Día internacional del cáncer de mama

Cómo hacer un milagro

  • Lucía, diagnosticada de cáncer de mama y embarazada, decidió seguir adelante con la gestación mientras se le trataba Su hijo Evan nació hace dos semanas en Cádiz

Para hacer un milagro hay pocas recetas disponibles y ninguna garantiza el éxito. Para ganarle una batalla al cáncer se puede contar a tu favor con un dios todopoderoso y ya se sabe lo difícil que es eso, por no decir imposible: hay que rezar mucho tal vez para nada; o bien se puede contar con otro arma que muchos relacionan con la religión pero no tiene por qué: la fe. Eso sí, hay que añadir otras virtudes ya no necesariamente teologales, principalmente la imprescindible acción de un gran equipo médico, la voluntad, el esfuerzo, la sonrisa y las lágrimas, el apoyo de los que te rodean… y la buena suerte que empuje para que nada se tuerza. Lucía, una joven isleña de 28 años, combinó y contó con todos estos ingredientes para lograr un milagro cotidiano, que pesó dos kilos setecientos al nacer, y lleva desde hace dos semanas el nombre de Evan, un nombre que eligió por su significado: 'pequeño luchador'. Un talismán, tal vez.

Para que se propicie un milagro tiene que haber antes un grave daño que reparar o aliviar al menos. Ese mal se manifestó de repente hace pocos meses, en abril pasado, en forma de bulto en un pecho. Lucía apenas llevaba entonces cinco meses casada con el también isleño Adrián, ambos vivían en Almería, y su sonrisa permanente del día de la boda se había hecho aún más grande con la noticia de un embarazo: "Era lo que queríamos Adri y yo, llevábamos ya tiempo viviendo juntos, y tener un hijo era nuestro plan", cuenta Lucía.

Una consulta ordinaria ya programada para el día siguiente con el ginecólogo acrecentó las sospechas y en una cadena lógica vinieron las pruebas y la confirmación del mal. "En Almería el médico no pronunció la palabra cáncer, sólo me dijo que lo que tenía era malo", cuenta antes de relatar la atropellada catarata de malas noticias que le soltó el cirujano: que sería mejor abortar, que habría que extirpar el bulto, luego sesiones de quimio y radioterapia, y el posterior tratamiento hormonal de cinco años, tras los cuales podría plantearse tener hijos. "Además, me dijo que lo pensara rápido porque el feto tenía once semanas y habría que actuar pronto". Con esa avalancha y el enfado por un destino que no le correspondía, Lucía no se lo pensó y decidió: "Esa misma tarde pedí los papeles de mi historial y me vine para Cádiz. No pensaba que el hospital fuera a ser mejor, sino que quería estar con mi familia y pensarlo todo aquí. Luego ya me enteré de las buenas referencias que tenía la Unidad de Mama del Puerta del Mar".

Esta decisión es quizá el primer ingrediente del milagro. En el momento en que aparece esa Unidad, con la doctora Pilar Moreno al frente de un equipo multidisciplinar, el panorama se despeja para Lucía y su familia. "Toda mi pena era que iba a perder a mi hijo -cuenta-, de Almería me vine con la idea de que no tenía opción". En Cádiz, en cambio, no le dijeron eso. "Aquí me vieron en seguida, la doctora Moreno me informó de todo lo que tenía, con palabras claras y todo detalle, que era cáncer de mama, el tipo, el lugar donde estaba con un dibujo… y no me propuso interrumpir el embarazo. De momento habló con integrantes del equipo y me dijo que la decisión era mía. 'Si tú quieres, vamos a intentarlo' fueron sus palabras".

"Y yo desde el primer momento sabía que quería seguir con el embarazo, lo demás me daba igual, mi única preocupación era el bebé", afirma Lucía segura. Adri, a su lado, describe cómo lo vio él: "Yo creo que desde que el espermatozoide fecundó el óvulo a ella ya le afloró el sentimiento de maternidad, ya sintió que ese era su niño". Como cuenta ella, "me dijo la doctora que ante esta situación, mucha gente optaba por el aborto terapéutico, les podía más el instinto de supervivencia que el de maternidad". Lucía, no es necesario decirlo, era todo instinto de maternidad en ese instante. "Yo veía que no tenía sentido haber vivido tanto tiempo con Adri, habernos casado y tener ese hijo dentro para ahora quitarlo". Y sin ser especialmente creyente, concluye categórica: "Desde el primer momento pensé que Dios no me podía haber dado todo eso para luego quitármelo".

Sopesando todos los riesgos, con la inestimable ayuda de un equipo médico tan cercano, y con el cerrado apoyo de toda la familia de Lucía, el milagro iba marchando, con la cirugía, que salió bien y no requirió la extirpación del pecho, y después con un constante seguimiento del embarazo a la vez que se administraban a Lucía los ciclos de quimioterapia. El peligro para el bebé era que el crecimiento se detuviera o que fuera más pequeño de lo normal. Las revisiones alternaban las inquietudes y los pequeños sustos con las buenas noticias, mientras ese intruso repentino que es el cáncer en la vida de las familias repartía a ratos su dosis de tristeza, tragedia y enfado. "Yo pasé momentos muy malos -cuenta Lucía- , claro, pero la mayoría me los guardaba porque nunca me ha gustado dar pena". El único testigo de esos momentos era Adri, el apoyo constante, que siempre sostuvo la decisión que ella tomó, y que relata cómo su peor momento fue cuando le tuvo que rapar el pelo. Y miedo, "pero miedo por el bebé, por cómo le podía afectar todo esto", aclara ella.

"No me arrepentí en ningún momento -dice mientras sostiene en brazos a Evan- nunca. Nunca he pensado en mí sino en él. Mucha gente, incluso los médicos, han elogiado mi decisión y dicen que he sido muy generosa, pero yo no creo que haya que echarme flores, porque era lo que yo quería hacer, en el fondo pensaba en mí. Después hasta los médicos vieron que el bebé era lo mejor que me podía pasar, no enfrentarme luego a la gran duda de qué habría pasado si hubiera decidido tenerlo..."

El gran equipo médico vigilante ajustó los plazos de los ciclos de quimio, programando el parto para la fecha adecuada y antes de las sesiones de radio que aún tienen que venir. Y a primeros de octubre, en feliz coincidencia con el aniversario de boda de Lucía y Adri, se produjo el ingreso. Tras tres largos pero no tristes días, Evan entró en el mundo. La madre de Lucía, Paqui, recuerda como mientras todo esto se producía, rezaba el rosario y la matrona la veía y le decía. "Mira la abuela…" Poco después -cuenta ella misma-, la enfermera salió y resumió a su manera lo que había pasado en el paritorio: "No sé, pero algo ha pasado porque el parto ha sido precioso. Algo ha ocurrido…" "El parto fue muy bonito, hubo dolor pero no sufrimiento", coinciden Lucía y Adri, protagonista y testigo directo privilegiado de lo que será siempre un milagro para todos los que lo hicieron posible,la fe y la voluntad de Lucía y la sabiduría de los médicos por delante. Evan está muy bien.

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