La tribuna

Jaime Martinez Montero

Elogio de la pedagogía

ME encanta leer en este periódico la sección En tránsito, de Eduardo Jordá. Creo que escribe muy bien y me identifico mucho con sus contenidos. Sin embargo, la publicada en los periódicos de la cadena Joly el pasado 17 de febrero me ha suscitado un profundo desacuerdo, fundamentalmente porque se acoge a uno de los tópicos más generalizados de la enseñanza: la pedagogía (por ello, claro, los pedagogos) y todos los saberes elaborados sobre el hecho didáctico no sólo no sirven para nada, sino que además se constituyen en un estorbo y son la causa de muchos de los males del sistema escolar. La conclusión es clara: dejémosla de lado si queremos que la enseñanza funcione.

Siempre me han sorprendido estas soflamas antipedagógicas pronunciadas por los profesores. Parece que lo importante en un profesor de Matemáticas es que conozca a fondo esa materia. Y digo yo: si esto es lo único importante, ¿por qué cualquier licenciado en Matemáticas no puede ser profesor?, ¿qué es lo que caracteriza a un licenciado en Literatura para que pueda dar clases en un instituto, en exclusiva y hasta que se jubile, respecto al resto de licenciados o doctores que no acceden a ese oficio? Se suele contestar que además de saberse la asignatura (naturalmente, ésta es una condición previa necesaria) el tal titulado posee las destrezas añadidas de saberla enseñar. ¿Entonces? ¿Cómo es que, una vez que se accede al puesto de trabajo, se abjura de la característica del mismo gracias a la cual ese puesto se ha singularizado para que lo pueda ejercer el abjurante y no otros?

También es poco racional el planteamiento. Dice mi admirado Jordá que para ser buen profesor hace falta "intuición, entusiasmo, humor, mano izquierda, comprensión, curiosidad, amor por el esfuerzo, dedicación al que más lo necesite". ¿Existe alguna profesión en la que no sean recomendables tan filantrópicas cualidades? Sin embargo, en esa enumeración falta la más importante: saber el oficio. Por lo visto, nada de lo que han hecho millones de profesores con anterioridad es aprovechable. Todo lo que ha descubierto la psicología sobre el aprendizaje, o sobre las características del ser y del aprender del niño o del adolescente le es innecesario al profesor. No sé para qué se afanan tantos investigadores, si el sentido común del docente suple con ventaja a todos sus hallazgos.

En estos momentos estoy dirigiendo un proyecto de innovación en cuatro colegios de la Bahía de Cádiz. Tras una primera evaluación hemos obtenido unos resultados muy buenos y significativamente superiores a los que obtienen alumnos sometidos a una metodología tradicional. Parecidos a éste hay otros muchos, cuya eficacia ha sido científicamente probada. De que el profesor los conozca, los estudie y los aplique depende el que los alumnos salgan mejor o peor preparados. ¿Puede defender un profesor que no tiene nada que aprender sobre cómo se enseña? ¿Es presentable que se defienda como actuación didáctica que cada docente improvise como mejor le parezca y que, además, tal actuación -que no deja de ser la más cómoda, no lo olvidemos- es la chipén?

Los profesores tienen una formación académica profunda. Todos han frecuentado la universidad y conocen a fondo los contenidos de su materia. Todos saben que se ha llegado al actual desarrollo de las disciplinas porque cada generación se ha ido aprovechando de los descubrimientos de las anteriores y ha comenzado sus trabajos allí donde los dejaron los que las precedieron. ¿Cómo puede afirmar un profesor que su oficio es la única actividad humana del mundo sobre la que no sirve para nada el conocimiento acumulado, la experiencia probada, la sabiduría que da la reflexión sobre lo que ha ocurrido en las aulas durante años y años?

En la ESO se obliga al alumno a que se siente en un aula. No se le da opción, y ello es bueno. Precisamente se le forma y se le enseña porque desconoce la importancia de su educación. Lo que ya no está tan bien es que el docente defienda la inutilidad de los saberes que facilitan el aprendizaje de los niños, por un lado, y por otro que no consiga que los niños aprendan y, de tal hecho, le cargue las culpas al propio alumno. ¡Al alumno, que es al único que no se puede cambiar! Porque se puede cambiar de método, de libros o materiales, y hasta de profesores. De alumnos no: es lo que hay.

Acabo respondiendo a una pregunta: ¿En qué consiste la ética del docente? Sinceramente, creo que en su compromiso con el aprendizaje. Si éste no se produce, el que tiene una conciencia profesional desarrollada busca, cambia, aprende nuevos métodos con el fin de mejorar su actuación. El que la tiene menos, le echa la culpa al niño, a la familia, a la Administración, a los políticos, a la sociedad, al sistema, a la Logse, a la globalización y ... a los pedagogos.

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