Provincia de Cádiz

Sangre en huida

  • Tras aumentar su amparo legal, la cosificación del caballo a nivel social todavía es una asignatura pendiente

Si algo sabía es que la muerte no debía ser así, al igual que la vida no era, exactamente, como había sido. La vida era verde y carreras y el trote idiota de los potrillos. Eso pensaba, si es que la sangre tiene pensamiento. Que así se vivía, esa era la existencia que aleteaba en algún fondo, a la que aspiraba. Sus días, sin embargo, se habían reducido a cortos paseos, a la brida, al anhelo de los demás -a los que olía, a los que se sentía tan cerca-, a largas tardes de olvido.

La muerte no debía ser así, estaba convencido, pero mucho menos debía serlo con una existencia como aquella, recorrida a medias.

Al principio, podía oír a los otros, los relinchos, las coces. Los sonidos se fueron haciendo cada vez más espaciados hasta que, al fin, dejó de escucharlos y comenzó a olerlos. El miedo venía y se dedicaba a acariaciarlo hasta el derrumbamiento.

Sabía pocas cosas, el caballo Adham, pero desde luego sabía de donde viene el dolor. Eso la sangre lo aprende bien. El dolor viene del que monta, de la mano, del que anda en pie y no corre.

No quería más daño, por eso no hacía más que dormir, por eso se resistía a despertar. Cuando lo hacía, su sangre pensaba que aquel no era un buen adiós. Nada más.

No sabe muchas cosas, un caballo. No sabía que el no tener fuerzas lo había salvado.

"No es sólo por unos caballos muertos -dice Virginia, una de las encargadas del CYD Santa María-. Desgraciadamente, estoy más que acostumbrada a ver caballos muertos".

El caso salió en su día en los medios. Se trata de un episodio de maltrato extremo que no es, por desgracia, infrecuente. Tres caballos fueron encerrados en sus boxes, sin comida ni agua, en una finca particular. Dos de ellos murieron. Cuando llegaron los miembros del Seprona, alertados por el mal olor y las quejas de los vecinos, encontraron los cadáveres medio descompuestos de los animales, con señales que indicaban que habían intentado comerse sus propias colas y la capa de cal que cubría las paredes.

Le pregunto por Adham, el animal que sobrevivió. Una recuperación de cuatro mil euros, un ejemplar difícil mientras estuvo en el refugio. Ahora está bien, cuentan, vive otra vida.

Uno puede imaginarla también a ella en aquel escenario, recogiendo al superviviente y diciéndose que tendrá que quemar la ropa en cuanto llegue a casa, porque no puede con la peste. Observando al propietario y preguntándose si él también tendrá que quemar su traje al regresar, si alguna vez habría paseado orgulloso con el triste bicho que ahora cabecea a su lado. Sintiéndose tan magra por dentro, en ese momento, como el caballo Adham por fuera.

El caso del que hablamos ocurrió en Tolox -el albergue CYD Santa María se encuentra en Málaga, lindando el Campo de Gibraltar-. Como tantos, fue denunciado como delito de maltrato animal por el Seprona. El juicio se saldó con inhabilitación temporal de tenencia de animales para el acusado, que reconoció los cargos.

Es sólo un ejemplo: no es extraño que los casos de abuso animal, ateniéndose a la ley, se solventen con libertad con cargos, pago de multa o, ante la imposibilidad de pago, conmutación de pena por trabajo social. Otro caso parecido lo tenemos en el famoso episodio del 'burrito' de Lucena: la cría de asno que murió reventada en un Belén viviente la pasada Navidad. Sin embargo, al contrario de lo que pueda parecer, la legislación española no es especialmente permisiva: o no lo es, al menos, más que el resto de países del entorno europeo. Las penas son similares, y tienden a homogeneizarse, en toda la UE: hasta dos años de prisión máxima (que no se cumple si no hay antecedentes) y/o multa.

A partir de este julio, además, el artículo 337 del Código Penal extenderá las penas de maltrato más allá de los "animales domésticos o amansados" a aquellos que "temporal o permanentemente viven bajo control humano" y a "cualquier animal que no viva en estado salvaje". También castigará cuestiones como el ensañamiento, la "pérdida o inutilidad de un sentido, órgano o miembro principal" y el uso de instrumentos peligrosos para la integridad del animal; además de ampliar la inhabilitación a la tenencia de animales. La pena máxima (por muerte) no excederá los 18 meses. La pregunta es si las medidas son lo suficientemente disuasorias en un país que encabeza -según asociaciones animalistas, pues no existen registros en este contexto a nivel Administración - los casos de abandono y crueldad animal en Europa.

