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Verano

El Freek Fest cambia la cárcel de Elvis por el Penal de El Puerto

  • El festival sigue dando pasos para afianzarse en el panorama musical andaluz

Nada de rock de la cárcel. Elvis no estaba, a pesar de que su espíritu sigue por ahí perdido, y el Freek Fest se inventó el rock del penal, del Penal de El Puerto; algo mucho más provocativo y divertido que el original. Ni los monjes ni los presos que habitaron en su día el enclave podrían haberse imaginado que sus muros iban a cobijar un festival tan gamberro y desvergonzado como este. Pero sin ofender, pues el gamberrismo sólo estuvo a manos de las bandas que se fueron sucediendo durante la larga jornada del sábado. En festival , después de todo, sigue dando pasos para afianzarse en el panorama musical de estas latitudes.

Pasadas las seis de la tarde, comenzaba el primer concierto, a manos del doble trío de músicos que traía el productor y guitarrista afincado en El Puerto, Paco Loco. Dos baterías, dos teclados y mucha, mucha potencia para descargar a una hora que siempre resulta desagradable para el rock n' roll. En la retina del público quedó marcado el final apoteósico de los Paco Loco Tríos, en el que sus líderes del combo se desnudaron por completo, cubriendo sus partes al estilo del bajista de los Red Hot Chili Peppers. Little Cobras ya actuaron en el primer Freek Fest pero apenas tocaron un ratito por las molestias que causaba la música en la misa que se desarrollaba en la iglesia contigua (¿qué tienen los organizadores del festival con las instalaciones de origen religioso?). Sin embargo, esta vez, su actuación demostró la evolución que han vivido estos portuenses en los últimos meses con sus nuevas canciones. Un sonido más claro y perfeccionista para un trío curtido en el belicoso punk norteamericano.

Tras un inicio demoledor, el festival pasó a una segunda parte más templada. Incluso, según la opinión del público, demasiado tranquila para el nivel que habían dejado los dos primeros grupos. Los suecos Coffinshakers se presentaron con su estética sepulturera a lo Roger Corman y se mostraron correctos, con un sonido muy limpio. La pose del cantante, Rob Coffinshaker, daba por sentado que su repertorio saludaría en todo momento al difunto Johny Cash. Pero para escuchar a Cash, lo suyo hubiera sido ir a la cárcel de Folsom en el 68, y no al antiguo penal de El Puerto. A la gente le gustó, sí, pero a esas horas lo que se buscaba era más distorsión y jaleo. Y el ritmo volvió a bajar con la esperada actuación de Holly Golightly y su guitarrista-percusionista. Folk americano en toda regla, pero tan lento que animó al público a salir al césped de los alrededores del monasterio, donde pinchaban una música más vigorosa y bailable.

Con The Staggers llegó la explosión. Con su sonido garage sin concesiones y una actitud del todo entregada al público, los austríacos elevaron el listón del festival con la mejor actuación hasta el momento. Las casi mil personas que ya llenaban el lugar comulgaron al unísono con cada uno de los himnos que tocaron. The Dirtbombs lo tuvieron difícil para superar el espectáculo de sus predecesores, pero su actuación fue un despliegue atronador, con doble batería, digno de su potente rhythm n' blues, pasado por el tamiz del rock más puro. Su espléndido final, cierre de su gira europea, dejó al público boquiabierto. Y para despedir el festival, el trío Dr. Explosion se dejó la piel en el escenario mostrando su punk rock más incisivo, tanto a nivel musical como de actitud. Símbolos de la filosofía libre del Freek Fest, salieron a tocar con faldas, veneraron a Andrés Pajares, y pregonaron su apología del vinilo contra el CD.

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