En una plantilla de sólo 19 futbolistas en la que algunas posiciones están realmente cogidas con alfileres, la baja de Jon Ander Garrido es algo más que un problema. Es lo que le está sucediendo al Cádiz en las últimas semanas, desde que el pivote vasco se lesionó ante el Melilla. Hay otros centrocampistas, pero ninguno con las características del ex jugador del Barakaldo.

Cuando las peores previsiones se cumplieron tras su dolencia y se supo que la recuperación se alargaría por espacio de un mes -lleva dos semanas-, el temor se apoderó del cadismo, sabedor de lo que supone no tener al todoterreno en el centro del campo. A efectos de resultados, sólo ha coincidido en este tiempo con su ausencia la derrota del pasado domingo, si bien el equilibrio que da Garrido no lo tiene ningún otro integrante de la plantilla. Marca la diferencia en el juego de corte destructivo y es un baluarte por arriba, lo que no ofrece ningún otro compañero.

El deseo es que Garrido se una cuanto antes al trabajo del grupo, lo que sería la mejor señal y el inicio de la cuenta atrás para su vuelta al once. Ayer, en la sesión a puerta cerrada desarrollada en El Rosal, no estuvo con el plantel y su proceso sigue estando en las entrañas de la ciudad deportiva, en manos de los especialista y con trabajo específico.

Antes de caer lesionado, Garrido era el tercer jugador del plantel más utilizado primero por Antonio Calderón y ahora por Claudio Barragán. Sólo le superaban Aulestia y Josete, aunque debido a su parón por lesión también le han sobrepasado Servando y Juanma Espinosa. No obstante, el pivote vasco es una pieza clave que, aunque no se reconozca abiertamente, está echando mucho en falta el cuerpo técnico. Su desgaste y labor para ahogar el juego creativo del adversario, y su altura son argumentos sobrados para que sea indiscutible sobre el terreno de juego. Por el momento toca esperar otras dos semanas para aspirar a verle de nuevo entre los elegidos.