XIII festival de música española de cádiz 3 Recital 'Un año sin Paco'

Pero la guitarra vive

  • Dani de Morón, Diego del Morao y José María Bandera firman un emocionante concierto en el Falla en homenaje al maestro Paco de Lucía

Hay una frase muda delante de este incompleto titular. "(Paco ha muerto) pero la guitarra vive". Hay una oración, deliberadamente, callada que da pie al torpe intento de rotular el espíritu de una noche bonita, de una noche grande. Qué mejor celebración del maestro de Algeciras que mostrar vivo, radiante, esperanzador su legado.

Porque, a nuestro parecer, esta voluntad cimentaba el recital Un año sin Paco que la noche del jueves se celebró en el Gran Teatro Falla de Cádiz. La silla del maestro está aún vacía, claro (un hueco definitivo que, quizás, nunca se ocupe del todo), pero los caminos que el genio abrió están sobradamente transitados, llenos de caminantes, sus guitarras a cuestas, con ganas de dejar su huella, plantar sus propias semillas, asfaltar sus propios carriles. Porque Paco alimentó esa ansia, la de buscar la propia personalidad, e hizo realidad lo que podría ser fantasía, que sí, que se llega, que se puede llegar.

Así que, más allá de la brillantez de la reinterpretación conjunta de la rumba Río Ancho y del inconmensurable Ziryab, lo que Dani de Morón, Diego del Morao y José María Bandera demostraron la noche del jueves es que un tributo no sólo se debe basar en versiones y en imágenes emotivas del homenajeado; que lo más interesante y alentador de un tributo es demostrar la pervivencia de aquello por lo que el homenajeado luchó.

Y la guitarra vive, señores. Vive y se gusta en la creatividad de unos (Dani de Morón); la jondura de otros (Diego del Morao) y la elegancia de aquellos (José María Bandera). Que la guitarra vive cuando el de Morón lanza un beso al cielo tras la seguiriya de Paco (Luzia) pero también cuando demuestra su flamencura, su pellizco (casi parece bailar el guitarrista) en su bulería Barrio C o en la soleá Fe con la que abrió su paso por la escena.

Que la guitarra vive en Diego del Morao, con frío y todo (se frotaba las manos el joven), con ese compás que no se puede aguantar por tarantos buleaeros, por seguiriyas y por una bulería "que tiene la culpa de que esté yo aquí hoy pasando este mal rato", se dirigía al público, humilde, antes de enfrentar la pieza dedicada a dos maestros, su padre, Moraíto Chico, y Paco de Lucía.

Que la guitarra vive en un emocionado José María Bandera, sobrino del De Lucía, recordando que la vez que "más le impactó" ver a Paco fue en ese mismo coliseo "sin micros, sólo una silla, Paco y la guitarra". Habló en dos idiomas Bandera (el que sabe su lengua y el que saben sus manos) y en los dos conmovió. Un cosquilleo por granaína, luminoso en la soleá, ambas propias, y certero en Monasterio de sal.

Que la guitarra vive y está a buen recaudo. Lo dicen las sonrisas, los gestos cómplices cuando, en el cierre, los tres magos de la sonanta se juntan en su propia bulería y en Ziryab ("¿la hacemos otra vez?", bromeaba el jerezano). La guitarra vive aunque Paco haya muerto. Porque Paco está. Lo vimos y escuchamos sus palabras en las imágenes de La búsqueda, proyectada entre actuante y actuante. Y lo oímos. Paco está vivo en sus composiciones y en las composiciones de los que vendrán después.

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