En el caso de los caballos, social e históricamente se juega con un factor que hace más abundante el fenómeno de desafección: la cosificación. Su condición no ha sido la de animal sino la de cosa -ahí tenemos al Rocío como uno de los puntos negros de su uso y abuso, con varios animales muertos de agotamiento a cada romería (trece sólo en este año)-. De bestia de granja a capricho de estátus, pocos elementos experimentan un proceso de depreciación tan rápido como puede experimentar un caballo. Un proceso que se resume en: ya no me sirve -como bestia, como símbolo-, lo rompo, lo tiro, me desprendo de él. De miles de euros a pienso liofilizado.

"En 2010, el CYD Santa María emitió una propuesta al Consejo de Estado, que después se elevó al Congreso de los Diputados, para que los caballos dejaran de ser animales de renta, por lo que podías apalearlo hasta morir sin consecuencias, y pasaran a considerarse animales de compañía -explica al respecto Virginia-. Aun así, casi nadie piensa en un caballo como en un animal doméstico, y ahí está el núcleo del problema. Hemos dado el paso legal pero nos queda el paso moral".

Los gastos continuos de un animal de estas características -y, volvemos a ello, la cosificación de la que son objeto- hacen que no sean extraños los casos de ejemplares echados a morir de hambre. Muchos más son los abandonados -con los ayuntamientos sin interés o recursos suficientes como para ocuparse de ellos-. Y muchos más, los desahuciados: desde 2012, unos 200.000 caballos han pasado por los mataderos en España. En el CYD Santa María tienen a 60 animales: "Antes nos llamaban para casos concretos y ahora, para yeguadas enteras".

En Cádiz, provincia de gran tradición ecuestre, en el centro afirman haberse encontrado con lo mejor y lo peor: "Muchos de nuestros mejores adoptantes están ahí, por ejemplo". Una lacra común en la zona, sin embargo, es la costumbre de trabar a los animales:"Su efecto es como si a nosotros nos pusieran grilletes -comenta la cuidadora-. Termina atrofiando el miembro y el daño muscular y de articulaciones es tremendo. Puede llegar a la elefantiasis o a perder la pezuña, lo que supone el sacrificio del animal. Una vez supimos de un caballo trabado al que estaban devorando vivo los perros salvajes. Por eso exigimos en las adopciones que haya alguien pendiente del ejemplar las 24 horas."

Al ajeno al mundo equino, un caballo le resulta una bestia rotunda. Esas cabezotas que bajan con parsimonia, esos lomazos tremendos. El caballo, sin embargo, es un animal delicado: las pezuñas se infectan, los lomos se llagan, su dentadura requiere vigilancia continua. "Y son animales en huida -continúa Virginia-. Su naturaleza es estar de pie y atento: verse sometido en el suelo, como se hace al tirarlo con cuerdas o alambres al querer montarlo, le supone una situación de angustia absoluta. Ante esto, el animal reaccionará de dos maneras: te obedecerá por miedo, pero nunca será contigo un animal noble o confiado. La segunda reacción, por supuesto, es la resistencia: el animal lucha".

Ese fue el caso de Aragorn, un delicado potrillo que llegó con las vértebras dislocadas al refugio, lo que le terminó provocando hipoxia y, finalmente, la muerte.

"Al principio -dice Virginia-, me extrañaba la cantidad de animales que nos llegaban con algún problema visual: con cataratas, o tuertos, o medio ciegos. Y es que si te pegan en el lomo, el daño es interno, no lo ves, o cicatriza. Pero si te pegan en la cabeza, es muy fácil que termine afectando a los ojos. Si alguien maltrata o abandona a un caballo, a no ser que haya un testigo directo o tenga experiencia en el trato de animales, es muy díficil de detectar. Aunque para quien está acostumbrado a ellos, un caballo maltratado se delata por la actitud gestual o la mirada".

La crisis no sólo ha aumentado los casos de abandono y maltrato, sino que también ha procurado una sangría en las aportaciones de las asociaciones, "lo cual nos coloca a todos en un escenario de incertidumbre", dice Virginia.

Virginia no estudió veterinaria. Sobre todo, cuenta, por su sensibilidad ante el sufrimiento animal: "Desde luego, cuando te metes en un proyecto como este no sabes lo extremo que puede llegar a ser -se explica-. Pero ya en mi primera experiencia de poner a dormir a un caballo lo que sentí fui un gran alivio, porque vi que sufría mucho. Fue una experiencia muy reveladora: no es sólo salvar a los animales, sino evitarles la agonía. Mi hermana siempre dice que es muy importante cómo vives y cómo mueres. La muerte de todos tendría que ser digna".

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