El Rocío

De vuelta al salto a la reja controlado

  • El encuentro con la Blanca Paloma se produjo a las 03:02, algo más temprano que el pasado año. Un cordón de seguridad facilitó la llegada del Simpecado y la salida de la Virgen.

La Virgen salió de su ermita pocos minutos después de producirse el salto a la reja para procesionar en la aldea ante la 116 hermandades filiales el Lunes de Pentecostés. De nuevo todo estuvo bajo control. De nuevo desapareció la impronta de otras veces. Nada más comenzar el rosario de las antorchas, en el interior del santuario se formó un cordón de seguridad, como ya ocurrió otros años, para facilitar la llegada del Simpecado al altar y la salida de la Blanca Paloma. Como en otras ocasiones, lo componían varias decenas de almonteños que, después de desocupar la nave central de peregrinos, dispuso un pasillo infranqueable para los romeros, que fueron desplazados a las naves laterales del templo. Una barrera que no se rompió en ningún momento, ya que conforme fue pasando el tiempo se sumaron al cordón más almonteños (y algunas almonteñas en segunda o tercera fila), que ocuparon el espacio comprendido entre los arcadas que las naves laterales. Allí tuvieron que aguantar los fieles estoicamente las consignas reiteradas que recibieron y tener que mantenerse casi inmóviles.

Mientras, en los peldaños de la reja un grupo de fieles permanecían medio agazapados, unos sentados y otros de rodillas, como si anunciaran que la espera iba a ser larga y que la hora estaba más que establecida,

Los almonteños saltaron la reja a las 03:02 (diez minutos antes que en 2014) después de varias horas de espera en el interior de la basílica a la llegada del Simpecado de la Hermandad Matriz tras el rezo del rosario. De nuevo el salto a la reja fue, hasta el último instante, una muestra de fervor controlado en el que predominó el orden. Las miradas delataban la complicidad entre aquéllos que permanecían en la reja y los que se encargaban de impedir que nadie accediera a la nave central.

El dispositivo de seguridad marcó en todo momento el tiempo de los acontecimientos que se producen durante el encuentro de la Blanca Paloma con los peregrinos. El rosario, en el que participan todas las hermandades, comenzó a la hora prevista y fue la pauta de cuando sucedía en el interior del santuario.

Mientras, los romeros comenzaban a tomar posición para disfrutar de un lugar estratégico donde poder contemplar la salida de la Virgen y vivir en directos los momentos intensos, las emociones y sensaciones que se producen durante la salida. Lo hacían por las entradas laterales del templo lo más cerca posible al altar y allí se agolpaba, pero otras zonas estaban casi vacías, con muchos huecos que permanecieron hasta el salto. La letanía del rosario no cesaba y la calma inundó durante más de un hora el templo.

Pasado un tiempo, algunos almonteños empezaron a impacientarse y protagonizaron varios intentos. Pero fueron solo eso, simples amagos que pusieron algo de emoción a la monotonía que por entonces invadía el recinto. Empeño y propósito que fueron en vano ya que fueron aplacados por los santeros y otros almonteños que disuadieron a sus compañeros. Para entonces, en el interior de la ermita el calor era intenso (solo en la parte delantera). De vez en cuando se repetían los piques porque los ánimos comenzaban a alterarse.

Casi marcado por un guión, una vez que cesaron los rezos, los almonteños tomaron posiciones y aferraron a la reja de la que ya no se apartarían. El deselance estaba cerca y nada más que apareció el Simpecado por el dintel de la puerta se produjo el salto pero también un tanto regulado, ya que solo pudieron acceder al interior del presbiterio unos pocos. El resto esperó a que un almonteño colocara un crespón negro en un varal al tiempo que llegaba hasta allí el estandarte de la Hermandad Matriz. Después se produjo la apoteosis. Unos fueron saltando y otros accedieron al paso de la Virgen una vez que se abrió la cancela.

Escasos minutos tardaron en bajar a la Blanca Paloma de la tarima e iniciar el recorrido por la nave central en dirección a la marisma, siempre protegida por la cinturón de seguridad, aunque conforme avanzaba un ingente número de fieles se agolpaba detrás del paso. Una vez traspasada la puerta el esperaban otro para que pudiera acceder sin dificultad al centro de la explanada del santuario. Allí, inició la procesión por la aldea marismeña.

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