Toros

Una amistad fraternal hasta la exclamación de Paquirri: ¡Que llamen al doctor Vila!

  • El cirujano había atendido a Paquirri en la enfermería de la plaza de Sevilla de una gravísima cornada en 1978

Paquirri y Vila, en un tentadero.

Paquirri y Vila, en un tentadero. / archivo

De dos campos diferentes: el toreo y la medicina, Francisco Rivera Paquirri y Ramón Vila Giménez forjaron una amistad fraternal a partir de una cornada sufrida por el diestro en la plaza de Sevilla, en la que el cirujano le operó de una cornada en el muslo derecho, tras ser cogido Paquirri por un toro de Osborne. Sucedió el 21 de abril de 1978. A partir de ahí Vila mantuvo una íntima amistad y llegó a ser albacea del diestro tras su muerte por una cornada fatídica en Pozoblanco, el 25 de septiembre de 1984. El torero, en su agonía, llegó a exclamar: "¡Que llamen al doctor Vila!".

En una entrevista concedida a este medio, el cirujano habló de esa amistad con Paquirri. Vila nos relataba: "Paco, como muchos toreros, tenía un cerco alrededor suyo que era muy difícil traspasar. Yo lo hice de una manera sorprendente. Entró herido en la enfermería de la Maestranza. Me dijo el anestesista: 'El torero pregunta por tu padre', quien le había curado varias heridas. Pensé: 'Me lo juego todo a portagayola' y le dije: 'Paco, mi padre está enfermo. Yo me estoy lavando para operarte. Si quieres te dejas operar; de lo contrario, coge aquella puerta y te vas a la calle'. Se quedó unos segundos en silencio, que fueron horrorosos, y me pidió que le operase. Pasado un tiempo, me dijo: 'Ramón, te vi como yo cuando me pongo delante del toro a portagayola y me diste tanta fuerza que quise que me operases tú'. Desde entonces entré en su círculo. Era una persona muy sencilla; aunque para el público fuera un poco áspero. Le hacía reír las cosas más simples que había en una conversación. No tenía maldad. Era un niño grande. Sin embargo, cuando lo rodeaba la gente, se defendía como podía porque en el fondo era un gran tímido".

Ramón Vila rememoraba: "Después de aquella cornada yo iba a Cantora a curarle. Charlábamos en el café. Al cabo de tres o cuatro años nos entendíamos con la mirada. Cuando llegaba a la plaza, me miraba así y veía que llegaba fenomenal o me guiñaba el otro ojo y sabía que ese día venía un poquito más atrancado. Fue una amistad corta en el tiempo e intensa en el sentimiento. Él me confesó que le hubiera gustado ser médico".

En definitiva, una amistad fraternal que se extendió hasta la cornada de Pozoblanco, cuando el torero se acordó de Ramón Vila como su ángel salvador y desde Córdoba exclamó: "¡Que llamen al doctor Vila!".

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