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El expolio verbal gastronómico

  • Cocinar palabras para crear mejor

El expolio verbal gastronómico

El expolio verbal gastronómico

El escritor Juan José Millás denunciaba días atrás en las páginas de El País que su vida era un erial porque la expresión modal "como no podía ser de otro modo" estaba pudriendo el lenguaje por ser continuamente usada de manera repulsiva. Repetida sin sentido hasta límites que lo ha contaminado todo. En la gastronomía está ocurriendo algo parecido.

Los dogmas gastronómicos solo buscan titulares empobreciendo la realidad culinaria y producen una alarmante indigencia cultural. No existen los matices, no se profundiza en la palabra. Solo hay tradición y vanguardia. Ibérico o Japo. Cebiche o tartar. Tapa o media ración. Menú degustación o a la carta. Como argumenta Luís García Montero, los dogmas son la prisa de las ideas y los titulares, la versión domada del mundo.

La sintaxis gastronómica es uno de esos dogmas y se resume en diez palabras: Experiencia, producto, técnica, emociones, concepto, sensaciones, creatividad, evento, tradición y vanguardia. Salga usted de esta jerga y no sabrá cómo hablar en un restaurante. Es imposible. Estas palabras están tan manoseadas que, cada vez que escucho lo de "experiencia gastronómica", me echo las manos a la cartera porque creo que alguien me quiere engañar.

El empobrecimiento del lenguaje gastronómico es alarmante. Es uno de los principales problemas de la gastronomía española. Hay un auténtico expolio verbal. Las palabras son la base del conocimiento. La escritora Luisa Etxenique se interroga sobre el estado de nuestro patrimonio verbal y hacia dónde se dirige. Y en ese sentido nos preguntamos ¿Por qué hay tanta falta de rigor, matiz y precisión y se da tanta pobreza léxica en lo culinario?

La relación de la gastronomía con el lenguaje es, en la actualidad y en líneas generales, un auténtico desastre. La riqueza lingüística es la herramienta para la calidad del hecho culinario. Nuestro intercambio de ideas en la cocina, la capacidad de interactuar, de diseñar alternativas culinarias depende de las palabras que tengamos. Una realidad gastronómica con 100 palabras no es lo mismo que otra de 1.000 palabras. Hay que sembrar y aprender a cocinar palabras en entre los fogones. Se hace necesario rebelarse con la destrucción del lenguaje gastronómico y su miseria verbal. El conformismo y la apatía intelectual son directamente proporcionales a las veces que un Chef acude a Google para crear un plato. No hay futuro para la gastronomía si no frenamos la desertización de las palabras entre los autores gastronómicos.

Esta devaluación verbal y el conformismo en los discursos gastronómicos se pueden remediar. La lectura y el conocimiento son los únicos cuidados paliativos para los cocineros. ¿Se pueden imaginar por un momento qué podría significar la lectura de El Hombre Rebelde, de Camus, para David Muñoz? Seguro que su palabra favorita, DIVERXO, mutaría su imaginario y, por lo pronto, su actual repertorio iconográfico de Balada triste de trompeta migraría a otros territorios gráficos. Los gastrónomos deberían acudir cada año al Festival Ñ. Todo tiene remedio. Solo tienen que inscribirse y acudir como público o apuntarse a un taller de escritura creativa de su ciudad. Emulando al escritor Alberto Manguel tenemos que reafirmar que sentarse a la mesa es un acto narrativo. Entender una gastrocreación es una sucesión de metáforas. El comensal creativo necesita hoy historias y actos políticos, en el sentido de la pluralidad de significaciones, que le den una dimensión simbólica a sus creaciones.

Existen honrosas excepciones al dogma de la miseria sintáctica gastronómica. El cocinero vasco Andoni Luis Aduriz, en su restaurante Mugaritz, es un ejemplo de ello. Es un privilegio conocer su relato porque está preñado de matices. Llega a plantear una frase que resume su sutileza: "La alta gastronomía no es para gente con gran conocimiento, sino para gente sensible". He aquí un matiz brillante: la sensibilidad. No quiere en su casa a entendidos ni a iniciados, prefiere a gente sensible de manera que abre la puerta de la semántica a valores como la tolerancia a la diferencia, el respeto al otro, el compromiso con la sostenibilidad y la toma de conciencia. Es de los pocos cocineros que tienen un sentido de la responsabilidad social y que le llama Haiku a cada plato. Y un segundo mensaje de Mugaritz, cuestionar lo establecido. Observen su lenguaje: "Nos cuestionamos las lógicas del mundo culinario, replanteándonos las normas sociales y los prejuicios. Buscamos crear un contexto donde ejercer la libertad sensorial para poder superar la imposición de las costumbres". Sobre las palabras asentamos nuestras ideas, y con las palabras las expresamos.

Las capacidades creativas deberían contener un lenguaje propio que le den coherencia. De nada sirve crear si no sabemos transmitir con eficacia e inteligencia gastronómica. No solo se trata de guisar bien, sino saber cómo comunicar. La cocina y sus creaciones deben ser un instrumento para plantear ideas. Hay que frenar el expolio verbal gastronómico.

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