mundo del flamenco. "Pero al final, tragó", reía la reina del soniquete y el tirititrán.

 

De todo habló. De todo hablaba Mariana. Menos de su enfermedad. Nunca dio cuenta, nunca quiso preocupar en exceso a los amigos. "¿Y tú qué Mariana? ¿Cómo estás?". "Yo, muy bien hija" o, a lo sumo, "tirando que voy pero contenta" por tal o por cual... Mariana era sinónimo de alegría y así lo quiso ella hasta el final.

 

Sobrina de Canalejas de Puerto Real, asidua en su juventud a los concursos radiofónicos, apadrinada por el poeta Antonio Murciano, habitual en programas de televisión como El Patio, de Canal Sur, o La Puerta del Cante de TVE, conocida en toda España por el anuncio televisivo para una marca de lejía... Pocos no conocen la biografía de Mariana Cornejo. Su discografía también es fácil de encontrar. Su compromiso con los jóvenes flamencos, su bondad, su empeño en encumbrar el nombre de Cádiz, es una tarea que nos toca ahora a nosotros difundir y recordar. Que no se apague su chispa. 

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