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Provincia de Cádiz

"Después de lo que un Gobierno que se llama republicano ha hecho en Casas Viejas, ¿puede importarnos gran cosa que venga el fascismo?"

La anarquista Federica Montseny fue una de las personas que difundió la versión de que el Gobierno estaba destrás del crimen de Casas Viejas. Con varios escritos y artículos. Uno, titulado El proceso de la República, lo publicó en junio de 1934 en La Revista Blanca. Acababan de juzgar en Cádiz al capitán Rojas y había sido condenado a 21 años de prisión por los asesinatos de Casas Viejas. En el juicio quedó descartado que Rojas recibiese órdenes del Gobierno de asesinar a los vecinos que detuvo indiscriminadamente horas después de sofocar la revuelta. La defensa de Rojas había usado, sin éxito ante el tribunal, esa estratagema en busca de la absolución de su cliente. Pero a Montseny poco le importaba la verdad, no tenía ningún interés en saber qué había sucedido en Casas Viejas ni quién era el capitán Rojas.

"Es todo el régimen republicano el que comparece en el banquillo de los acusados, en Cádiz, personificado en la silueta de Rojas, el buen militar que dice: Las órdenes de los jefes no se discuten, se ejecutan", escribió Montseny. "Son todos, TODOS los republicanos los culpables del crimen de Casas Viejas. Por boca de todos hablaba Azaña al decir: Ni heridos ni prisioneros. Los tiros a la barriga. Casares Quiroga al repetir: Ni heridos... (...)". "Porque decidme: Después de lo que se ha hecho en Casas Viejas, después de lo que el pueblo español sabe que un Gobierno que se llama republicano ha hecho en Casas Viejas, ¿puede importarnos gran cosa que venga el fascismo, que se nos acogote, se nos persiga, se nos encarcele y se nos mate?".

"Unas Cortes Constituyentes no han depuesto inmediatamente al Gobierno que cometió semejante infamia: no han fusilado sobre la marcha a los hombres que pasando por encima de la ley, vulnerando el Código, erigiéndose en señores de horca y cuchillo, convictos y confesos de veintiún asesinatos y de numerosos delitos de soborno, ordenaron el crimen, lo celebraron luego, lo ampararon más tarde y pretendieron ocultarlo luego".

"Cabe preguntar si queda en España un ciudadano con un dedo de frente, una conciencia propia y un alma que no sea de siervo o de eunuco, dispuesto a dar, después de este proceso que ultima a un régimen, una gota de sangre por la República. Porque esa entelequia política, que un día honraron con sus nombres Pi y Margall y Salmerón, que dimitió por no firmar una sentencia de muerte, hoy ya no es una matrona opulenta y bella, símbolo de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad. Hoy tiene los dientes carniceros de Azaña, la mandíbula de fiera de Menéndez, la frente de avestruz de Casares Quiroga y el cuerpo tallado en madera, de autómata rígido y obediente a la voz de mando, de Rojas, soldado ideal de todos los jefes. Podemos descubrirnos. Envuelta en el sudario de los veintitrés muertos en Casas Viejas, cubierta por su sangre, enlodada y sombría, pasa el cadáver de la República española. Después de Casas Viejas, puede venir no importa qué. Todo ha de sernos igual".

Eso escribió Federica Montseny en 1934. No consta que rectificase lo que transmitió en ese y otros artículos incendiarios sobre Casas Viejas con los que enardecía a miles de anarquistas y afiliados a la CNT. Sin embargo, pese a esa furia antiazañista y antirrepublicana, apenas dos años después, entre noviembre de 1936 y mayo de 1937, durante la Guerra Civil, Montseny aparcó su coherencia. No se explica si no que fuese ministra de Sanidad y Asistencia Social de un Gobierno republicano. Y más: que lo fuese siendo entonces presidente de la República, sí, Manuel Azaña.

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