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SANGRE EN LOS LABIOS | CRÍTICA

Cordero comercial con piel de lobo transgresor

La actriz Kristen Stewart protagoniza el filme.

La actriz Kristen Stewart protagoniza el filme. / D. S.

Explorando los confines más dolorosos y morbosos de una relación con un marcado gusto por lo siniestro, la realizadora británica Rose Glass logró reconocimiento en su debut como directora de largometrajes con la difícilmente clasificable Saint Maud (2019), en la que el thriller terrorífico iba más allá de lo convencional para internarse en terrenos que lindan con lo espiritual desde una perspectiva patológica que no descartaba una cierta -eso sí, desgarradora- emoción humana. Planteado todo con una imaginería visual que se servía por igual del realismo y el onirismo.

Tan inclasificable como su ópera prima es esta segunda obra en la que Glass, saltando al Hollywood presuntamente independiente, sigue hurgando -me parece la palabra exacta- en el dolor y el desgarro yendo mucho más lejos tanto en su definición visual barroca y siniestra como en su deliberadamente disparatado planteamiento: el thriller pos Coen, pos Tarantino o pos Cronenberg inflado con anabolizantes y bañado en sangre y otros líquidos corporales.

La encargada de un gimnasio de un pueblucho perdido en medio de la nada (Kristen Stewart), su padre mafioso (Ed Harris) y una culturista que pasaba por allí camino de un concurso de culturismo en las Vegas (Katy O’Brian) son los vértices de una historia tan desquiciada como se corresponde al escenario, a los personajes y sus personalidades y a la voluntad de la directora y a de su coguionista, la polaca Weronika Tofilska, por cultivar lo bizarro rompiendo todas las reglas de la verosimilitud. 

Adentrarse tanto en lo disparatado y el exceso es un salvoconducto ante cualquier reparo. ¿Juega de forma superficial y efectista con temas importantes -desde el culto americano a las armas al maltrato, la homofobia y la vigorexia- o los aborda en una clave crítica esperpéntica? ¿Busca el ridículo y lo grotesco deliberadamente o cae en él? ¿Es transgresora en el sentido originario que esta palabra tuvo o cultiva una transgresión que no es sino mercadotecnia calculada para atraer nuevos públicos mayoritarios que quieren sentirse distintos, atrevidos, transgresores, como corresponde a su productora, A24, que ha industrializado con enorme éxito el cine antes llamado independiente? ¿Es necesario -literalmente, porque la película se toma también esta libertad fantástica- convertirse en un monstruo para sobrevivir en un mundo monstruoso?

Todas estas preguntas pueden responderse positiva o negativamente sin faltar a la verdad. Este es el salvoconducto que procura la opción por el disparate y el exceso si se sirve con una buena envoltura visual -estupenda dirección fotográfica de Ben Fordesman, que debutó en el largometraje junto a esta directora- y con las poderosas interpretaciones de Kristen Stewart, la culturista y actriz Katy O’Brian y un poco reconocible Ed Harris. Perfecta para quien guste de lo sórdido, lo violento y lo guarro (en todas las acepciones de la palabra según la RAE, menos la primera y la segunda) -eso sí, dosificado para no espantar a las potenciales grandes audiencias- y no le importe que sea un cordero comercial con piel de lobo independiente y transgresor.         

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