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Sociedad

Educación 'on line' y posibles modelos de negocio

  • Las distintas plataformas que ofrecen este tipo de cursos se plantean nuevas formas para rentabilizar sus fuertes inversiones, ya que hasta ahora no han contado con un modelo de negocio bien definido.

En mi artículo Cómo estudiar en las mejores universidades americanas sin moverse de casa reflexioné acerca del futuro de la educación on line y su relación con la educación tradicional y sobre la apuesta de las universidades más prestigiosas del planeta por revolucionar el mundo académico.

Un aspecto que no traté en él fue la posibilidad de convertir en un negocio rentable estos cursos gratuitos. No son pocas las críticas que han recibido algunas de las plataformas que ofrecen cursos on line y que están acometiendo fuertes inversiones sin, a priori, recibir ningún tipo de contraprestación ni poseer un modelo de negocio bien definido. De momento, tanto las universidades que proveen los cursos como las plataformas que los ofrecen están sufragando sus propios costes. La líder entre estas últimas, Coursera, ya ha obtenido una financiación superior a los 20 millones de dólares (la plataforma fue lanzada con una inversión inicial de 16 millónes de dólares) y cuenta con 20 empleados en plantilla, pero no ha comenzado a ingresar.

Eso no quiere decir que no haya modelos de negocio en el aire. Existen, y con cierta variedad.

Está el modelo seguido por Udacity, que analizábamos brevemente en el anterior artículo. La intención de su fundador, el Profesor Thrun -que impartía la clase de inteligencia artificial de Stanford- es crear una red de contactos entre jóvenes con talento y empresas del sector. Éstas pagarán un 20% del salario del primer año de las contrataciones que realicen entre alumnos de Udacity, que actuará como agencia de empleo. El objetivo es que, con el valor generado al emplear al 5% de los estudiantes más brillantes del curso, se pueda financiar la educación gratuita del resto del mundo. Recientemente, otra organización, la citada Coursera, parece haber decidido apostar por este modelo de negocio y comenzar a poner en contacto a sus alumnos y aquellos empleadores interesados en perfiles con conocimientos en las materias que ofrecen. De momento se están contratando estudiantes con conocimientos en ingeniería de software pero todo apunta a que pronto saltará a otras disciplinas. (Podéis registrar vuestro perfil y preferencias en el apartado de Career Services).

Otro modelo que parece factible es cobrar una pequeña cantidad por cada curso a quienes quieran acceder a ellos. Así, los cursos Financial Markets de la Universidad de Yale o Technology Entrepreneurship de la Universidad de Stanford son seguidos por más de 100.000 personas alrededor del mundo de manera gratuita y no sería descabellado pensar que, dada su creciente proliferación, cada día más gente se anime a realizar cursos parecidos que suelen ofrecer aproximadamente 20 horas de formación -además de seminarios y acceso a datos o materiales académicos, ejercicios, exámenes, etc.-. Supongamos que las plataformas y universidades que los ofrecen decidan cobrar 20 dólares por curso -por poner una cifra, y teniendo en cuenta que los presenciales rondan los 1.000 dólares-. En este caso estaríamos hablando de varios millones de dólares por un solo curso de varios meses -que además se vendería una y otra vez-. El coste para el alumno es muy pequeño en comparación con el beneficio que supone acceder a las clases de algunos de los mejores profesores del planeta.

Como tercera opción se podría ofrecer un upgrade, un acceso a más servicios -más ejercicios, artículos científicos, etc.- a cambio de pagar una módica cantidad, lo que se conoce como modelo de negocio freemium. O bien, cobrar a aquellos alumnos que deseen un certificado oficial, haciéndoles pasar algún tipo de prueba específica u otros requisitos adicionales -ideal para aquellos que busquen la certificación del conocimiento-. Se habla de varios posibles formatos de estas acreditaciones, desde un simple documento en PDF hasta medallas que puedan ser compartidas en nuestro perfil de LinkedIn, la red social para profesionales líder actualmente. Ahora bien, no se obtendrán créditos universitarios con la superación de los cursos.

Por último también se está hablando de la posibilidad de incluir publicidad -no demasiado intrusiva- en los vídeos, o simplemente que los cursos estén patrocinados por alguna empresa. Otra opción es que determinados cursos de Coursera sean de acceso limitado en los campus que decidan pagar por ello (este servicio ya es utilizado por la Universidad de Washington).

La cuestión que más gente se pregunta es si aporta el mismo valor una clase on line que una tradicional. Hace unos años hice un curso presencial de macroeconomía de varios meses en la Universidad de California-Berkeley, y si nos ceñimos a lo más importante del mismo, que es la lección magistral del profesor, no tiene mucho que envidiar a este otro de microeconomía que ofrece on line el MIT. Es cierto que el curso on line no puede ofrecernos el valor añadido de la formación presencial en la que se puede preguntar al profesor, interactuar con los compañeros… pero también es cierto que 1) la diferencia de precio de la que estaríamos hablando sería de unas 100 veces superior del presencial que del on line y 2) el curso on line te permite hacerlo en tu tiempo libre, después de trabajar o cuando te apetezca, sin tener que desplazarte, ni bloquear tu tiempo de manera fija.

Dicho esto, mantengo mi opinión de que la educación on line no debe ser acogida como sustituta de la educación presencial tradicional, sino como un magnífico complemento. Por ejemplo, un ingeniero que quiera hacer este curso de introducción a las finanzas, o un economista que quiera hacer este otro de introducción a la programación. Aunque la cofundadora de Coursera, Daphne Koller, no piense que la educación presencial sea necesariamente mejor: "Cuando estás dando clase y  te paras a hacer una pregunta, el 50% de la clase está garabateando y no te escucha, otro 20% está en Facebook y un sabelotodo en la primera fila suele contestar y te sientes bien". Pero, ¿realmente se pierde en el curso on line la interacción? Koller defiende que pocos profesores consiguen captar el interés del público, mientras que si alguien se sienta frente al ordenador de su casa a solas a escuchar un vídeo, probablemente te preste plena atención. Además defiende que, al ser realizado cada curso por decenas o incluso cientos de miles de alumnos, se produce una continua interacción en los foros. En los primeros cursos que la Universidad de Stanford ofreció on line, los alumnos contestaron a las preguntas de sus compañeros en una media de tan solo 22 minutos, generando una fuerte interacción entre ellos.

Un dato que no podemos negar es que las 20 universidades más prestigiosas del mundo enseñan cada año a unas 200.000 personas y ahora sus cursos están llegando a varios millones, y todo apunta a que seguirán sumándose ceros a esa cifra.

Una profundización en la historia de Coursera, la plataforma de cursos on line de mayor popularidad hasta el momento, puede obtenerse escuchando la charla que os dejé al comienzo del artículo de Koller, profesora de Stanford y cofundadora junto con Andrew Ng -él hombre que está al frente del coche sin conductor en el que trabaja Google-. Su título, Lo que estamos aprendiendo de la educación on line, ya anticipa que se van a tratar algunos de los asombrosos beneficios de esta innovación disruptiva que podría alterar radicalmente la educación tal y como la conocemos hoy día. De momento, está consiguiendo que cada vez sea más personalizada -a la carta- y disminuyendo notablemente los costes de distribución, al llegar a cualquier lugar del mundo con el simple requisito de tener acceso a internet.

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