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Orquesta Sinfónica Conjunta | Crítica

Elogio de las sombras

La Orquesta Sinfónica Conjunta con Juan García Rodríguez en Ingenieros

La Orquesta Sinfónica Conjunta con Juan García Rodríguez en Ingenieros / Micaela Galván

Juan García Rodríguez tuvo la audacia de presentar con sus jóvenes de la OSC la 4ª Sinfonía de Sibelius en lo que, si mis datos no son erróneos, era estreno de la obra en la ciudad. Un monumento. Una de las grandes creaciones del siglo XX. Obra difícil (para los intérpretes y para el público), dura, de una severidad casi ascética, concentrada, de una desnudez que roza la desolación (¡qué doloroso –hasta lo lacerante– su movimiento lento, pero cuánta belleza en él!), una obra que coquetea con la atonalidad desde ese arranque profundo con el tritono expuesto por los contrabajos. Y justo ahí empezó a lucir el extraordinario trabajo de García Rodríguez, que logró hacer cantar las melodías con lírica plasticidad manteniendo la claridad de los complejos acompañamientos del compositor, sus arriesgados juegos polifónicos, modelando con elegancia las transiciones (¡tan importantes aquí!) y, sobre todo, manteniendo una tensión sostenida para respetar el sentido último de una música que se complace en transitar el terreno de las sombras. Excelentes los solistas.

Veníamos del distendido Concierto para violonchelo nº1 de Shostakóvich, en el que Mario Camargo mostró buenas maneras, aunque empezó algo titubeante, como la orquesta, y con un tratamiento demasiado liviano de los acentos, lo que hizo de ese primer movimiento algo un tanto descolorido, poco shostakovichiano. Pero el solista se desquitó en un buen expuesto Moderato y sobre todo en una amplia Cadencia fraseada con gusto dentro de una versión que resultó más lírica que dramática, no especialmente intensa.

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