Cádiz

Una pareja gaditana ocupa una vivienda en la barriada de la Paz

  • La casa pertenece a la Junta de Andalucía y la inquilina ha sido ingresada en una residencia por culpa de una enfermedad.

A Susana y Antonio nunca se les pasó por la cabeza que acabarían ocupando una vivienda. Uno no se plantea algo así, simplemente sucede. Porque mucho antes de llegar a ese extremo, lo que llega es la desesperación, la impotencia, la depresión, y crea tal desolación que la única salida que se vislumbra es traspasar una línea roja y desconocida. Y así, un día, tras siete años en las listas de Procasa, donde tienen el número 599 para optar a una vivienda social, se atraviesa el portal de una casa ajena y se intenta tomar aire entre el olor a humedad y los enseres abandonados, que se agolpan en una de las dos habitaciones de que consta la modesta casa ocupada hasta hace un mes por una señora de avanzada edad a la que la Junta de Andalucía ha ingresado, a modo de prueba, en una residencia de ancianos.

Susana tiene 34 años y Antonio 41. Viven solos, acompañados por sus perros, pero Antonio tiene dos hijas de 13 y 10 años de una relación anterior, que es uno de los motivos de esta ocupación. "Porque yo necesito ver a mis hijas, sentir su calor, y en casa de mi suegra, que es muy pequeña, no cabemos, así que no pueden venir", dice Antonio. Relata que su hija mayor lo ha pasado muy mal por la situación, por no poder pasar más que unas horas a la semana con su padre. "Por eso el pasado 8 de julio nos decidimos a ocupar esta vivienda que sabíamos que estaba vacía", nos dice Antonio, mientras Susana escucha en el salón de la casa, un bajo del número 25 de la avenida de la Bahía, en plena barriada de la Paz, donde las ocupaciones de casas están a la orden del día. "Nosotros no salimos de aquí nunca. En todo este tiempo no hemos dado ni una vuelta por el paseo la bahía juntos. Nos turnamos para tomar el aire un poco", dice Antonio. No quieren dejar la casa porque saben que hay gente esperando para ocuparla a la menor oportunidad.

Susana tiene una paga de 220 euros al mes por una minusvalía y Antonio se encuentra ahora en el paro. Gracias a uno de los programas de empleo del Ayuntamiento ha trabajado tres meses recientemente en la construcción, pero en estos momentos se dedica a buscar trabajo desde primera hora de la mañana.

Cuando llegamos a la casa Antonio se encuentra haciendo la comida en casa de su suegra, que vive unos metros más allá, en la misma planta del edificio. "Cuando vamos a contar nuestro problema a Procasa o la Junta nos dicen que nos vayamos a vivir con la madre de Susana, pero no se dan cuenta que no cabemos, que yo necesito tener a mis hijas cerca de mí, que no puedo vivir viéndolas dos horas a la semana, que eso para un padre es muy duro y para ellas también. Yo quiero disfrutar de mis hijas, verlas crecer, y en el piso de mi suegra no cabemos. Vernos en el puesto 599 de Procasa nos hace plantearnos muchas cosas. Yo tengo dos hijas y las quiero a mi lado. Nos apañamos con cualquier casa, aunque sea de un dormitorio, donde mis hijas puedan venir algunos días, aunque mi mujer y yo tengamos que poner un colchón en el suelo para dormir, como hemos hecho días atrás. No creo que estemos pidiendo nada del otro mundo", dice Antonio.

El piso ocupado pertenece a la Junta de Andalucía. La mujer que residía en él no tiene hijos y el único que se ocupaba de ella era un sobrino, que venía a traerle la comida de manera habitual. "Ahora el sobrino nos ha denunciado -cuenta Susana-. Yo no creo que esta señora vaya a volver, porque está enferma. Si nos dicen que va a volver nos iremos, pero no vamos a dejar la casa para que metan a otras personas porque nosotros también necesitamos una casa para intentar vivir".

Susana y Antonio nos muestran una habitación atestada de muebles y enseres de la antigua inquilina. No han tirado nada porque les han dicho que cabe la posibilidad de que vuelva en septiembre, aunque la vivienda está en mal estado, con abundantes manchas de humedad en las paredes y otros defectos ornamentales.

Los protagonistas de la historia insisten en que no pretenden quedarse con esta casa. "Entendemos que no es nuestra, pero que nos faciliten otra en la que poder vivir. No pedimos otra cosa. Estar así es muy complicado para nosotros", dice Antonio.

Y en la puerta, con varias cerraduras y cerrojos que disuaden a otros okupas de luchar por la vivienda conquistada, se despiden con la esperanza de que su situación pueda solucionarse.

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