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Viernes Santo · San Fernando

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  • La Isla recupera un Viernes Santo especialmente castigado por la lluvia en los últimos años y redescubre el peso y la valía de una jornada marcada por un sello de sobria elegancia y solemnidad

EL Viernes Santo recuperó la normalidad que añoraba tras tres años de castigo por la lluvia para devolver a La Isla sus últimas horas de Semana Santa y desplegar en la calle el enorme potencial que tiene esta jornada de luto en una tarde que preside el estandarte de la solemnidad y la elegancia. 

No brilló el sol como en las jornadas previas ni hizo tanto calor, pero eso dio igual porque el manto de nubes que cubrió La Isla se convirtió desde por la mañana en el mejor escenario para la terna cofrade que se adueñó de la tarde y para sus cuidadas y luctuosas puestas en escena en la calle.

Fue una tarde de Amarguras y Mater Mea, de tambores templados y túnicas negras, de crespones negros, campanas tocando a duelo y banderas a media asta ondeando en el Ayuntamiento. Una tarde de Viernes Santo que estuvo plagada de matices y detalles cofradieros que hacía ya varios años que no se habían podido disfrutar con tranquilidad en la calle.

El Viernes, al que arropó además una notoria presencia de público en torno al centro, revalidó su valía al mostrarse como una jornada de mucho peso gracias al buen hacer del triunviriato cofrade que gobierna la tarde: Desamparados,Santo Entierro y Soledad. 

La primera hermandad en salir a la calle, la de los Desamparados, marcó la pauta de apacible sobriedad cofradiera que luego estuvo presente en el resto de cortejos procesionales cuando los cirios de respeto avanzaron delante de su austera cruz de guía por la calle SanJosé pasadas las cinco y media de la tarde. Ver al crucificado de la Sangre salvar la complicada salida de la antigua capilla y girarse silentemente ante los ancianitos de la residencia de SanJosé fue, sin lugar a dudas, la primera gran estampa cofrade del Viernes Santo. 

La segunda cambió de escenario para trasladarse a una calle Real que se convirtió en la columna vertebral del gran cortejo de la Semana Santa, el de la hermandad del Santo Entierro, que a las siete dejó la iglesia conventual del Carmen para mostrarse  ante La Isla ceremonioso, con toda pompa y esplendor. Contó de nuevo el paso del Santísimo Cristo Yacente con una más que nutrida representación militar que encabezó el almirante de la Flota, Santiago Bolíbar, acompañado del comandante general de Infantería de Marina, Pablo M. Bermudo y de Espinosa, además del jefe del Estado Mayor de la Flota,  Jesús M. Vicente Fernández, y el comandante del Tercio de la Armada, el general de brigada Javier Herfelder Aldecoa. 

Compañía de honores, escuadra de gastadores, levitas y uniformes de gala... El glorioso pasado de La Isla parecía regresar al centro de la ciudad aunque fuera tan solo por unas horas. Y los isleños lo disfrutaron, gustaron de ver el espectáculo, la puesta en escena de la gran procesión cívico militar que la hermandad delSanto Entierro se ha esforzado en rescatar durante los últimos años. 

Portó la edil más joven del Ayuntamiento, Úrsula Ruiz, el pendón de la ciudad y el alcalde, José Loaiza, presidió la representación de la Corporación Municipal que, ataviada de chaqué y bajo mazas, acompañó alCristo Yacente en la primera salida que la hermandad de penitencia realiza tras la reciente designación del Ayuntamiento como hermano de honor y protector de la cofradía. 

También la permanente del Consejo de Hermandades, el pregonero de la Semana Santa, además de la Real Academia de San Romualdo y representantes de los órganos colegiados (Colegio de Abogados, Graduados Sociales, Procuradores) se revistieron de etiqueta para acompañar la urna del Santo Entierro en su camino de ida hacia la Carrera Oficial. 

La salida de la hermandad carmelitana, que despliega el inmenso cortejo de representaciones a lo largo de toda la calle Real desde el Carmen, deparó otro de esos momentos memorables de una tarde de Viernes Santo que La Isla recuperó con todo su esplendor y ganas.

Aunque la tarde, a esas horas, se desdobló porque simultánemente otra hermandad señera de La Isla, santo y seña del Viernes Santo, plantó su cruz de guía en la calle Real dispuesta a recuperar las horas de esplendor cofrade que la lluvia le había robado en años anteriores. 

Un muñidor de librea se encargó de abrir el cortejo de hermanos que, cirio en alto, anunciaba  la proximidad del silente misterio del SantísimoCristo de la Redención en su Traslado al Sepulcro.  Nada más salir se adentró en la Carrera Oficial y la tarde del Viernes Santo –tan corta– alcanzó su plenitud. El broche de oro, como siempre, lo puso el paso de la Soledad que lució esa luz tan especial que le da su candelería encendida mientras avanzaba entre los palcos antes de dar la vuelta por la plaza delRey para continuar su recorrido por Las Cortes y dar la bienvenida a la noche del Viernes, la última noche de la Semana Santa isleña. 

Hasta las nueve de la noche no asomó en la Carrera Oficial la hermandad de los Desamparados, que afrontaba así la recta final de su recorrido procesional y buscaba de nuevo la calle San José para recogerse la primera. Le siguió el Santo Entierro que, nada más salir de Carrera Oficial, se vació de representaciones para regresar al Carmen con un cortejo muchísimo más modesto y discreto. 

La noche trajo también uno de los momentos más esperados de la Semana Santa, aunque no desde luego por su espectacularidad. El Viernes y las primeras horas de la madrugada del Sábado Santo recuperaron ese broche de sobriedad extrema que llegó de la mano de la Virgen del Rosario, que por primera vez procesionó desde la Iglesia Mayor Parroquial. La hermandad, que desde la Semana Santa de 2010 no efectuaba su salida procesional, fue otro de los reencuentros en un Viernes Santo reconquistado por La Isla. 

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