TV-Comunicación

Lágrimas en la lluvia

  • Pequeñas anécdotas y grandes acontecimientos en TVE se quedaron grabados en las retinas, tesoro sentimental de la memoria colectiva.

Kiko Ledgard ofrece un billete de mil pesetas a cambio de que alguien del público saque del bolso unas tijeras. Ahí me tienen a una presurosa espectadora rodando las escaleras, desde todo lo alto del plató del Un, dos, tres, casi muriéndose en el empeño de ser la primera en entregar el objeto pedido por el showman peruano. No hay youtube (y que se sepa hasta hoy, archivo) que guarde esa fugaz imagen de aquella señora anónima deslomándose ante toda España. Fue un fugaz instante, imprevisto y entonces impensable, en la televisión única y de tonos grises, sin vídeo y sin altavoces sociales, que los espectadores en sus casas guardaron con una carcajada en la caja de los recuerdos. Evocaciones que se perderán como lágrimas en la lluvia, como el primer destape televisivo, el de Nuria Espert en Salomé (en catalán); el primer desnudo masculino protagonizado a cargo del madridista Gento en los vestuarios tras la final de la Copa del Generalísimo de 1962, ganada al Sevilla; la llegada del hombre a la luna entre exclamaciones hermidianas; o la emisión en francés del documental Blancos mercedarios, la primera gran pifia registrada en TVE, el día de su inauguración (fue un domingo plagado de errores).

El resplandor de la televisión, el recuerdo en vivo de aquello que vimos, nos convoca en la memoria colectiva sentimental, uno de los valores de estos 60 años de televisión pública. Aún a día de hoy, aunque La 1 ya no es la cadena más vista, rebasada de sobra por Telecinco y Antena 3, revive de vez en cuando como la cadena favorita, la institucional, el canal de los momentos importantes, para seguir la apertura de la investidura, la proclamación del Rey o el recibimiento a un nuevo año. Los hechos históricos han tenido su punto de encuentro en conexión con TVE. Desde la preocupación, sin imágenes, de un intento de golpe de Estado o la firma para el ingreso en la Comunidad Europea, al seguimiento de jornadas marcadas por el terrorismo, como la espera por Miguel Ángel Blanco, el 11-S o el 11-M. El vínculo sentimental, con tantos buenos y malos recuerdos adheridos al cristal, sigue lustrando el músculo de influencia que aún puede lucir TVE. Los grandes acontecimientos en directo, incluido Eurovisión o los Juegos Olímpicos (con aquellas proezas hispanas excepcionales), siguen siendo la baza con la que se crece la corporación pública.

Y los impactos de la actualidad. Entre tantos vídeos que se amontonan en internet aún impresiona el testimonio agónico de la joven colombiana Omaira, víctima de las inundaciones del Nevado del Ruiz, ejemplo de la mejor etapa de Informe Semanal. TVE era la única ventana de casa abierta al mundo, el cordón umbilical con el exterior, y cualquier español puede reconocerse si recuerda a Uri Geller doblando cubertería en Directísimo, si se ríe tocando las palmas diciendo "veintidó, veintidó" y podría contar qué estaba haciendo aquel domingo (7 de febrero de 1982) en que Pancho anunció por primera vez que Chanquete había muerto. Y se moriría otras once veces más.

La entereza de Paquirri en Pozoblanco, las empanadillas de Encarna Sánchez, los calcetines del monstruo Casimiro, el mineralismo de Arrabal, los ojos inmóviles de Espinete, el mareo de Lazarov, la teta rebelde de Sabrina, las ratas de V, el ratón chiquitín de Susanita, el buitre leonado de Félix Rodríguez de la Fuente o el gallo de José Ángel de la Casa en la noche maltesa del Benito Villamarín conforman un baúl común de los recuerdos, atrapados por la pantalla.

Con sólo teclear unas palabras en internet encontraríamos la sonora caída de Mayra Gómez Kemp en la Nochevieja del 85, el discurso completo del moqueante Arias Navarro con Franco de cuerpo presente, a Millán impresionado con Móstoles o a la perra Pippin recogiendo su maleta. Pero estas imágenes, revividas o descubiertas ahora, no tienen parangón con la ocasión en que se vivió ese instante, el segundo en que Arconada falló en París y el arquero de Barcelona encendía el pebetero; o el primer segundo en que Pippi Calzaslargas apareció con todo su desparpajo hípico y Mazinger surgía de su piscina. Un bagaje sentimental que nos une y reúne en torno a una pública, manoseada por los intereses políticos, que nunca debió perder el sitio que tuvo.

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