Defendiendo el tipo

Letras, letras...

Se tiende al espectáculo, a convertir el escenario en el plató de un musical. Puro efectismo, tramoyas operísticas, espejitos de colores y bisutería. Kilos de purpurina, toneladas de foame y unos maquillajes como patrocinados por Titanlux están eclipsando a la verdad de la fiesta: las letras. Al menos eso se ha dicho siempre, que el Carnaval de Cádiz era el carnaval de las letras.

Quiero letras. Letras de chirigota que permitan reírse con los ojos cerrados, letras de una comparsa que emocionen sin tener que verla… Vale que está muy bien eso de los efectos especiales, osos que bailan, saltimbanquis, alardes vocales y otros gorgoritos, pero todo ello permite desviar la atención de unas letras que poco tienen ya que ver con el Carnaval.

Antes escribían hombres del pueblo, tipos casi iletrados, unas letras directas, a menudo muy rudimentarias, pero que en su tosquedad dejaban claro qué era exactamente lo que quería decir el autor. Hoy lo hace gente con estudios y hasta universitarios -lo cual tampoco es decir mucho- y salvo honrosas excepciones, las letras son pretenciosas, confusas y, que el dios Momo me perdone, fofitas y a veces de una cursilería sonrojante.

Hay ocasiones en que se hace preciso un análisis morfológico y después otro sintáctico para averiguar lo que nos quiere decir el autor, entender su mensaje entre una hojarasca de rimas de patinillo y otros finos piropos pemanianos. ¡Cuánto daño hizo aquello de: "Las olas de la Caleta qués plata quieta!"!

Cualquier repertorio es campo abonado para barrocos metaforones incomprensibles, pegajosa poesía para angangos, agravios gramaticales y alegorías como escritas por el orientador de un instituto…

Menos lirismo de casapuerta, menos azúcares añadidos y más letras. Letras, más letras, señores que esto es el Carnaval de Cádiz.

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