La arqueología gaditana celebra estos días el 125 aniversario de unas excavaciones que iban  a resultar vitales para la investigación del pasado fenicio de Cádiz. En marzo de 1887, el día 10, se encontraron en los terrenos de Punta de la Vaca varios enterramientos que permitieron ampliar unos trabajos arqueológicos que desembocaron en el hallazgo, en mayo de ese mismo año, del sarcófago antropoide fenicio.

En sus ediciones del 11 y del 12 de marzo, ‘Diario de Cádiz’ publicó la noticia, entonces de apenas 60 líneas y lógicamente sin fotografías, de los primeros hallazgos arqueológicos en los terrenos destinados a albergar la gran Exposición Marítima: “Los varios hallazgos arqueológicos hechos en las excavaciones que se practican en Extramuros para las instalaciones de la Exposición marítima, han excitado el interés de las personas aficionadas a las curiosidades arqueológicas”. Así comenzaba una noticia en la que se recordaba que se habían encontrado al menos dos enterramientos.

El periódico se hacía eco también de cierta rumorología que, seguramente, se propagó pronto por la ciudad. Dado que los dos esqueletos habían sido encontrados a escasa profundidad y sin cabeza, incluso se barajó la posibilidad de que los restos correspondieran a los de los patronos de Cádiz, San Servando y San Germán.

Pero no, los dos enterramientos hallados el 10 de marzo se completaban con restos de armas de hierro y animales tallados en hueso, además de algunas joyas.

Lo cierto es que estos hallazgos, que entonces se denominaban “antigüedades” y que fueron comunicados a la Comisión de Monumentos por parte del gobernador, dieron paso a la aparición del hasta entonces más importante hallazgo fenicio de Cádiz, el sarcófago antropoide encontrado en las excavaciones dirigidas por Pelayo Quintero Atauri. Pronto se convirtió en un icono de la ciudad de Cádiz, al tiempo que su aparición propició la creación del Museo Arqueológico de la ciudad.

El sarcófago antropoide masculino de Punta de Vaca, datado en la época púnica hacia el año 400 a.C., es de mármol blanco tallado y pulido, aunque en origen la pieza estuvo policromada, según se explica en la página web del Museo Provincial. Representa a un personaje masculino maduro, con cabello y barba bien arreglados, que sostiene en su mano izquierda una granada y en la derecha una corona de flores pintada, aunque algo perdida. El trabajo de la piedra indica la labor de un artista griego o fenicio muy helenizado, buen conocedor de las técnicas de grandes maestros.