comercio y turismo | los últimos floristas sobreviven en un espacio colapsado

La Plaza de Las Flores de Cádiz se marchita

Escaparate de la Floristería Ragel, una de las dos que quedan abiertas en la Plaza de las Flores.

Escaparate de la Floristería Ragel, una de las dos que quedan abiertas en la Plaza de las Flores. / Julio González

“… Las rosas, frescas del día,/ le irán llevando con mil amores,/ derecho por Compañía,/ay que alegría, Plaza Las Flores…”

Estrofa de Paseaba apuraillo... Paco Rosado y José Manuel Gómez. Los Llaveros Solitarios. 1984.

Ya casi nadie dice nada con flores. Con flores naturales, se entiende. En estos días, la violetera de Luces de la Ciudad vendería cupones de la ONCE; el campo de narcisos de Big Fish sería de plástico; los pétalos de rosa de American Beauty, de tela barata y el ramito de violetas de Cecilia llegaría, como siempre sin tarjeta, pero por Whatsapp... A los cementerios cada vez va menos gente, incluido el Día de Difuntos, y en ellos proliferan los ramos artificiales de factura china. Quien todavía tiene algo que decir con flores las compra de oferta en un supermercado o en internet. A la hora de casarse, los novios recurren a eso que ahora llaman wedding planner, servicio que probablemente recurrirá a un mayorista. Y muchas cofradías, para Semana Santa, compran directamente a los viveros. Si a esto se suma una inflación que ha reventado los precios en los últimos años, es fácil deducir que no corren buenos tiempos para los floristas locales.

A escasos 50 kilómetros de Chipiona y el resto de la Costa Noroeste, donde se cultiva el 65% de la flor cortada de Andalucía, primera comunidad autónoma productora a nivel nacional con casi el 58% de superficie de cultivo, en Cádiz, la emblemática y céntrica Plaza de Las Flores, hasta no hace mucho repleta de color y de vitalidad, se marchita. Y no se percibe la misma alegría que cantaban Los Llaveros Solitarios. Aunque en torno a la estatua de Lucio Moderato Columela se arremolinen a diario cientos, miles de turistas, la mayoría cruceristas, que salvo excepciones, no compran ni un solo clavel. Las únicas colas en la plaza son para comer en el freidor o unos churros en una terraza y el aroma a rosas ha sucumbido definitivamente bajo el del adobo y los chocos fritos.

De los siete quioscos de flores originales que se levantasen en 1992, en tiempos de Carlos Díaz, y se ampliasen en los de Teófila Martínez, solo quedan dos abiertos. El resto permanece cerrado desde hace tiempo, con el consiguiente deterioro de unas estructuras acristaladas que nunca tuvieron un diseño adecuado, convertidas hoy en trasteros. Contra lo que pudiese parecer, las construcciones son propiedad de los concesionarios del suelo, que sí que es municipal. Conforme se fueron jubilando los adjudicatarios o en algunos casos, por fallecimiento, las concesiones fueron pasando de madres y padres a hijas o hijos. Pero ninguno de los dos concesionarios actuales pueden precisar hasta cuando estarán vigentes, aunque apuntan que las concesiones son aproximadamente por 40 o 50 años. Con mucho respeto y sensatez dicen no saber exactamente por qué cerraron sus colegas y coinciden en que la Plaza de Las Flores necesita de mejoras urgentes, incluso de una reforma integral, y quizá –aunque esto no lo dejan muy claro– una ampliación de su actividad comercial principal. Porque hace ya mucho tiempo que no resulta rentable vender flores. Incluso genera pérdidas.

El margen de beneficio de este pequeño negocio familiar es de apenas un 20% de manera que a una docena de claveles vendida a 7 euros solo le ganan 1,40. Unos rendimientos que apenas si dan para el correcto mantenimiento de las estructuras. A esto hay que sumar las duras condiciones de trabajo. El puesto hay que montarlo y desmontarlo, a menudo varias veces al día si llueve o hace viento. Y no disponen de aseos. Las floristas se ven obligadas a recurrir a los de los bares cercanos.

Carmen Ragel y Paco Melero son los últimos supervivientes de la Plaza de las Flores. Ellos, y Loli Cabrera, que es quien desde hace veinte años saca a adelante a diario la faena en el primero de los quioscos, uno de los más cercanos al edificio de Correos. Carmen Ragel se crió entre macetas. Su madre, Ángeles, vendía flores desde los 12 años “con dos banquillos, un tablero y unos cubitos” como puesto. “Tenía que llevarse los manojos a casa para mantenerlas en agua... Esto de los quioscos fue para nosotras un gran alivio porque ya no teníamos que cargar con los cubos... Aquello nos ayudó mucho”.

