España

España: un país maldito

El problema del nacionalismo catalán es que ha endurecido tanto el mensaje que apelar ahora a la concordia chirría. Su concepto del entendimiento no es ni remotamente parecido al que maneja el Gobierno: se basa en que el Estado acepte transferir a la comunidad autónoma la competencia para convocar un referéndum cuyo objetivo es la independencia. Es lógico que las fuerzas centrípetas sonrían con malicia y aclaren que tal concesión jamás tendrá lugar. Pero entre la posición maximalista sostenida por CiU e ERC y el inmovilismo mesetario caben soluciones intermedias. O eso llevan diciéndonos una buena temporada.

Es mentira. El nacionalismo digerirá cualquier concesión como una victoria parcial, básicamente porque nunca antes ha tenido tan clara la meta de la secesión. Y quien quiere lo más desprecia lo menos. El federalismo que patrocinan PSOE y PSC no se entiende demasiado: ¿No es ya España un país federal? ¿Qué son las CCAA sino miniestados?

La Cataluña identitaria ha trabajado bien la propaganda, desde la escuela pero también desde los medios afines, que han sido muchos y no sólo públicos. Y el eslogan ha calado. Hablamos ya de una realidad que está en la sociedad, así que tampoco tiene demasiado sentido tratar de refutar su origen. Sólo cabe una vía: autorizar la consulta. En tal caso, las dudas son otras. ¿Qué ocurre si se impone el no? ¿Estarían los promotores del dispuestos a aceptar el resultado o volverían a la carga en diez o quince años, cuando se hubiesen amontonado suficientes nuevos agravios? ¿Cómo se replantearía una Cataluña fuera del sistema internacional (UE, OTAN), una Cataluña sin culpables a los que endosar todos los defectos de su futuro? Y, si gana el , ¿quién y en qué medida garantizará los derechos de esa minoría mayoritaria que previsiblemente florecerá en torno a statu quo?

Que sólo quepa una vía no significa que vaya a materializarse. Porque Rajoy entiende que existe otra consistente en no hacer nada o, llegado el caso, hacer demasiado. Recuerden la frase de Pedro Morenés, ministro de Defensa, cuando la cosa catalana comenzaba a tomar cuerpo. "El Ejército está muy tranquilo". Salvo para los miopes, encerraba una nítida amenaza a la que se han unido acciones recientes contra la línea de flotación de la democracia española: la muy discutible ley de seguridad o la reforma del Código Penal son pavorosos ejemplos. Parece como si el Gobierno se estuviera pertrechando.

Escribía Goethe que toda separación significativa genera un átomo de demencia. Esa separación ya se ha producido, al menos espiritualmente, y el átomo de demencia es en realidad todo un sistema solar. Sin darse cuenta, España está reeditando su historia, su destino, su mal hado, el de un país asfixiado bajo el yugo de las dictaduras durante medio siglo XX, licenciado en la autodestrucción y absolutamente adicto al maniqueísmo.

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