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Cultura

En torno al tiempo perdido

  • La nueva entrega del autor de 'El Código Da Vinci' sobre las aventuras del inquisitivo Robert Langdon desarrolla una trama insulsa y poco novedosa, que no consigue mantener en vilo al lector

Las novelas hay que leerlas a la velocidad a la que se escriben y Dan Brown ha tardado cinco años en terminar la nueva aventura de Robert Langdon, el experto en simbología que protagonizó con todo éxito El código Da Vinci. No obstante, todo este tiempo no ha bastado al norteamericano para confeccionar otra historia cautivadora. Porque El símbolo perdido no tiene nada que ver con su hermana mayor. "Los novelistas que más me han influenciado son Robert Ludlum por lo intrincado de sus tramas, Steinbeck por sus descripciones y Shakespeare por sus juegos de palabras", dijo Brown en una de sus escasas apariciones ante la prensa. Nada de esto se observa en un libro que ya lideraba las listas de ventas antes de su lanzamiento en EEUU y que en España ha conseguido destronar a la trilogía de Millenium.

El éxito del Código radicaba sobre todo en una teoría que, no por ya formulada con anterioridad, causó menos revuelo: la descendencia de Jesús de Nazaret y María Magdalena. En su nuevo libro, la ciencia noética, los secretos de los masones que fundaron la nueva Roma, Washington, y la omnipresente lucha entre el bien y el mal, no consiguen mantener en vilo al lector. Ni siquiera sus cuadrados mágicos (los sudokus primitivos) o sus mensajes encriptados en cuadros famosos, en esta ocasión Melancolía I, de Alberto Durero, que sustituye a la Sagrada Cena de Leonardo, van más allá de una simple distracción en una trama insulsa y muy poco novedosa.

De hecho, Brown, el rey Midas de la literatura moderna, que ha visto como sus dos obras anteriores eran llevadas a la gran pantalla con enormes beneficios para sus bolsillos, puede encontrarse con un problema en esta ocasión. El ritmo trepidante, casi cinematográfico, que pretende darle a una acción que transcurre en una sola noche, el escenario, la capital estadounidense, un tesoro escondido, pirámides masónicas, templarios, billetes de dólar con el ojo que todo lo ve, herencias de abuelos, la CIA... todo eso ya se ha visto en el cine bajo el título de La búsqueda, una película de la factoria Disney protagonizada en su día por Nicholas Cage y que incluso tuvo secuela.

Teniendo en cuenta que su prosa, su estilo y sus recursos literarios dejan mucho que desear, a Brown hay que exigirle que te ate al sillón, con trampas o sin ellas, con traiciones más o menos esperadas de unos personajes estereotipados que se repiten libro tras libro.

En esta ocasión, a Langdon le da cumplida réplica Katherine Solomon, una científica que estudia la ciencia noética, la relación entre el poder de la mente y el mundo físico y que se antoja como una especie de eslabón perdido entre la ciencia moderna y el antiguo misticismo. Entre sus increíbles descubrimientos, Katherine consigue pesar el alma humana, con lo que pretende demostrar que hay vida después de la muerte. Katherine es hermana de Peter Solomon, el máximo representante de una importante logia masónica que guarda secretos de los padres fundadores de la nación norteamericana que huyeron de una Europa temerosa de la Iglesia para hacer renacer en el nuevo mundo todos los descubrimientos y el saber del hombre renacentista. El secuestro de Peter a manos de Mal'akh, un engendro maligno que toma su nombre del ángel mensajero de la liturgia hebrea, que odia a los Solomon y que no es lo que parece, es el desencadenante de una acción que roza el aburrimiento en muchos capítulos y llega a convertirse en superficial e innecesaria, incluso rebuscada, con continuas alusiones a una Biblia que esta vez no puede salvar la novela.

Dan Brown comentaba recientemente que tiene hasta doce obras más pensadas con Langdon como protagonista. Posiblemente, después del fiasco de El símbolo perdido, mucho deberá mejorar para recordar al autor adictivo de Ángeles y demonios o El código Da Vinci y mantener su legión de lectores.

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