Este era el aspecto que presentaba antes todo este espacio urbano. Este era el aspecto que presentaba antes todo este espacio urbano.

Este era el aspecto que presentaba antes todo este espacio urbano. / Julio González

“Las flores no son un negocio rentable porque hay muchísima competencia”, explica Carmen. “Además, ya no se arreglan las iglesias como antes. Ahora lo hacen las parroquias directamente. Y ramos de novias tampoco se hacen apenas. Ni los adornos florales de los pasos de Semana Santa. Las cofradías se los encargan directamente a los viveros... Nosotras nunca les hemos trabajado, pero Nicolás y Carmen sí que lo hacían...”, relata.

“Ahora mismo no se puede vivir de la flor cortada... Aquí sobrevivimos porque sólo quedamos dos, pero si estuvieran abiertos los siete puestos, sería insostenible”, afirma Carmen. “Este es un género muy perecedero que enseguida se estropea... Usted está viendo el tiempo que está haciendo hoy, que hemos que tenido que recoger corriendo por la lluvia... Además, los proveedores nos han subido muchísimo los precios y no los hemos podido repercutir del todo a nuestras clientas porque entonces solo se llevarían tres o cuatro clavelitos...y de eso no se puede vivir”, añade.

“Hoy en día hay flores en el supermercado, en las gasolineras, en todos sitios hay flores... Llegan las Pascuas y no hay un supermercado que no tenga ramos. Nosotras vendíamos mucho en Navidad, también arbolitos, hasta que los prohibieron... Ahora no se venden flores ni en Tosantos; la gente ya no va a los cementerios y para los que van, hay flores allí... Esto no tiene nada que ver con lo que era antes... Pero aguantamos aquí, ¿qué vamos a hacer si no?”.

Ahora la mayoría de los puestos están cerrados. Ahora la mayoría de los puestos están cerrados.

Ahora la mayoría de los puestos están cerrados. / Julio González

Pero Carmen Ragel tiene claro que la plaza necesita una remodelación. Y Loli, también: “Nada más que hay que ver cómo están los árboles, que se nos vana a caer encima”, apunta sobre los magnolios. “Tampoco tenemos aseos, que estamos aquí doce horas diarias”, se queja. “La alcantarilla está atascada y las puertas no funcionan; nos cuesta un trabajo muy grande abrirlas y cerrarlas y no se pueden arreglar porque llevan unos rieles que ya no se hacen... El techo lo arreglamos el año pasado y ya se está lloviendo otra vez...”, añade Carmen. “Y todos esos gastos los tenemos que afrontar nosotras porque no hay ayudas”, asegura.

Lo que sí es competencia del Ayuntamiento es el pavimento de la plaza. “De ese bache hemos avisado no sé ya cuánto tiempo hace ni cuántas veces y no vienen a arreglarlo. Han hecho no sé cuántas fotos y algún remiendo en otro sitio. Pero esto sigue igual o peor... Menos mal que lo tapamos con las macetas. Si no, alguien se habría partido ya la cara...”

Si la flor cortada ya apenas da para vivir parecería lógico añadir algún otro género al negocio que tenga más salida. “Salvo en Carnavales, que nos permiten vender alguna otra cosa, no podemos porque la licencia es exclusiva para la venta de flores. Algunos lo han solicitado pero nunca se lo han permitido. Más de una vez, como la cosa estaba tan mala, propusieron poner prensa y otras cosas y les dijeron que no, que exclusivamente flores”, asegura. Flores y plantas vivas en tiestos, que por temporadas, se venden más que las primeras.

Un grupo de turistas en la plaza de las Flores, ante un quiosco cerrado. Un grupo de turistas en la plaza de las Flores, ante un quiosco cerrado.

Un grupo de turistas en la plaza de las Flores, ante un quiosco cerrado. / Julio González

Carmen descarta la posibilidad de que en los puestos, además de flores, se pudiesen vender, por ejemplo, verduras y frutas ecológicas, teniendo en cuenta que en la Plaza, en el Mercado Central, no hay ningún puesto especializado exclusivamente en estos productos y que la oferta en la ciudad se limita hoy a unas tres tiendas y a un ecomercado mensual. “Estos quioscos no reúnen condiciones para eso”, responde. ¿Algo para los turistas, aprovechando que frecuentan la plaza en oleadas? “¿Souvenirs? No lo sé, la verdad, no sé si eso deja para vivir...Y queremos conservar la tradición de las flores, que mi madre fue la pionera de la plaza de las Flores...” Carmen se acuerda de Concha, “con quien empezó mi madre con doce años”.

