La isla | Crítica de teatro

Del yo al nosotros, porque nadie se salva solo

Señor Serrano utiliza sabiamente la tecnología en su espectáculo.

Señor Serrano utiliza sabiamente la tecnología en su espectáculo. / Leafhopper

En escena, una mujer realiza, ininterrumpidamente, una secuencia de ejercicios. Es su monólogo y le va a resultar muy difícil renunciar a él para dialogar.

Es agotador relacionarse con el otro, dialogar con el otro renunciando a una parte de nosotros. Esto, que todos sabemos desde hace tiempo, constituye el mensaje de La isla.

Un mensaje que discurre en forma de textos proyectados en una pantalla y cuya novedad se encuentra en el hecho de que la compañía barcelonesa, que gusta de explorar “aspectos discordantes de la experiencia humana contemporánea”, ha dado un paso más en su ya larga trayectoria acudiendo a la inteligencia artificial para elaborar la dramaturgia.

Así, planteando entremedias los límites y la programación de la citada IA -un debate abierto en estos momentos, y con muchas incógnitas-, construye en la escena una metáfora en la que un náufrago, que estaba tranquilo en su isla, se ve abocado a entrar en relación con los dos habitantes de otra isla, representada como una enorme célula en la que los tres intentan convivir sin conseguirlo.

Al final, sin embargo, el texto nos dice que llegó una tormenta y el náufrago no tuvo más remedio que pedir ayuda a otros habitantes -los nueve intérpretes locales convertidos en jugadores de rugby- ya que, como dice el título de una célebre novela de Margaret Mazzantini, “Nessuno si salva da solo”.

Formalmente, La isla es un espectáculo impecable. Además de las magníficas luces de Cube, la Agrupación Señor Serrano utiliza sabiamente lo último en tecnología (hologramas, morphing...) y explora con honestidad el teatro visual y performático que le interesa y por el que ha sido premiado en numerosas ocasiones.

Pero eso no quita que a los que venimos del teatro pobre -en el sentido grotowskiano del término- a los que amamos el teatro de actor, nos cueste ir al teatro a leer textos en una pantalla. Echamos de menos la expresión y la emoción que es capaz de provocar un buen actor o una buena actriz.

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