Pasarela

Preysler y Boyer: el amor que nadie se creía

  • En una sociedad aún mojigata los tres matrimonios de Isabel causaban espanto y envidia.

Le dijeron por entonces de todo. Ustedes ya saben. El divorcio aún se admitía a regañadientes y la filipina Isabel Preysler ya iba por dos maridos más un romance que había causado impacto en todos los niveles.

Miguel Boyer dejó el Ministerio de Hacienda en los años más gloriosos de Felipe González por "la China", como despectivamente la llamaba más de un compañero de gabinete y de edificio. Una sociedad española aún demasiado mojigata contemplaba la relación como un sonoro braguetazo de quien surgió en las portadas de las revistas sólo por casarse con Julio Iglesias, quien ya por entonces hacia negocio enviando indirectas a través de sus canciones a una ex mujer que le había salido más brillante de lo que creía. Lo que muchos veían y preveían como un romance de puro interés se cristalizó en matrimonio, en enero de 1988, y en una prolongada y respetuosa convivencia que sólo ha roto la muerte, como las historias de amor que se precian. Pocos habrían apostado un duro en 1986 porque Isabel y el superministro hubieran llegado juntos al siglo XXI.

El rostro favorito del Hola rubricaba su segundo divorcio en marzo de 1985. El matrimonio con Carlos Falcó se tambaleaba desde años atrás. Tras años como sufrida madre y estoica esposa, había roto con Julio Iglesias en 1978 por las continuas infidelidades del cantante. Tras un tiempo de vida inquieta junto a su buena amiga Carmen Martínez-Bordiú, Isabel Preysler halló la estabilidad en un hombre intelectual y dedicado a sus empresas, pero tal vez demasiado aburrido. La relación con el marqués de Griñón se antojaba frustrante y lo que parecía una pasajera aventura con el atractivo ministro socialista se convirtió en un romance que llevó a Miguel Boyer, casado por entonces con la ginecóloga Elena Arnedo, a dirigirse de nuevo a la empresa privada tras sus encontronazos en el Consejo de Ministros. La historia hasta entonces inconfesable iba tarde o temprano a conmover cimientos políticos, económicos y sociales. Tras contraer el matrimonio civil, a hurtadillas pero sin esconderse, en los juzgados madrileños de la calle Padrillo, ambos confirmaban que el vínculo iba muy en serio. Y al año siguiente, en marzo del 89, nacía Ana, la hija en común, abogada de profesión.

En una sociedad española murmuradora y algo hipócrita la relación fue un mazazo mediático. A "la Preysler" le vislumbraban un panorama de vulgar estrella de Hollywood, de tarambana y devorahombres. Aquel chalé de tantos cuartos de baño, piscina y lujosa caseta de perro, centro de tantos chistes (Villa Meona lo llamaban los maliciosos), vino a acrecentar el envidioso resquemor hacia el ministro que expropió a Ruiz-Mateos. Los años le dieron la razón a Boyer en lo financiero, pero sobre todo dieron una pátina de silencio y respeto a una relación cuchicheada y menospreciada.

Esa estabilidad que había aspirado durante años la encontró Isabel Preysler en Boyer, y de paso contaba con un cercano asesor para sus negocios de imagen y conducir de manera segura el porvenir de los hijos, que es lo que ha venido haciendo e insistiendo durante todo este tiempo.

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