Verano

Jerez entrega su corazón en el ciclo del Mellizo

  • El cartel jerezano agrada en La Candelaria con la propuesta más unitaria del verano

El tercer jueves del ciclo flamenco del Mellizo estuvo protagonizado por un cartel artístico netamente jerezano. La propuesta artística más unitaria y equilibrada de las vistas hasta la fecha en el baluarte de la Candelaria que atrajo a numeroso público.

El primero en salir a escena fue Pedro Garrido 'el Niño de la Fragua' acompañado por la bajañí plazuelera de Domingo Rubichi. El nieto de Tío Juane se mostró concentrado, seguro, dispuesto a dar muestras al público del conocimiento y afición que atesora. Lástima que su voz tenga una tesitura tan aguda. Abrió por malagueñas, pasó por los tientos-tangos y las seguiriyas e hizo una tanda de fandangos que remató con uno del Gloria.

Con el público ya ganado, se puso en pie y ofreció una larga serie de bulerías en la que predominaron los aires de San Miguel. Una actuación meritoria que encontró buena acogida entre los asistentes.

Le tocó entonces el turno a Luis El Zambo que venía en esta ocasión escoltado por el toque de otro artista jerezano, José Ignacio Franco. Su cante no tuvo la profundidad ni el rasgo de otras veces. Aún así, en la soleá por bulerías que interpretó de inicio puso de manifiesto que pocos saben decir el cante como él. Jugó con los tiempos con naturalidad y soltura, parándose y recreándose en su interpretación, parándose, y manejando el metrónomo a su antojo.

La guitarra de José Ignacio fue sutil y medida. En la seguiriya que el cantaor santiaguero finalizó con la variante atribuida a Juanichi el Manijero, el joven tocar intercaló con mucho acierto falsetas con evocaciones a la escuela de Javier Molina.

Tras el descanso, las tablas fueron tomadas por el numeroso grupo que acompañaba a Diego de la Margara. El compás por bulerías se adueñó del recinto y lo grupal se impuso a lo individual en una suerte de ceremonia que tendía al éxtasis colectivo.

Dieguito, que así se le conoce cariñosamente en Cádiz, se erigió en el chamán de este ritual y se marcó varias pataítas que bien valdrían un máster.

Como colofón, Fernando Terremoto y Alfredo Lagos hicieron sobrados méritos para refrendar el lugar que ocupan en el parnaso flamenco. El recital fue una perfecta simbiosis entre el cante rancio, tradicional de Fernando y el toque vanguardista, personalísimo de Lagos. Después, Carlos Grilo y el Lúa también tuvieron su parte.

El cantaor derrochó facultades durante su actuación, se salió de micro en distintas ocasiones, quizás algo contrariado por la sonorización excesivamente metálica que se apreció en los primeros lances. Rememoró la figura de su padre, tanto en los estilos que interpretó como en los dejes que le imprimió a su cante, pero no por ello dejó de sonar auténtico, personal y propio. En la malagueña fue quizás donde más se apreció su sello interpretativo.

La velada alcanzó un alto nivel artístico y el público abandonó el Baluarte con cara de satisfacción. Quedaba claro que las rivalidades entre ambas poblaciones hay que dejarlas para el fútbol, o a lo mejor ni siquiera eso.

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