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De libros

Los beneficios del juego

  • 'Memorias de un tramposo'. Sacha Guitry. Trad. Laura Salas Rodríguez. Editorial Periférica. Cáceres, 2012. 104 páginas. 15,50 euros.

Actor, dramaturgo, director de cine y de teatro, Sacha Guitry (1885-1957) fue un vividor y un hombre de genio, rico, refinado y adicto al éxito. Esta debilidad por los aplausos lo llevaría a 'confraternizar' con los oficiales alemanes durante la Ocupación, pero Guitry tampoco fue -como Cocteau o tantos otros- un colaboracionista en sentido estricto, y por eso pudo ser liberado sin cargos después de una breve estancia en prisión. También jugó a su favor que hubiera ayudado a liberar, junto con su íntima amiga la inefable Arletty, al escritor judío Tristan Bernard. Son justamente célebres las respuestas de la actriz a los miembros del tribunal que la juzgaba por haber cohabitado con un joven oficial de la Luftwaffe, ante los que sostuvo con gran aplomo: "En mi cama no hay uniformes", continuando con una memorable afirmación de cosmopolitismo: "Mi corazón es francés, pero mi culo es internacional".

Puede que sea injusto detenerse en un episodio al cabo menor de una trayectoria tan fecunda como la de Guitry, pero es este fondo cínico, laxo y bienhumorado el que impregna sus Memorias de un tramposo, publicadas en 1935 y recién traducidas al castellano. Hablamos en realidad de una novela, narrada en primera persona, que el propio autor llevaría al cine -un año después- en un filme pionero por el novedoso recurso de la voz en off. Con una escritura concisa, de frases breves y chispeantes que remiten al articulismo de costumbres, Guitry nos cuenta los tumbos y trapacerías de un superviviente, absolutamente desprovisto de principios morales, por los casinos y hoteles de lujo de París o Montecarlo, a través de escenas e impresiones que no llegan a cuajar -tampoco lo pretenden- en una trama articulada. Ingenioso, provocador y deliberadamente frívolo, Guitry celebra en particular los "beneficios del juego", no oculta su conocida fascinación por la riqueza pero condena -muy juiciosamente- a quienes la atesoran sin gastarla.

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