Cultura

Raphael, hasta el final

  • El legendario intérprete repasa los éxitos de su cancionero durante unas tres horas en la primera de sus tres noches en el Gran Teatro Falla

Con su peculiar manera de entonar, con su paladear de sílabas, con sus potentes erres, sus alargadas eles, Raphael hasta el final. Con sus singulares paseos por el escenario, con sus miradas desafiantes, con su dedo índice que escoge o acusa, Raphael hasta el final. Estallando un vaso contra el suelo, vertiendo todo su contenido por el piso; desafiando a la mala suerte arrojando un taburete contra un espejo para romperlo en mil pedazos; dejándose arrastrar por las ruedas de una silla giratoria; ascendiendo escaleras; olisqueando el aire; bailando con un sombrero imaginario; manteniendo una pelea ficticia; Raphael hasta el final. Enfadado, dolido, rabioso, triste, derrotado, triunfal... Riendo o espetando una queja. Raphael hasta el final. "Y hasta el final vendré aquí, Cai, año tras año", dice el legendario, el incombustible intérprete de 71 años en su primer cara a cara con el Gran Teatro Falla de los tres asaltos programados esta temporada. Un concierto que se extiende largo y ancho durante tres horas y donde Raphael es Raphael de principio a fin. Raphael, hasta el final.

De sus mil y un rostros -tantos como canciones tiene- el artista de Linares que comenzara su romance con Cádiz allá en los tiempos del Cortijo de los Rosales (como él mismo recordó), opta, en principio, por dejar ver su cara yeyé con Si ha de ser así y Mi gran noche. Pero ya antes de abrir la boca, cuando los compases de la banda firman un pequeño popurrí con las melodías de Estoy aquí y Yo soy aquel, cuando Raphael, el de la eterna corbata de discretos lunares, hace su entrada por la escena, ahí en los mismos albores de la noche, se desata la locura.

Incontables son las ocasiones en las que el público se levanta de sus asientos para aplaudir un tema, incluso, en mitad de su desarrollo. Catarsis. Esa conexión entre el artista y la historia que cuenta y, por ende, entre el artista y el respetable sólo se explica con el alumbramiento emocional provocado por la tragedia griega. Y, a la vista de lo que ocurre en el concierto, también provocado por Raphael.

Provocación, Se fue ("tengo el corazón tan triste qué", canta el intérprete mientras que una señora del maduro público se interesa, "¿por qué, hijo?), Los amantes... Las canciones de tono más melódico se suceden arropadas por piano, baterías, eléctricas y teclado, según requieran. A estas alturas, el "único", "el mejor", "el gran" -calificaciones que le atribuye su público en Cádiz- ya se ha deshecho de la corbata y se ha despojado de la chaqueta de un modo teatral. Sobre el hombro se la acomoda. Y para qué queremos más. La ovación sólo es comparable a la que se produciría cerca de una hora y media después cuando diría aquello de Qué sabe nadie.

Catarsis, decía antes. Y es que Raphael canta (hasta la tarara si quiere que todavía tiene poderío) y cuenta. Y lo cuenta como nadie porque no se parece a nadie. Se parece a Raphael. Y como él canta temas tantas veces interpretados por unos y por otros como Se me va, Gracias a la vida o el tango Nostalgias.

También se nos pone roneante, dejado de caer sobre el piano, tocando palillos Con Despertar al amor; agradecido con Maravilloso corazón; eléctrico con La canción del trabajo; embrujador en Cuando llora mi guitarra y farruco con Yo sigo siendo aquel. Se acuerda de Manuel Alejandro, más que su compositor su "biógrafo", antes de interpretar Cuatro estrellas y nos retrotrae al guateque cuando rememora Estuve enamorado.

Pero es en sus excesos, en sus excentricidades, en su interpretación más apasionada cuando Raphael conduce a su público a la entrega total. Algo así como al precipicio de la admiración. Escándalo, Detenedla ya, Qué sabe nadie, En carne viva, Frente al espejo, Como yo te amo, No puedo arrancarte de mí, la Balada para un loco de Piazzolla (magnífica)... Aparecen más allá del De amor & desamor, su último disco. Porque Raphael hace lo que quiere. Hasta el final.

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