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Euforia y prudencia

  • El afán por concretar cuanto antes el objetivo de la permanencia empuja a los de Álvaro Cervera a la estimulante batalla por el ascenso, aunque el camino es muy largo

Álvaro García se escapa de Zapater y Papu en una acción del partido disputado en La Romareda el pasado sábado.

Álvaro García se escapa de Zapater y Papu en una acción del partido disputado en La Romareda el pasado sábado. / lof

La regularidad alcanzada por el Cádiz, llevada a su máxima expresión, empieza a dejar pequeño un diccionario que si por algo se caracteriza es por la riqueza de su vocabulario. Arrollador, imparable, imbatible, irrefrenable, invencible, insuperable, indomable, invulnerable, inexpugnable... Los adjetivos comienzan a escasear para definir la impresionante racha sin epílogo. En una competición tan igualada en la que cualquiera se come a cualquiera en cualquier momento, acumular una tras otra seis victorias consecutivas es un hecho de una trascendencia evidente que hasta la fecha sólo está al alcance del equipo amarillo. Sólo él ha encadenado media docena de triunfos en la LaLiga 1|2|3 -el Lugo llegó a enlazar cuatro- en una dinámica aún abierta que pretende prolongar todo lo que pueda. ¿Hasta dónde será capaz de llegar este Cádiz que asombra con una trayectoria impecable? He ahí la cuestión mientras un halo de ilusión se extiende por todo el universo amarillo y azul.

La realidad en el crepúsculo de 2017 es que el conjunto diseñado por Quique Pina, Juan Carlos Cordero y Álvaro Cervera presenta su candidatura para pelear por el ascenso a Primera División. Es lo que hay a día de hoy. Otra cosa distinta, o no, será en marzo o abril, con el campeonato lanzado hacia su desenlace. Su ubicación actual en las alturas de la clasificación lo sitúan en un venturoso contexto suministrador de los sueños más dulces, como los de la temporada 2004/05. Disfrutar el momento es lo aconsejable porque el futuro no lo conoce nadie. Se fabrica día a día. Lo cierto es que lo gaditanos ofrecen prestaciones que rebasan con creces el objetivo inicial de la permanencia, que se queda pequeño más pronto de lo imaginable. Pero la Liga es tan larga -42 jornadas que se hacen eternas- que puede pasar de todo. Una cosa es que puedan presentar batalla y otra es que vayan a dar el salto a la élite. Nada es imposible, pero es un reto muy difícil de cumplir. Es una lucha muy complicada en la que están metidos clubes que han invertido en sus plantillas el doble de dinero que el Cádiz. Lo bonito es gozar de la sobredosis de triunfos e incluso soñar con las más ambiciosas, aunque nunca perder la perspectiva. Ninguna escuadra -salvo el Levante la pasada campaña- puede hablar de ascenso a estas alturas.

La euforia es un estado natural que se desata cuando todo va a las mil maravillas. Cada uno vive a su manera la excelente marcha del equipo, aunque generar las mayores expectativas con todo lo que aún queda por delante es adelantarse a los tiempos. La prudencia es buena consejera para que no se desborde el río de la euforia. No conviene ir más allá del cortoplacismo que impone cada partido hasta que llegue la hora de la verdad en el sprint final de la temporada. Y en el rabioso presente el Cádiz camina por un lecho de rosas gracias a su aptitud y a su actitud. Sin pensar en lo que pueda pasar en mayo o junio. La capacidad y el compromiso de los jugadores elevan el nivel competitivo de un equipo que no conoce límites, que aplica como un rodillo la máxima de que si marca primero tumba al adversario de turno. Lo volvió a hacer el pasado sábado. Una vez más. Los amarillos supieron adaptarse a las arenas movedizas de una cita en La Romareda que amaneció con la inesperada agresividad de un Zaragoza pasado de rosca que pretendió frenar la solvencia del oponente con violentas entradas y airadas protestas al árbitro. El exceso de revoluciones fue la tumba de los maños hasta el punto de despejar el camino hacia la victoria de los visitantes cuando el colegiado expulsó a Verdasca por irse de la boca en la primera parte y después, ya en la segunda, mandar al vestuario al portero Cristian Álvarez por el grave de error de tocar la pelota con la mano y evitar una ocasión manifiesta de gol. Los errores que condenaron a uno los supo rentabilizar el otro. Los amarillos son expertos en sacar jugo a los fallos de los demás y no dejaron escapar la oportunidad para dar un auténtico golpe sobre la mesa.

No siempre se va a encontrar el Cádiz con un rival en clara desventaja numérica. Supo aprovechar la circunstancia para avanzar con tres puntos de oro en una nueva victoria de prestigio. Ganó en el Nuevo Arcángel, en el Ángel Carro, en el Juegos del Mediterráneo, en El Molinón y ahora en La Romareda.

No le hizo falta sobresalir con un juego reluciente para acabar con la resistencia aragonesa. El Cádiz no brilla por su fútbol pero sí por su eficacia, por su concepción práctica del juego. Ganar es de lo que se trata. Basta con dejar la portería a cero y dar con la tecla en alguna ocasión, como hizo Álvaro García tras un excelente servicio de Rafidine Abdullah. La alianza del comorense y el utrerano en el campo abrió la autopista hacia el triunfo. El éxito colectivo no es posible sin el máximo esfuerzo, sin el ingrediente fundamental del orden. Todos corren de principio a fin aunque a veces cueste más de la cuenta conjugar el verbo vencer. Los de Cervera tenían la tarea encarrilada cuando iban por delante 0-1 y el Zaragoza ya estaba sólo con nueve jugadores en cl césped. Fue ese periodo el de mayor sufrimiento de los amarillos, por momentos desbordados por el arrebato de orgullo de un contrincante herido que tuvo sus opciones de empate en varias acciones a balón parado y en algunos despistes que pudieron costar caro. Se descontroló el Cádiz en la medular y sufrió más de lo esperado hasta que Dani Romera cerró el partido. Seis victorias ligueras seguidas, séptimo envite concatenado sin recibir un gol -12 encuentros con la portería a cero en 18 jornadas-, una suprema sensación de solidez... Hay un equipo que se sale y ese el Cádiz, que continúa como el mejor visitante de Segunda A con 16 puntos de los 27 que ha disputado a domicilio -más de la mitad-. Se convierte en un rival terrible fuera de casa. Es el equipo de referencia en la división de plata. Todos se fijan en el conjunto amarillo, el enemigo a batir que no conoce la derrota desde hace mes y medio. Los selfies en el vestuario se convierten en una alegre costumbre para celebrar la serie interminable de victorias.

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