¿Temen tener que cerrar? “Como esto siga así, con los impuestos y con todo lo que hay que pagar, con el tiempo, sí... Mientras, a ver si alguien hace algo para promocionar las flores”, propone.

Los dos últimos floristas de la Plaza de Las Flores se sienten solos. Hubo una asociación, de la que fue presidenta la madre de Carmen, pero conforme fueron falleciendo los socios, desapareció”. Como urgencias, tanto ella como Loli creen que el Ayuntamiento debe arreglar el pavimento de la plaza y podar razonablemente los árboles. Tampoco verían mal que se les brindase alguna ayuda para reparar y remozar los quioscos.

Cartel de uno de los quioscos. Cartel de uno de los quioscos.

Cartel de uno de los quioscos. / Julio González

“Aquí quedamos sólo dos floristas, primero, porque no hay negocio para más”, responde Paco Melero, quien lleva 27 años al frente del quiosco que regentase antes su madre, otra de las floristas pioneras de esta plaza. Detrás viene todo lo demás: “Esto de las flores es muy complicado... Es un género que se estropea enseguida, un género que hay que exponer para que se vea y no hay un nivel de ventas como el de antes, que había determinados días y determinadas actividades que nos salvaban, llámense bodas, el arreglo de las iglesias o la Semanas Santa... Ahora las cofradías van a los mayoristas a comprar... Hoy en día no es muy apetecible este negocio”. Respecto a la competencia de los supermercados, lo tiene claro: “Eso es ya una guerra perdida”. Sin embargo, no ve un peligro en las ventas online: “Creo que la gente no acaba de fiarse de cómo llegan los pedidos y prefiere elegir las flores en persona”.

“El margen de beneficio es mínimo... A un manojo de claveles se le puede ganar un 20%, aunque depende de los precios de cada momento. Ahora está la docena a siete euros... Y de ahí hay que pagar todos los gastos que requiere cualquier negocio, incluido el mantenimiento del quiosco, claro...”, explica el florista.

Paco Melero coincide con Carmen Ragel en que la Plaza de Las Flores necesita de una reforma urgente, pero apunta una novedad: “Y un control sobre la gente que entra en la plaza a diario. Sé que me pueden tachar de antiturista, pero es que lo veo así... Esto necesita un control de aforo, que no sé cómo podría hacerse... Ayer, con el mal tiempo que hacía, estaba esto repleto... No te dan opción a trabajar en condiciones, porque la mayoría no compra”. Entiende que tal afluencia de turistas a diario, “sobre todo de cruceristas”, no es una fuente de ingresos, sino un incordio... Opina que las cifras récord de visitas que se están batiendo y las expectativas de mejora “son escandalosas para una zona de la ciudad como esta, porque, obviamente a la Barriada de la Paz, a Puntales y a Loreto no se acercan”. Y ve muy complicado darle un giro al negocio. Por coherencia, descarta los souvenirs, pero tampoco ve sumar la venta de cerámica o artesanía o de verduras o frutas ecológicas. “Sería hacerle la competencia a quienes ya se dedican a eso”, dice. “Además, ese tipo de género tiene la misma problemática que las flores: escaso margen de beneficios y también es muy perecedero”.

El pavimento necesita de un arreglo urgente. El pavimento necesita de un arreglo urgente.

El pavimento necesita de un arreglo urgente. / Julio González

Paco Melero espera que las instituciones a las que corresponda analicen la situación y tomen las medidas oportunas frente a las consecuencias de “un turismo masivo y no organizado”. “La gente se está cansando, no sólo aquí, sino en ciudades como Donostia... ¿Gana la ciudad con todo esto? ¿Ganamos los gaditanos? ¿O son sólo unos pocos los que se benefician?”.

Una señora con un delicioso acento cubano le pregunta al florista por el nombre y el precio de algunos tallos. Paco la atiende enseguida. Y en menos de un minuto regresa con su marido y su hija. Al final es él quien las elige para hacer un ramo. “Vivimos en Ayora, Valencia, y venimos conociendo Andalucía. Ayer debía haber sido el cumpleaños de mi mamá. Siempre le ponemos flores, allá donde estemos. Pero no sabíamos dónde las vendían acá en Cádiz”, explica Alberto Pérez. “¿Dónde puedo encontrarle en internet para ponerle una muy buena calificación?”, pregunta a Paco María Caridad Bravo.

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